Las revueltas en los países árabes pueden también explicarse, casi en tiempo real, desde el punto de vista de los flujos de información que han tenido lugar: en el inicio la gran cantidad de información emitida por Wikileaks y en el proceso desde el punto de vista de la censura que se ha intentado aplicar.
Una definición clásica de la Sociedad de la Información es la que la describe como una sociedad postindustrial en la cual la información y sus tecnologías son, están siendo o serán (según la visión más o menos optimista) el principal motor económico y social. Tras los últimos acontecimientos que han tenido lugar en los países árabes, hará falta también que consideremos siempre que, quizás, también son un motor político.
Es cierto que las revueltas exitosas o las incipientes en los países árabes se pueden analizar desde factores económicos, políticos e incluso religiosos. Crisis, carencia de libertades democráticas y sesgos religiosos convierten el Mediterráneo Sur, el resto del Próximo Oriente y la Península Arábiga en un lugar proclive a choques sociales y políticos. Recordamos que se dice también, tradicionalmente, que la “información es poder”. En este caso, haría falta también añadir que puede ser cambio de poder.
Ahora bien, hoy, en este primer artículo mío en COMeIN, querría reflexionar sobre cómo estos cambios pueden ser también visualizados desde el punto de vista de los flujos de información que han tenido lugar.
Durante los tímidos inicios de las revueltas en Túnez y Egipto se hablaba mucho de la autoimmolación de algunos ciudadanos, siguiendo a Mohamed Bouazizi, como chispa de las revueltas, pero poco a poco se empezó también a señalar a Wikileaks como catalizador. Wikileaks, y su “liberación masiva de información” (dejémoslo para otro artículo), ha significado una gran flujo de información entregada a la sociedad, con muy poco tiempo para su digestión y análisis. En este hecho, había un riesgo real de infoxicación, que la propia Wikipedia (que está de aniversario, el décimo) define, como exceso de información que provoca en el receptor una incapacidad para comprenderla y asimilarla, para tomar una decisión o para permanecer bien informado sobre un tema concreto. Los paquetes informativos suministrados a los medios de comunicación permitieron con todo un filtro medianamente esmerado.
Así, si bien la primera oleada de información (estos días emplear tsunami como metáfora es demasiado macabro, y no lo emplearemos) afectó a la guerra de Irak y los Estados Unidos, en la segunda oleada la información, relación y comunicación entre servicios diplomáticos ofreció, a ojos de los ciudadanos, sorpresas importantes: las relaciones reales en Israel, las peores relaciones en Irán, y el a menudo doble rasero de información, a nivel oficial y a nivel interno.
Sea chispa o catalizador, ciertamente ha tenido sus efectos para generar malestares sociales y políticos.
Desde otro punto de vista, ahora como control, una vez iniciadas las revueltas, más masivas, o menos, quien tenía el poder ha intentado blindar la información para empequeñecer el alcance o directamente desinformar (un verbo políticamente correcto para no decir mentir). A partir de aquí, tomamos la frase de Manuel Castells, cuando dice que desde un punto de vista técnico es cierta la célebre afirmación de John Gilmore según la cual “los flujos en Internet interpretan la censura (o intercepción) como un error técnico y encuentran automáticamente una ruta diferente de transmisión del mensaje”.
En términos de censura en la red, tradicionalmente ha habido varios países como ejemplos en sentido negativo. China por su Great Firewall (juego de palabras parafraseando la gran muralla), Cuba por su selectividad a la hora de ofrecer acceso y Corea del Norte por su simplicidad (si no hay red, no hace falta censurarla). Tristes formas de querer controlar unos flujos de información que consiguen llegar, quizás más con cuentagotas pero llegan.
En el supuesto que nos ocupa, algunos gobiernos, en Túnez o bien en Egipto intentaron censurar la información, sin saber tampoco interpretar el efecto del medio transestatal Al-Jazeera para explicar lo que estaba sucediendo. Primero los medios de comunicación, después las redes sociales como Twitter y Facebook y finalmente los propios móviles fueron siendo censurados con tal de parar un flujo de información que encontraba formas de llegar a sus ciudadanos. Hace falta decir, también, que el efecto internacional se multiplica y los poseedores de blogs y otras herramientas, acaban siendo los francotiradores (y héroes) anónimos por dar información real de lo que está sucediendo.
En definitiva, en un mundo global y, tal y como decía Gilmore, la información ha encontrado, como un gas en expansión, sus márgenes por dónde desperdigarse. El resto de países árabes tienen protestas más o menos exitosas y la gestión de la transparencia informativa (no sólo comunicativa) supone un problema para los nuevos gobiernos. ¿Podrán o sabrán mantener los estados de ánimo que ha llevado al poder a los nuevos dirigentes? Es una duda razonable, pero lo que es seguro es que la información que ha fluido no se puede constreñir otra vez fácilmente.
Finalmente, pues, los flujos de información y la información acelera y promueve los cambios, y estudiarlos permite, también, hacer un buen análisis de la historia y los acontecimientos, aunque sean contemporáneos y a tiempo real. O como podríamos decir en Twitter, #infopower.
Cita recomendada
LÓPEZ-BORRULL, Alexandre. Países árabes: flujos de información que generan revoluciones. COMeIN [en línea], mayo 2011, núm. 1. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n1.1103