Según Wikipedia, etimológicamente el término emoción viene del latín emotio, que significa “movimiento o impulso”, “aquello que te mueve hacia”. Y conductualmente es así, las emociones sirven para establecer nuestra posición con respecto a nuestro entorno, y nos impulsan hacia ciertas personas, objetos, acciones, ideas y nos alejan de otros. Las emociones hacen que las cosas despierten nuestro interés o nuestro rechazo. Que reaccionemos ante aquello que nos resulta agradable o doloroso.
Un artículo publicado el pasado 18 de julio en El País hablaba sobre el papel que juegan las emociones a la hora de aprender. En dicho artículo, José Ramón Gamo, neuropsicólogo infantil y director del máster en Neurodidáctica de la Universidad Rey Juan Carlos, afirmaba que “el cerebro necesita emocionarse para aprender”. Gamo, que estudia las dificultades de aprendizaje de personas con dislexia o TDAH desde hace más de 20 años, “observó que en la mayoría de los casos esos problemas no estaban relacionados con esos síndromes, sino con la metodología escolar. Él y su equipo identificaron que el 50% del tiempo de las clases de primaria en España se basan en transmitir información a los estudiantes de forma verbal, algo que en secundaria sucede el 60% del tiempo y en bachillerato casi el 80%. Basándose en diferentes investigaciones científicas y en las suyas propias, concluyeron que para la adquisición de información novedosa el cerebro tiende a procesar los datos desde el hemisferio derecho -más relacionado con la intuición, la creatividad y las imágenes. En esos casos el procesamiento lingüístico no es el protagonista, lo que quiere decir que la charla no funciona. Los gestos faciales, corporales y el contexto desempeñan un papel muy importante. Otra muestra de la ineficacia de la clase magistral”, explicaba Gamo. “Por ello, la neurodidáctica propone un cambio en la metodología de enseñanza para sustituir las clases magistrales por soportes visuales como mapas conceptuales o vídeos con diferentes apoyos informativos como gráficos interactivos que requieran la participación del alumno. Otra de las apuestas es el trabajo y el aprendizaje colaborativo. El cerebro es un órgano social que aprende haciendo cosas con otras personas”, añadía.
Aprender de los pares siempre es emocionante. Primero porque los pares transmiten el conocimiento al mismo nivel intelectual, utilizando un mismo lenguaje, partiendo de dificultades similares. El discurso entre iguales siempre es más cercano, más adaptado a las propias necesidades. Desde este punto de vista, resulta evidente pensar que las emociones nos posicionarán de manera positiva ante estos estímulos, y por tanto, “nos impulsarán” hacia esas ideas y conocimientos.
Nada se aprende mejor que lo se explica a los otros. Porque el esfuerzo que se hace para ordenar las ideas y transmitirlas de la mejor manera posible permite “fijar” de manera óptima esos conocimientos. Y por otro lado, el que recibe esas explicaciones las recibe en condiciones ideales para ser más entendibles. De este modo, el que comparte su conocimiento “se emociona” al comprobar lo que sabe y que los demás lo aprovechan y el que escucha “se emociona” al experimentar como de repente su cerebro procesa mejor el conocimiento transmitido y consigue, por fin, aprender.
Las redes sociales también han transformado los modelos de aprendizaje. Antes siempre se sabía a quién se debía pedir los apuntes. Ahora se decide a quien seguir en redes sociales como Twitter y Facebook en la que los alumnos comparten contenidos e intercambian opiniones o preocupaciones sobre diferentes temas. El aprendizaje colaborativo, no hace falta decirlo, puede ser tanto presencial como virtual y en este sentido las redes sociales son facilitadoras de este proceso.
Más allá del formato más o menos convencional de las aulas, en otro mundo bien distinto, podemos encontrar el fenómeno hacker. Los hackers llevan décadas programando y resolviendo problemas de manera colaborativa. Si alguien sabe de cómo trabajar y aprender colaborativamente son ellos y, de hecho, hay autores como Manuel Castells y Peka Himanen quienes les señalan como los primeros impulsores del trabajo colaborativo y el intercambio de información en la red.
Son los padres del hackathon, que es el término que utilizan para referirse al encuentro de programadores cuyo objetivo es el desarrollo colaborativo de software. Integra los conceptos maratón y hacker, aludiendo a una experiencia colectiva que persigue la meta común de desarrollar aplicaciones de forma colaborativa en período corto de tiempo. Son eventos que suelen durar entre dos días y una semana. Y su objetivo es doble: por un lado hacer aportes al proyecto de software libre que desee y, por otro, aprender sin prisas.
Sin duda el espíritu hacker ha traspasado al resto de la sociedad. Y los hackathones ya no son sólo reuniones para programar, sino que captando su esencia, de compartir e intercambiar ideas, se han adaptado para resolver problemas sociales. Su estructura organizativa, que supone una dinámica horizontal e intensiva, permite a los participantes complementar sus experiencias y habilidades individuales y desarrollar soluciones concretas. A modo de ejemplo, los días 3, 4 y 5 de septiembre se ha celebrado el primer Hackathon de Innovación Ciudadana de Valdivia en Chile. Y el fin de semana del 16 al 18 de septiembre se ha organizado el primer Hackathon Ciudadano de Datos Abiertos en Barcelona, en el que se han planteado retos de diferentes ejes temáticos de relevancia para la ciudad, como son la salud, los servicios de barrio y la cultura de barrio.
En próximos trabajos nos dedicaremos a analizar con más profundidad cómo funcionan estos hackathones. De momento, concluyendo y volviendo a la idea inicial de este artículo, no podemos cuanto menos dejarnos llevar por los sentimientos de sorpresa y aprobación al comprobar cómo la sociedad busca la colaboración para mejorarla. Sin duda es la emoción de poder participar en algo grande lo que mueve a muchos de sus participantes. Y sus emociones irán en aumento cuando comprueben, al final, lo que han logrado y, sobre todo, lo que han aprendido.
Para saber más:
HIMANEN, Pekka (2001). La ética del hacker y el espíritu de la era de la información. Editorial Destino.
Cita recomendada
SANZ MARTOS, Sandra. El aprendizaje es emoción. COMeIN [en línea], septiembre 2016, núm. 58. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n58.1659
Sandra Sanz Martos
Profesora de Información y Documentación de la UOC
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