Número 43 (abril de 2015)

De amores y perros

Amalia Creus

Dixie Eng, gerente del hotel, hace una ronda por las habitaciones para comprobar que sus huéspedes se encuentran bien. Dentro de los dormitorios se escucha música clásica. Hay juguetes, mantas y otros recuerdos de casa. Un cartel en cada puerta deja entrever la personalidad del cliente: ansiedad por separación, maestro de la fuga, glotón. “Veamos qué tal te encuentras hoy” –dice Dixie– mientras Oliver sacude la cola y huele sus zapatos. En el piso de arriba, labradores retriever miran la televisión, schnauzers esperan su turno en la peluquería y gatos con las uñas pintadas de rosa descansan en el antepecho de la ventana. Es un día como otro cualquier en el Olde Towne Pet Resort (Virginia, Estados Unidos), un lujoso complejo con 240 habitaciones, spa, piscina y zona de juegos, en el que centenares de perros y gatos pasan el día entre ejercicios, paseos y tratamientos de belleza.

 

La historia de Dixie Eng se ganó, hace varios meses, algunas páginas destacadas en la prensa americana. Exgerente de hoteles bien conceptuados (Georgetown Inn, Hotel George y Capitol Skyline, entre otros), Dixie fue también la primera mujer en dirigir la asociación de hoteles de Washington D. C. El hecho de que dejara una carrera prometedora en el mundo de la hostelería de alto standing para dirigir un establecimiento dedicado a las mascotas, se publicó en su momento como una divertida curiosidad. Sin embargo, vista en perspectiva, la deriva de Dixie podría leerse ahora como una mezcla entre golpe de suerte y visión de futuro. Hoy esta ejecutiva se ha transformado en un referente dentro de un segmento de mercado que no para de crecer: el de los productos y servicios de lujo para animales de compañía.

 

El sector de la moda es, por ejemplo, uno de los que más alto despunta dentro de la industria de productos a medida para nuestros amigos caninos. Sarah Butler, periodista de The Guardian, señala algunos de los últimos hits del vestuario animal en el Reino Unido: chaquetas de diseño que cuestan 170 libras, jerséis con motivos navideños, capas de lluvia hi-tech, bodies, camisetas, chándales… Todo vuela de las estanterías. “Cuando Marks & Spencer, Barbour, John Lewis, Asda e incluso la marca de ropa adolescente American Apparel comienzan a fabricar vestuario para perros, es innegable que estamos ante una nueva tendencia” –alerta Sarah–. Las cifras del sector corroboran su afirmación. Empresas como Pets Corner, la segunda mayor cadena de tiendas para animales de Inglaterra, registró en el último año un aumento del 35% en la venta de abrigos y conjuntos de diseño pensados para satisfacer los deseos de dueños dispuestos a pagar un buen dinero para que sus cachorros vayan a la última.

 

Algunos autores insisten en afirmar que los animales de compañía son un grupo cada vez más importante de ‘nuevos consumidores’. Quizás una apreciación más razonada supondría reconocer que la participación animal en todo esto no va más allá de aceptar, de más o menos buen grado, los caprichos y proyecciones de sus estimados dueños. Y pese a que la mayoría de nosotros posiblemente estaríamos dispuestos a admitir que nuestras mascotas pueden vivir una vida feliz sin abrigos de color rosa, fiestas de cumpleaños o sesiones de aromaterapia, también es verdad que nuestra natural tendencia a asignar emociones y sentimientos humanos a otras especies ha propiciado un especial caldo de cultivo para la proliferación de productos para animales, hasta hace poco destinados exclusivamente a las personas: seguros de vida, programas de viajeros frecuentes, parques acuáticos para perros…

 

La antropóloga Margo de Mello nos da algunas pistas para entender los entramados de nuestra compleja relación con otras criaturas del reino animal. Sostiene que la moderna cultura de las mascotas, tal y como la conocemos hoy, es un producto de nuestras sociedades posmodernas. Aunque el concepto moderno de animales de compañía existe en Occidente desde el siglo XIX, en tiempos pasados su función social estaba basada, fundamentalmente, en la noción de utilidad (la guarda de la propiedad privada, la cacería, el trabajo en el campo, etc.). Según esta autora, no fue hasta mediados del siglo XX que el vínculo entre humanos y animales domésticos pasó a sostenerse en la noción humana de afectividad, una transformación que, en el marco de las sociedades capitalistas, tuvo como una de sus muchas consecuencias la expansión masiva de la industria “pet”.

 

Personalmente, me gustan los animales y tengo la firme convicción de que nuestra convivencia con ellos puede ser profundamente placentera, estimulante y beneficiosa, principalmente para nosotros los humanos. Si nos fijamos, por ejemplo, en los muchos milenios de adaptación en los que se fundamenta la relación entre hombres y perros, nos encontramos ante una forma extraordinaria de inteligencia entre especies. Diversos estudios nos hablan de la capacidad que tienen los perros de interpretar nuestro lenguaje corporal, intuir nuestro estado de ánimo y adaptarse a nuestra extraña y cambiante vida social.

 

Quizás deberíamos aprender más de ellos. De su capacidad para establecer relaciones que se construyen desde la simplicidad, el estar juntos, la lealtad y el placer de las cosas más básicas: comer, correr, jugar, explorar olores, movimientos y sonidos que nos rodean. Todo eso que nos viene dado por la naturaleza, y que no hace falta comprar en tiendas de mascotas.

 

Cita recomendada

CREUS, Amalia. De amores y perros. COMeIN [en línea], abril 2015, núm. 43. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n43.1532

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