Número 16 (noviembre de 2012)

Capital erótico: el poder de la seducción en el proceso comunicativo

Elisenda Estanyol i Casals

La forma en que miramos, el modo en que nos movemos, el tono de voz que utilizamos, la ropa que nos ponemos… todo comunica y contribuye a la imagen que de nosotros se forman los demás. Pero, ¿somos realmente conscientes de ello? Y, lo más importante, ¿hasta qué punto podemos llegar a controlarlo?

Todos nos hemos encontrado con personas que tienen un “no sé qué”: sex-appeal, encanto, carisma, duende... Un nuevo concepto acaba de aparecer para analizar este poder para fascinar y cautivar a los demás: el capital erótico.


Este capital es el resultado de la suma de una serie de elementos que contribuyen a establecer relaciones sociales placenteras: belleza, atractivo sexual, vitalidad, manera de vestir, encanto, sociabilidad y competencia sexual. Así lo describe la profesora de la London School of Economics Catherine Hakim (Honey Money. The Power of Erotic Capital, 2011), quien destaca que va más allá del atractivo físico innato y que se trata de un activo que todo individuo posee en algún grado y que se puede cultivar a lo largo de la vida.


Hakim sitúa el capital erótico como un cuarto activo personal, por detrás de los que había definido el sociólogo francés Pierre Bourdieu: el capital económico (los bienes que poseemos), el cultural (lo que sabemos) y el social (a quién conocemos). Y, como cualquier activo, se convierte en un bien escaso, que tiene un peso también en la economía.


La voluntad de estudiar el grado de incidencia de todos los elementos que influyen en el proceso comunicativo no es nueva. En este sentido, Albert Mehrabian ya apuntó que las palabras sólo transmiten el 7% del mensaje. El resto –y estamos hablando de un 93% de la información-, se cree que llega a través de la comunicación no verbal. De éste, el 55% se atribuye a la presencia física (y al lenguaje corporal) y el 38% al tono y a las modulaciones de la voz. La gestualidad del cuerpo, las expresiones faciales, la ropa y los accesorios, el aroma… contribuyen así a enviar señales a nuestro receptor.


Personajes públicos de todos los ámbitos (deporte, cine, música, política, negocios…) son cada vez más conscientes de su poder de seducción y saben cómo sacarle partido. Sólo hace falta ver un vídeo de Beyoncé, Rihanna, Shakira o Robbie Williams para darse cuenta de que en ocasiones acompañan sus canciones de imágenes sensuales que no están ni remotamente ligadas a las letras. Madonna y Lady Gaga han conseguido llegar más allá y convertirse en auténticas creadoras de tendencias, con un estilo propio transgresor y provocador.


Por lo que se refiere a la esfera pública, mucho se ha hablado también sobre la imagen de los candidatos, que hoy en día se ha convertido en una más de las preocupaciones de sus asesores. El corte de pelo, el color de la corbata, el movimiento de las manos, la mirada… pueden transmitir proximidad, seguridad, poder, confianza… o todo lo contrario. En este sentido, comunicar convicción y coherencia será difícil si las expresiones no acompañan las palabras ni los hechos de quienes ostentan cargos públicos. En la búsqueda por construir una imagen positiva, enérgica y vital, ya no nos sorprende ver a los políticos intentando obtener un rédito mediático de su práctica deportiva.

 


 

 

 

 

 

 

 

 

Conseguir un estilo único e identificable es también algo que han logrado algunos personajes públicos. Por poner sólo unos ejemplos, todos asociamos a Angela Merkel con sus chaquetas de tres botones diseñadas por Bettina Schoenbach –si bien quizá merecerían un análisis a parte…–;  Steve Jobs y sus presentaciones con tejanos, deportivas y jersey negro; la estética inconfundible de Karl Lagerfeld; el total black look de Adele o el urban style de Pep Guardiola.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Y, por lo que se refiere a la ficción, no hace falta decir que el cine, como creador de un imaginario colectivo, ha convertido a actores y actrices en auténticos iconos de seducción. Ahora que por ejemplo se conmemoran los 50 años de la saga del espía más famoso del MI6, no podemos imaginarnos a un James Bond más seductor que tomándose un Martini enfundado dentro de un esmoquin o un impecable traje. Tom Ford ha sido el diseñador del vestuario de la última entrega del agente 007, ya convertido en personaje de culto, hasta el punto que podemos visitar en Londres una exposición centrada en su estilo y que lleva por título Designing 007: 50 years of Bond Style.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Envuelto de polémica, acusado de frivolidad y sacudiendo algunas corrientes del movimiento feminista, el capital erótico se ha convertido en un nuevo foco de atención. El poder de la imagen, de la cinética, de la proxémica, de las trazas auditivas y olfativas pasa así a un primer plano. Y, a su alrededor, una industria multimillonaria dedicada a la moda, la cosmética y la estética personal; un auge de estilistas, asesores personales y coaches, y una redefinición de la nueva  feminidad y de la nueva masculinidad.


Cuando se trata de convencer al otro, se puede llegar a minusvalorar el peso del capital erótico, seguramente por razones culturales y hábitos arraigados con fuerza en nuestra sociedad, que tiende a primar el pensamiento lógico racional por encima de otras capacidades como la intuición, la inteligencia emocional (Goleman, 1995) y las aptitudes sociales. A pesar de ello, si bien somos animales racionales también somos animales relacionales. Howard Gardner ya lo apuntó en su Teoría de las inteligencias múltiples, poniendo de manifiesto que por sí solos los resultados académicos no son, ni mucho menos, garantía de éxito. Gardner definió así ocho tipos de inteligencia: la lingüística, la lógico-matemática, la espacial, la musical, la corporal-cenestésica, la intrapersonal, la interpersonal y la naturalista, y concluyó que es la combinación de todas ellas la que acaba definiendo al individuo.


Si la persuasión intenta convencer mediante razonamientos, la seducción implica mover el deseo y apela a las emociones y a las estructuras más primarias del cerebro, heredadas de nuestro pasado animal. El poder y la influencia del capital erótico pueden resultar en ocasiones del todo inconscientes y difíciles de controlar. Utilizamos las palabras y nuestra fuerza argumental para transmitir información, pero nuestra imagen y nuestro lenguaje corporal también nos delatan, comunicando estados de ánimo e intenciones.

 

 

Cita recomendada

ESTANYOL i CASALS, Elisenda. Capital erótico: el poder de la seducción en el proceso comunicativo. COMeIN [en línea], noviembre 2012, núm. 16. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n16.1277

cine;  comunicación política;  entretenimiento; 
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