El pasado agosto Kevin Spacey, en un inspirador discurso pronunciado en el Festival de Televisión de Edimburgo, lanzó al auditorio la siguiente pregunta: “¿Ver 13 horas de contenido cinemático unitario difiere en algo de ver una película?”. El actor, ganador de un óscar y hasta hace poco vinculado casi en exclusiva al mundo cinematográfico, ponía sobre el tapete la incómoda cuestión de las nuevas formas de narrativa y distribución audiovisual. Y concluía: “El soporte y la longitud se han vuelto irrelevantes... lo importante es el contenido”.
Estas palabras tienen especial significado si las ponemos en contexto. Las formulaba el protagonista de House of cards, una serie dirigida por David Fincher y producida por Netflix ‒peso pesado del Video On Demand (VoD) en todo el mundo‒ en exclusiva para los suscriptores de su plataforma. Pero lo verdaderamente novedoso, lo que hizo a muchos ejecutivos de televisión revolverse en sus sillas, fue que se saltasen las reglas de la parrilla y subir esa “ficción serializada” al completo y de golpe a su servicio, haciendo el contenido disponible a demanda y voluntad de sus abonados. Y sin sobreprecio. Un estreno de 13 capítulos en el que se habían invertido 100 millones de dólares (según declaraciones del director de contenidos de la compañía) que estaba incluido en sus 7,99 dólares al mes.
El negocio no parece haberles salido mal: tendrá segunda temporada, se ha vendido a varios países (en España la ha emitido, a razón de capítulo semanal, Digital+) y ha sido la primera serie web-only ganadora de un Emmy a la mejor dirección. El ejemplo de Netflix con House of cards es uno de los muchos que ponen de manifiesto que algo ha cambiado en la industria de la producción y distribución de contenidos audiovisuales.
Han aparecido nuevos actores (como Netflix) que hacen negocio satisfaciendo nuevos hábitos de consumo: ver lo que quieras, cuando quieras, donde quieras y en la cantidad que te apetezca. Y a un precio razonable. Ha surgido un nuevo espectador, más poderoso, informado y social que nunca. Los constantes esfuerzos por respetar los estrenos simultáneos en distintos países se han vuelto casi una necesidad para evitar la fuga de una audiencia hacia otras alternativas, si no se tiene el contenido legal al alcance en un océano cibernético plagado de información y spoilers.
También ha cambiado la propia estructura económica del negocio. Que las ventanas audiovisuales se tambalean no es ningún secreto: ya no rentan lo que rentaban antaño. Ni tampoco son tan predecibles. Y mientras el riesgo económico crece, la ventana digital pelea por hacerse un hueco entre las salas de cine y el home entertainment, que no ha sabido (todavía) traspasar el testigo al vídeo por streaming.
Pruebas piloto no faltan: Pacific Rim y Guerra Mundial Z testaron una venta anticipada, que incluía la entrada de cine junto con la pre-reserva de la descarga digital de la película (unos 25 dólares en el caso de la primera y 50 dólares en el caso de la segunda) tan pronto estuviese disponible. El servicio de VoD British Film Institute ofrece otra modalidad del mismo concepto: incluir dentro de su oferta estrenos day-and-date, es decir, poder ver por streaming, previo pago, una película el mismo día de su estreno en cines.
Se observa, también, cierto cambio en la percepción que de las ventanas tiene el propio creador. Pensemos, por ejemplo, en la apuesta de Soderbergh por HBO (y no por las salas de cine) para estrenar su alabada Behind the Candelabra. En algún punto de este proceso la pantalla grande dejó de ser, para algunos, la meca del cineasta.
En España, además de aferrarnos al modelo tradicional, luchamos contra molinos de viento. Al handicap tecnológico (las limitaciones de la banda ancha son más que evidentes) y la lenta implantación de SmartTV, hay que sumar unas cifras de piratería francamente preocupantes. Urge educar en la percepción del valor de la propiedad intelectual y concienciar de que en ello se asienta el futuro de la propia industria. Pero también necesitamos apostar por una mayor flexibilidad del modelo y dejar de ver la digitalización como una amenaza. El ejemplo de la industria musical debería bastar para reconocer que es posible la reconversión del modelo de negocio y el pago por contenidos con una tarifa competitiva.
Oferta, por fortuna, no falta. Filmin, Wuaki.TV, Nubeox, Yomvi, Filmotech... buscan hacerse su hueco con un catálogo solvente, tarifas planas (algunas más competitivas que otras) y el cebo del consumo transaccional, la versión digital del alquiler de películas en videoclub de toda la vida, con la ventaja de no tener que moverse del salón de casa. Pero estos nuevos actores siguen enfrentándose a dificultades y a muchas restricciones. La adquisición de derechos sigue siendo cara. Los plazos de explotación, poco realistas.
Este proceso de transformación, del que todavía desconocemos el resultado final, está empezando a llamar la atención de distintos programas educativos, que pretenden formar a una nueva generación de profesionales especializados en esta nueva realidad del sector. Uno de ellos, con el que tengo la suerte de colaborar, es el posgrado en Distribución Audiovisual: VoD y nuevos modelos de negocio (UOC-filmin), que ya va por su segunda edición, y en el que proporcionamos una formación multidisciplinar. Porque si algo ha dejado claro la tan manida “crisis del sector audiovisual” es que urge conocer tanto a los antiguos actores como a los nuevos, analizar el comportamiento de la audiencia y asumir que las ventanas ya no son inamovibles, porque, como defendía Kevin Spacey en su discurso, esto es una industria en la que el contenido sigue siendo el rey.
Para saber más:
Visita el blog del posgrado (distribucion-audiovisual.blogs.uoc.edu).
Cita recomendada
NEIRA BORRAJO, Elena. El contenido es el rey. COMeIN [en línea], octubre 2013, núm. 26. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n26.1367
Consultora de marketing, redes sociales y nuevas tecnologías, es Responsable de Marketing de Encuentratupeli.com y autora de “El Espectador social”