El pasado mes de abril, durante la celebración del foro Global INET, que este año se ha celebrado en Ginebra (Suiza), el fundador de la Wikipedia Jimmy Wales anunció la muerte del cine. Wales sostiene que la próxima revolución de la Red tendrá que ver con el vídeo.
Por un lado, se producirá una notable innovación técnica, ya que el ancho de banda disponible alcanzará magnitudes hasta ahora inimaginables. Por otro, se producirá una igualmente espectacular innovación social. Los más jóvenes, a los que Wales no se resiste a llamar nativos digitales, provocarán cambios drásticos en la forma de producir y consumir contenidos audiovisuales gracias a sus habilidades innatas. Todo ello comportará la desaparición de la industria mundial del cine.
Wales no es el primero que se atreve a formular un vaticinio de tan alto alcance. Desde finales del siglo pasado, algunos cineastas han venido manifestando que el desarrollo de las tecnologías digitales aplicadas a la captación de imagen, la distribución y la exhibición estaba destinado a cambiar para siempre lo que conocemos por cine.
Es el caso de Peter Greenaway, prestigioso cineasta británico que lleva años sosteniendo que el cine ha muerto y actuando en consecuencia. El pasado año y en el marco de un mercado de industrias culturales celebrado en Argentina, Greenaway expuso los motivos por los que el cine ha dejado de ser una experiencia atractiva para los públicos contemporáneos, datando el certificado de defunción en una fecha tan temprana como 1983, cuando se desarrolló el mando a distancia del televisor. La aproximación de Greenaway es, como decíamos, experiencial, puesto que pone el énfasis en cómo se vive el cine, al señalar que este se sostiene en tres exigencias al espectador que resultan antihumanas: debe verse a oscuras, obliga a mantener la vista fija en un solo punto y requiere de inmovilidad. En el otro extremo del espectro ideológico y estético, George Lucas, quien debe una inmensa fortuna a la explotación de una franquicia nacida del cine, lleva años manteniendo que el cine ha muerto. En su caso, apunta causas tecnoeconómicas: las tecnologías digitales han dado un tiro de gracia a los planteamientos industriales que han configurado históricamente la estructura del cine.
Hace unas semanas tuve la oportunidad de discutir sobre estas ideas en el programa Generació Digital de Catalunya Ràdio junto a varios compañeros de tertulia. En el citado programa, llegamos a la conclusión de que lo que los gurús que anuncian la muerte del cine están haciendo en realidad no es futurología, sino análisis del presente, puesto que la industria cinematográfica está en metamorfosis constante. En los últimos años la producción, la distribución y la exhibición se han transformado de manera radical. Y esas transformaciones no han tenido otro objeto que hacer frente a las amenazas que, al parecer, habían de comportar su desaparición. En los años 50 del siglo pasado, Hollywood hizo frente a la competencia de la televisión mediante notables impulsos técnicos como los formatos panorámicos (CinemaScope) y el rudimentario 3D que debía verse con gafas polarizadas de filtros cian y rojo, convertidas hoy día en un divertido instrumento vintage. En los años 80, Hollywood se vio obligado a cohabitar con el vídeo doméstico y lo hizo con cierta fortuna. A principios del siglo XXI, la industria del cine se enfrenta al desafío del abaratamiento y la popularización de las tecnologías de producción y a la competencia de Internet, pero no entendida como nido de piratas, sino como fuente de entretenimiento, foro cultural y espacio de sociabilidad.
Otra conclusión es que la crisis de la industria del cine no es una crisis comercial, como demuestran los grandes acontecimientos que todavía obtienen cifras mareantes, batiendo récord tras récord. Baste tener presente el reciente estreno de Los Vengadores. Lo que sí parece claro que ha entrado en una transformación definitiva es el modelo tradicional que ha sostenido históricamente la industria –una gran oferta mediana destinada a un público general– puesto que el mercado del cine parece definitivamente polarizando en, por un lado, grandes acontecimientos globales y, por otro, pequeños mercados para pequeños públicos. Y es ahí donde se pone en crisis la futurología: resulta dudoso que un videoblog pueda llegar a poner en jaque a Los Vengadores.
Hay cambios, sí, y se avecinan otros nuevos y más profundos. Pero esos cambios, más que la muerte de algo concreto, son el caldo de cultivo para el nacimiento de poderosas innovaciones. Sobre las innovaciones en la producción (como el hecho de que cada vez más cineastas se lanzan a la autoproducción de largometrajes evitando costosos y agotadores procesos) hablaremos otro día. En esta ocasión, discutiremos algunos ejemplos de innovación en la distribución y la exhibición, es decir, en el modo en que las películas llegan a los públicos.
Los servicios de video on demand basados en Internet como Voddler, Wauki.tv, Filmin o Youzee son la respuesta a la creciente demanda de los usuarios de películas en alta calidad de video y audio que quieren verlas sin la necesidad de salir de casa. Cada una de ellas tiene características particulares debido a su origen (algunas nacen de la iniciativa de distribuidores, otras de exhibidores; unas están más orientadas al consumo en el ordenador, mientras que otras parecen destinadas a los llamados SmartTV) y a su catálogo, pero todas evidencian que hay empresas que se resisten a creer que Internet es el enemigo del cine.
Pero también hay datos que refutan la afirmación de Greenaway de que la experiencia de ir al cine ha perdido el favor del público. Festivales como el recientemente celebrado D’A - Festival Internacional de Cinema d’Autor de Barcelona o el Sitges - Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya (y muchos otros) son eventos que movilizan a multitud de espectadores porque suponen una verdadera alternativa a los designios a menudo caprichosos de los circuitos de distribución y exhibición establecidos. Por otro lado, el evento cinematográfico Phenomena Experience (celebrado principalmente en Barcelona) convoca regularmente a un número nada despreciable de espectadores que disfrutan de otro modo de ver el cine, con la proyección de clásicos de los años 70 y 80 en versión original y, generalmente, con la mejor copia disponible. Tanto los festivales como Phenomena Experience rebaten con hechos los argumentos de Greenaway, demostrando que existe un público ávido de encerrarse en una sala oscura y, en una razonable inmovilidad, centrar su mirada en el punto fijo a través del cual las películas nos han interpelado directamente a lo largo de la historia: la pantalla de grandes dimensiones.
Cita recomendada
SÁNCHEZ-NAVARRO, Jordi. La no-crisis del cine. COMeIN [en línea], mayo 2012, núm. 11. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n11.1236