Desde que se declarara el estado de alarma el 15 de marzo, nuestras vidas han cambiado radicalmente. Unos actos tan cotidianos como ir a comprar, bajar la basura o sacar al perro se han convertido en extraños y angustiantes. Sin duda, hemos perdido muchas cosas: libertad de movimientos, estar con aquellos que nos importan y algunos, desgraciadamente, el empleo (sin mencionar a enfermos y fallecidos). Sin embargo, hemos ganado otras, quizá no tangibles, que nos permiten mejorar nuestras relaciones personales y, especialmente, hacer el confinamiento más llevadero.
Llevamos muchas tardes saliendo al balcón para aplaudir a los héroes sin capa de 2020, relacionándonos con vecinos con los que no habíamos hablado nunca, adquiriendo de manera tácita un compromiso con todos ellos. No queremos fallarles y salimos a las ocho todas las tardes, sin falta. Necesitamos compartir que hemos superado un día más y que ya queda un día menos. Aplaudiendo emocionados sentimos que formamos parte de una gran comunidad, porque es esa emoción lo que nos une, el convencimiento de que lo estamos haciendo bien, que quedándonos en casa estamos salvando vidas.
Aplaudimos en el patio de manzana y en el de al lado y en el otro y en toda la ciudad y en el resto de ciudades de España. Todos nos sentimos comprometidos en la lucha contra el enemigo común: el virus. Esto nos refuerza aún más como comunidad. Una pancomunidad que adopta una magnitud y características inéditas bajo el código de #yomequedoencasa, como hace unas semanas escribía nuestra compañera Silvia Martínez en un artículo publicado en COMeIN.
Pero volviendo a la comunidad de vecinos, a esas que en las grandes urbes y en estos tiempos de prisas e individualismos habían perdido todo el valor, hay otra cuestión que hemos recuperado que es innata en el hombre: la ayuda mutua (Kropotkin, 1902). Vecinos que se ofrecen a traer la compra a los mayores o personas que lo necesiten. Jóvenes que se ofrecen gratis a cuidar de los niños de los trabajadores esenciales. Músicos en los balcones, cantantes y poetas que amenizan los largos días de confinamiento.
En paralelo, hemos ido modificando nuestra manera de comunicarnos y relacionarnos en nuestra otra realidad, en internet. Por ejemplo, los mensajes de correo electrónico que escribimos a nuestros compañeros de trabajo o colaboradores son mucho más cercanos y personales. Nos contamos cosas y sabemos cosas de los otros que antes no sabíamos: su estado de salud, su situación familiar y personal, etc.
Hemos humanizado las relaciones. Necesitamos saber de ellos y necesitamos compartir cómo estamos nosotros. Por esto, algunos que habían abandonado redes sociales como, por ejemplo, Facebook han regresado. Los que ya estaban participan de manera más activa e incluso han creado grupos diversos en apoyo o crítica a la gestión del Gobierno o sobre las últimas novedades sobre la COVID-19, entre otros. El surgimiento de nuevas comunidades en los entornos virtuales es continuo. Algunas son más profesionales y específicas y de gran valor para la lucha contra el coronavirus como https://foro.coronavirusmakers.org/, que es un foro para la discusión sobre la creación de respiradores. Y otras se centran en muy diversos intereses del ámbito del ocio como de cocina y repostería, bajo el hashtag #yomequedoencasacocinando, o clubes de lectura, con #yomequedoencasaleyendo en Twitter. Por otro lado, en WhatsApp nacen cada vez más grupos como consecuencia del confinamiento de familias, compañeros de trabajo o clientes de bares y restaurantes.
Todo esto solo pone en evidencia una cosa que ya sabíamos: la necesidad es el motor principal del surgimiento de las comunidades. Y estas, sustentadas en el compromiso y la ayuda mutua, hacen que el factor de cohesión y su correspondiente consolidación sea mayor.
El concepto de comunidad tiene más valor que nunca. Formar parte de ella nos da seguridad y reconocimiento, que se corresponden con la segunda y cuarta necesidad, respectivamente, de la pirámide de Maslow. El reconocimiento lo teníamos identificado, porque ya forma parte de los factores de éxito de las comunidades virtuales, pero lo de la seguridad había desaparecido de la lista de las comunidades modernas. Sin embargo, no sorprende que, en tiempos de incertidumbre y miedo, busquemos amparo en ellas.
El compromiso y el apoyo mutuo son los dos rasgos que mejor distinguen a las comunidades de los grupos o redes sociales. Es relativamente frecuente encontrar que estos tres términos (comunidad, grupo y red social) se confunden o se utilizan de manera indistinta como si fueran sinónimos. No nos detendremos ahora a hablar de sus diferencias. Bastará con que tomemos como referencia la comunidad más famosa de la literatura de ficción, la Comunidad del Anillo, para entender el concepto y observar características ya descritas.
Así como la Comunidad del Anillo se comprometió a proteger a Frodo para poder salvar la Tierra Media, la sociedad lo ha hecho para salvar vidas a través de la valiente y perseverante comunidad del balcón.
Cita recomendada
SANZ, Sandra. La comunidad del balcón. COMeIN [en línea], mayo 2020, no. 99. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n99.2034
Profesora de Información y Documentación de la UOC