Número 9 (marzo de 2012)

¿Dónde está Wally?

Ferran Lalueza

En una fotografía panorámica con resolución gigapíxel, los detalles más nimios pueden ser ampliados y apreciados con sorprendente nitidez. A medida que la tecnología que permite obtenerlas se ha ido haciendo más accesible, han surgido voces críticas que alertan sobre la amenaza que supone, para la preservación del derecho a la privacidad, la cada vez más habitual difusión de estas imágenes a través de Internet.

Internet es, por definición, un entorno abierto e interconectado. Además, tiene buena memoria. Si no lo tenemos muy presente en nuestras actuaciones online, probablemente acabaremos revelando a todo el mundo, de forma indiscriminada, mucho más de lo que nos gustaría que supieran de nosotros.

 

De hecho, a veces no basta con que nosotros seamos comedidos. Las intromisiones ilegítimas como el spam o el spyware suponen igualmente una amenaza para nuestra privacidad aunque, paradójicamente, para combatir dicha amenaza casi siempre es también la propia tecnología la que nos ofrece las mejores armas.

 

Con todo, la publicación online de fotografías panorámicas de superalta resolución se adscribiría más bien a otro tipo de amenaza: la derivada de la ligereza con la que los datos que nos atañen pueden ser difundidos por terceros a través de Internet sin nuestra autorización. La mayor parte de las veces, sin dolo pero sí con cierta inconsciencia. La cara perfectamente identificable de una persona (incluso un menor) en un determinado momento y en un determinado lugar, la matrícula de un vehículo o el interior de un domicilio particular, captado a través de una ventana aparentemente inaccesible, serían tan solo tres ejemplos de informaciones visuales que quizá no deberían divulgarse públicamente de forma incondicional.

 

En muchos casos, ciertamente, la publicación de estas imágenes no perjudica a nadie, y en Internet han surgido diversas plataformas que potencian su difusión. Es el caso de GigaPan o del Vancouver Gigapixel Project. Sin embargo, estamos hablando de fotografías que pueden haber sido tomadas con teleobjetivos de largo alcance sin que los retratados sean conscientes de ello. Además, una imagen de este tipo puede mostrar con enorme nitidez a miles de personas, de modo que son bastante elevadas las posibilidades de que a alguna de estas personas le incomode que todo el mundo pueda saber dónde estaba, cuándo y con quién. Las street view scenes captadas por Google ya han demostrado en más de una ocasión la capacidad de importunar a alguien que tiene la imagen aparentemente más anodina.

 

En este ámbito, los vertiginosos avances experimentados por las tecnologías de la información y de la comunicación se adelantan una vez más a la regulación específica. El marco normativo existente es lo bastante indefinido como para que, en la práctica, podamos detectar interpretaciones y usos muy diversos. Así, en las panorámicas de algunas ciudades los autores de la fotografía gigapíxel se han preocupado de difuminar rostros y matrículas para que no resulten identificables (es el caso de la panorámica de Toledo), mientras que en la imagen de las gradas de un campo de fútbol, en cambio, el máximo aliciente consiste precisamente en poder reconocer rostros y expresiones.

 

En cualquier caso, en el momento de publicarlas, conviene tener presente que las fotografías gigapíxel pueden divulgarse de forma exponencial ya que aúnan diversos factores que propician su difusión masiva a través de las redes sociales. Por un lado, el hecho de que se trate de un formato relativamente nuevo. Por otro, su incuestionable y creciente espectacularidad: en tan solo un par de años, entre 2009 y 2011, hemos pasado de los 26 gigapíxeles de la célebre panorámica de París a los 272 gigapíxeles de la de Shanghai (que pulverizó el efímero récord de los 111 gigapixeles de la panorámica de Sevilla). Se añade, además, el componente lúdico derivado del carácter explorable que tienen estas imágenes, en la mejor tradición de los libros de la serie ¿Dónde está Wally? Y por último, también desempeña su papel la pulsión voyeur que subyace en el uso mayoritario de las redes sociales: los estudios realizados demuestran que las usamos mucho más para saber de los otros que para mostrarnos.

 

Cita recomendada

LALUEZA, Ferran. ¿Dónde está Wally? COMeIN [en línea], marzo 2012, núm. 9. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n9.1218

cultura digital;  gestión de la información;  medios sociales;  régimen jurídico de la comunicación; 
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