Número 106 (enero de 2021)

La necesaria mirada del fotoperiodista

Candela Ollé

El fotoperiodismo tiene una función clara de denuncia, de toma de conciencia y de provocar cambios, a la vez que nos acerca a una realidad que nos ha sido vedada o es lejana. Los fotorreporteros nos muestran una mirada que no es idílica, que en muchas ocasiones nos produce un nudo en la garganta, lágrimas, rabia, impotencia o todo junto. Otra ventana para observar el mismo mundo es la que muestra la red social Instagram, donde la mayoría de los perfiles nos trasladan a una realidad paralela y previamente planificada, que puede ser necesaria para desconectar, para mostrar la perfección, pero en ningún caso es la única que se ha de tener en cuenta si queremos tener los pies en la tierra. El fotoperiodismo es ahora más necesario que nunca.

El fotoperiodismo quiere explicar con imágenes un determinado hecho y el impacto que causa en la gente. Un reportero gráfico tiene un dominio técnico del medio, además de una sensibilidad visual y, evidentemente, conocimiento de la actualidad política, social y cultural. Dos referentes del fotoperiodismo en el Estado español, y que han sido galardonados con el premio Pulitzer, son Javier Bauluz (recibió el Pulitzer de Periodismo en 1995, junto con los compañeros de Associated Press, por el trabajo fotoperiodístico en Ruanda) y Manu Brabo (ganó el Pulitzer en 2013 por su cobertura de la guerra de Siria). Ambos han sufrido los intentos de invisibilizar dos de los grandes acontecimientos del siglo xxi: en el caso de Bauluz (@javierbauluz), los movimientos migratorios; y en el Brabo (@ManuBrabo), la COVID-19.

 

En situaciones de conflicto o pandemia, los periodistas son considerados trabajadores esenciales, pero, a pesar de esto, el trabajo se vio censurado por las autoridades, que restringieron a los medios el acceso a hospitales, depósitos de cadáveres y residencias de la tercera edad. Pocos medios de comunicación han mostrado imágenes duras acercándose a los pacientes, a los féretros –y eso no es una novedad, puesto que previamente a la irrupción de las redes sociales ya había una creciente intolerancia a la exposición de las problemáticas y las situaciones dolorosas–. ¿Qué pasó en los hospitales? ¿Y en las residencias? ¿Cómo es la vida durante el confinamiento? ¿Cómo es la nueva realidad? Tal y como afirma Brabo: «Hemos vivido una emergencia sanitaria con colapso de hospitales y no hay ni una imagen que muestre eso. Se ha usado el derecho a la intimidad de pacientes y doctores para bloquear el acceso a los fotoperiodistas».

 

Una de las imágenes que ha traspasado fronteras es la cama de la UCI delante de la playa de Somorrostro de Barcelona, hecha por el fotógrafo David Ramos, y que ha salido en medios internacionales como The Guardian o la BBC. El protagonista es Isidre Correa, un paciente que pasó más de dos meses en una habitación de la unidad de cuidados intensivos (UCI) del Hospital del Mar y al que el personal sanitario sacaba para ver el sol, el mar y a la familia.

 

En el momento de escribir este artículo han terminado las fiestas de Navidad y Reyes, y nos encontramos con el comienzo de nuevas restricciones y en una posible tercera ola, con una media de 141 muertos diarios, sumando más de 77.000 desde el inicio de la COVID-19, y los contagios superan los 12.720 de media diariamente, según datos de El País.

 

El esfuerzo de los sanitarios en primera línea, la soledad de los pacientes, el luto y las consecuencias de no seguir las indicaciones sanitarias son esenciales para ofrecer un retrato completo de lo que estamos viviendo, así como el crecimiento de la pobreza, los desahucios, entre otros muchos efectos. Los fotorreporteros coinciden en que las restricciones se deben levantar para que puedan trabajar con libertad dentro de unas normas básicas de seguridad sanitaria y de respeto a las víctimas (el Código deontológico de la profesión periodística, en el artículo 9, habla de respetar el derecho a la privacidad: «Dañar de forma injustificada la dignidad de los individuos de palabra o con imágenes, incluso después de su muerte, contraviene la ética periodística»).

 

Por otro lado, el consumo de las redes sociales ha crecido exponencialmente durante el confinamiento (según el Estudio Anual de la Redes Sociales 2020 elaborado por IAB Spain), ya que son un espacio para el ocio, la desconexión y también la información. Evidentemente, no hay nada de malo en que Instagram continúe mostrando imágenes bonitas, casi perfectas, con filtros, selfies y postureo, pero en ningún caso puede ser la única ventana para ver el mundo en el que vivimos.

 

Un ejemplo de fotoperiodismo que documenta la pandemia en diferentes partes del Estado español es el proyecto Covid Photo Diaries, que quiere generar «un discurso independiente de medios e instituciones, plural, descentralizado y con alta calidad», explica Brabo. Como se expone en la web, la iniciativa surgió en un momento difícil para los fotoperiodistas freelance, ya que muchos se quedaron sin encargos ni apoyo económico en el momento en que su labor era más necesaria. Su reacción no fue cruzarse de brazos, sino crear un espacio que se ha consolidado como referencia para entender lo que está pasando a nuestro alrededor a través de la imagen, con historias y textos, unos diarios visuales para construir un mapa interactivo y llevar un registro de la historia reciente. Es posible gracias a los fotoperiodistas Anna Surinyach, José Colón, Judit Prat, Isabel Permuy, Susana Girón, Olmo Calvo, Javier Fergó y el propio Manu Brabo. Se puede seguir en la web y también la cuenta de Instagram @covidphotodiaries.

 

El fotoperiodismo compite con millones de fotógrafos amateurs; por eso, ahora más que nunca, necesitamos fotógrafos que nos abran los ojos y remuevan conciencias.

 

Cita recomendada

OLLÉ, Candela. La necesaria mirada del fotoperiodista. COMeIN [en línea], enero 2021, no. 106. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n106.2103

fotografía;  periodismo;  medios sociales; 
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