Número 31 (marzo de 2014)

Silencios digitales

Eva Ortoll

Un conocido servicio de comunicación digital (WhatsApp) recientemente dejó de funcionar durante unas horas y fue trending topic mundial en Twitter y otras redes sociales. Esta inactividad fue vivida con ansia por muchos de los usuarios de este servicio. Dejando de lado este caso aislado, sabemos que las tecnologías digitales impactan en nuestras vidas y en nuestro bienestar emocional, tal como reflexiona la profesora Amalia Creus en un artículo titulado "Felicidad 2.0".

Estas mismas tecnologías, determinados estudios las han etiquetado como tecnologías entorpecedoras. Ya sea en la esfera privada o en la laboral, los efectos perturbadores del mundo digital no deben menoscabarse. Incluso algunos han sabido sacarles provecho comercial. Una muestra de ello, y de cómo absorben nuestras rutinas, lo ilustran las ofertas hoteleras y de ocio que proponen como reclamo la desintoxicación digital o digital detox. En estos espacios de ocio y descanso no hay lugar para las comunicaciones digitales. Su atractivo radica en pasar un fin de semana (o el tiempo que se considere) sin conexión a Internet y sin cobertura de telefonía móvil, y allí se programan actividades para reencontrarse con la familia, los amigos, equipos de trabajo y, por qué no, con uno mismo. Podríamos decir que son, en cierta medida, una especie de retiros espirituales del siglo XXI.

 

Pero eso no es todo; otras iniciativas aprovechan la moda del coaching para realizar terapias individuales o familiares. Como aquel que lleva a su hijo al psicólogo para superar algún obstáculo, los coach digitales ayudan a los padres a controlar la adicción de sus hijos (o las suyas propias) a las tecnologías. Lo que sorprende es que incluso los mismos desarrolladores de tecnología han creado una app para a smartphones que se llama precisamente digital detox y que ayuda a desconectar el aparato de forma automática durante el tiempo que defina el usuario.

 

En el ámbito laboral algunas empresas multinacionales han instaurado el dia-sin-correo-electrónico para garantizar que sus trabajadores dedican una jornada entera a realizar tareas que requieren un cierto grado de concentración y creatividad, o incluso para ayudar a dichos trabajadores a eliminar la ansiedad y el estrés provocado por las constantes interrupciones digitales y la sobrecarga informativa ligadas a las citadas tecnologías.

 

Los trabajadores, y sus responsables, quizá no tienen conciencia del coste de interrumpir una actividad debido a la pérdida de concentración que supone responder un email mientras se realiza otra tarea, consultar las alertas de RSS, Twitter, o cualquier otro sistema activo o pasivo de información. Un estudio realizado por la multinacional INTEL a sus empleados constató que la avalancha de información digital y de las interrupciones innecesarias, más el tiempo que  se tarda en recuperar el trabajo previo, consumían cerca de un 28% de la jornada laboral de un individuo. El concepto de tiempo de recuperación se refiere al tiempo que una persona tarda mentalmente en situarse de nuevo en el punto que abandonó lo que estaba haciendo, no únicamente en retomar el trabajo. Y ello puede suponer entre 10 y 20 minutos dependiendo del tiempo de la descontinuación. Por ejemplo, una interrupción de 30 segundos puede suponer 5 minutos de recuperación, o incluso, no retomar la tarea que se dejó debido a que el nuevo input que se ha obtenido hace modificar el rumbo o la dinámica del trabajo.

 

Obviamente, existen interrupciones necesarias e intrínsecas al rol profesional, pero no todas lo son. Para las interrupciones consideradas perjudiciales, aplicar cierta disciplina para gestionar el flujo de información que se recibe debido a la comunicación digital puede ser una buena estrategia para minimizar los efectos negativos de las tecnologías entorpecedoras. En algunas empresas se realiza formación a los trabajadores para que aprendan a gestionar el correo electrónico (considerado el principal factor entorpecedor y de sobrecarga informativa en el ámbito laboral), así como el tiempo que se dedica a interactuar en las redes sociales, consultar alertas, noticias, RSS, etc. Un ejercicio sencillo, si nuestro trabajo no requiere responder instantáneamente los correos electrónicos, consiste en establecer unas horas fijas de nuestra jornada para consultar el buzón de entrada, dejar en silencio el móvil, decidir en qué franjas horarias se contestaran los mensajes, decidir los espacios que dedicaremos a leer información del exterior, etc. Pero estas estrategias las dejaremos para otro artículo.

 

¿Quiere decir todo esto que debemos renunciar a la comunicación digital y a la información que nos llega del entorno? Por supuesto que no. Las interacciones sociales son deseables y forman parte de la propia condición humana. No vamos a perder el placer de compartir y de conversar, mucho menos las oportunidades de cohesión, satisfacción y proyección que nos proporciona  la comunicación con los otros (aunque sea digitalmente). Tampoco debemos renunciar a la interacción con los recursos de información externos, tan  necesarios para garantizar la innovación, la competitividad y la adaptación al entorno. Ahora bien , aquello que necesitamos es saber gestionar estas interacciones de una manera inteligente para no perder profundidad en aquello que realizamos, no estresarnos, no bajar nuestra productividad y, por qué no, para estar de vez en cuando con nosotros mismos.


Para saber más:

 

Booth, F. (2013). The distraction trap: How to focus in a digital world. London: Pearson.

 

Soy, C. (2011). Gestión eficiente del correo electrónico: una experiencia corporativa.  El Profesional de la Información, 20(5): 571-576.

 

Spyra et al. (2005). The Cost of Not Paying Attention: How Interruptions Impact Knowledge Worker Productivity. NY: Basex.

 

Wayne, T. (2014). The 7-Day Digital Diet: a Digital Detox Test: Unplug Twitter and Facebook. Put Off Email and Smartphone. The New Yorks Times (7 feb 2014).

 

Cita recomendada

ORTOLL, Eva. Silencios digitales. COMeIN [en línea], marzo 2014, núm. 31. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n31.1419

gestión de la información;  medios sociales; 
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