Las redes sociales nos han devuelto la capacidad de confiar, cooperar y compartir. Y algunos autores coinciden en que no deberíamos limitar estas actitudes únicamente al ámbito social. En esta línea, empresas como IBM y Boeing ya han aplicado modelos colaborativos para lanzar nuevos productos con resultados exitosos. Compartiendo ideas, recursos y gastos podremos compartir también beneficios.
Cambiar el modelo. Esa es la propuesta para salir de la crisis de algunos autores próximos a las redes sociales y/o la economía del conocimiento como Don Tampscott, Joan Torrent o Dolors Reig. Las viejas fórmulas no sirven. Los recortes y la austeridad que se está aplicando en la mayoría de los países de la UE no están funcionando. Tampoco lo está haciendo el esfuerzo de inversión extra que ha aplicado Obama en los EEUU.
¿Y en qué consiste ese cambio? La solución parece estar en trasladar los modelos de las redes sociales virtuales a la vida económica –a la cultural diría yo–. Si las personas están utilizando las redes sociales para trabajar colaborativamente y compartir ideas y recursos ¿por qué no aplicarlo en todos los ámbitos?
“Collaborare Humanum est” decía Jordi Graells hace poco más de un mes en un Seminario del Programa Compartim del Departament de Justícia de la Generalitat de Catalunya. Algo que Kropotkin ya defendía a finales del siglo XIX aludiendo a la condición innata en el hombre a ayudarse mutuamente. Lo que Isaac Mao ha rebautizado como sharismo basándose en la idea de que la estructura de la red neuronal del cerebro fomenta la idea de compartir por su propia naturaleza. Sea como fuere, lo que sí parece obvio es que no estamos ante algo nuevo en absoluto sino que más bien lo teníamos olvidado y el uso de los medios sociales nos ha hecho recordar.
A principios de este año, en una entrevista concedida a La Vanguardia [21/1/2011] Don Tampscott, el autor de Wikinomics, afirmaba que “compartir es crear riqueza” y ponía como ejemplo el caso de IBM, que entregó 400 millones de dólares en software a Linux y se concentró en desarrollar un negocio multimillonario de hardware ligado a este nuevo software.
Encontramos otros ejemplos similares en la empresa Boeing que ha diseñado colaborativamente un nuevo modelo de avión, el 787 Dreamliner, cuyo primer vuelo tuvo lugar en 2009. En la construcción del 787, Boeing hizo un cambio radical de su tradicional estrategia de diseño e implementación. En este proyecto Boeing buscó socios externos los cuales tendrían la responsabilidad de diseñar y construir una parte del avión, de manera que se creó una red colaborativa entre ellos. Incluyeron compañías de todo el mundo, desde Japón hasta el Canadá pasando por Australia e Italia. El diseño y desarrollo fue una inversión de los socios: ellos hicieron la inversión financiera, se distribuyeron los riesgos y, por tanto, se distribuyeron los beneficios. El tema central de la red de socios de Boeing fue “Lo que es bueno para uno, es bueno para todos”. Pero lo mejor de todo esto es que Boeing venia con un crecimiento marginal negativo desde 2001, pero logró saltar del lugar 71 al 21 en el top 25 de las compañías más innovadoras de la revista BusinessWeek.
Mucho más reciente es el conocidísimo caso de Android (sistema operativo para distintas clases de dispositivos móviles) que combina un conglomerado de fabricantes de hardware y operadores de servicio con una gran comunidad de desarrolladores de aplicaciones perteneciente al núcleo de Linux.
Otras iniciativas de colaboración económica para empresas más modestas, las podemos encontrar en Flattr, donde comunidades de emprendedores y creadores reciben aportaciones colectivas de dinero (micropagos, los denominan) para desarrollar sus proyectos. Una idea inspirada en el crowdfunding (financiación multitudinaria), que ya se viene utilizando en el ámbito de la creación de contenidos culturales y del cine colaborativo.
Pero no nos quedamos aquí; también en la administración pública algunas voces comienzan a apuntar a la colaboración ciudadana para compartir tareas y servicios. En esta línea, Montserrat Tura (exconsellera del Departament de Justícia de la Generalitat de Catalunya) proponía hace un mes en una entrevista en RAC1 medidas menos drásticas a la hora de aplicar los recortes en la sanidad pública evitando atacar los servicios básicos y hacerlo en otros más periféricos como la hostelería. Ponía como ejemplo algo bien sencillo: “si a cada paciente hospitalizado le traen sus familiares el yogurt de la merienda de casa, el sistema se ahorraría miles de yogures diarios. Y ganaríamos todos”.
De todos estos ejemplos se desprende que trabajar colaborativamente y compartir ideas, experiencias y recursos —aunque no es en absoluto una fórmula nueva— es una receta que funciona. El simple éxito de las redes sociales virtuales lo avalan. Sólo hay que reincorporar actitudes y habilidades que ya aplicamos en los entornos de la web 2.0 como nuestra de capacidad de confiar, participar y cooperar. Compartamos: ideas, conocimientos, recursos, infraestructuras, incluso gastos, para que más adelante… podamos compartir también beneficios.
Cita recomendada
SANZ MARTOS, Sandra. Compartir para salir de la crisis. COMeIN [en línea], noviembre 2011, núm. 5. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n5.1118
Profesora de Información y Documentación de la UOC