Número 8 (febrero de 2012)

Megaupload, y el día de la marmota de los derechos de autor

Alexandre López-Borrull

Recuerdo cuando daba clase para futuros químicos en una universidad presencial; cuando tocábamos el tema de la propiedad intelectual e industrial, hacía levantar la mano a todos aquellos alumnos que querrían patentar alguno de sus inventos, como por ejemplo un medicamento nuevo o un proceso químico innovador. La mayoría levantaban la mano. A continuación, mientras tenían la mano levantada, les pedía que aquellos que descargaran o hubieran descargado alguna vez un archivo de la red de forma ilegal, bajaran la mano. También, la mayoría las bajaban. ¿Era una paradoja? ¿Era una incoherencia fruto de la juventud? No lo creo, más bien son las dificultades de la época en que les ha tocado vivir.

Porque sí, y de aquí el título del artículo, el asunto Megaupload parece el día de la marmota, fecha muy señalada estos días. ¿Cuándo hemos vivido una cosa similar? Pues sí, con Napster. Las velocidades de descarga reales (no las anunciadas) tuvieron, a finales del siglo pasado y principios de este, un debate y una realidad ligada a los archivos sonoros (mayoritariamente los de formato reducido, como el mp3). Quizás en aquel caso, sólo había una gran empresa que se vanagloriaba de lo que había conseguido. Napster cayó y ahora ha caído Megaupload, pero ahora ligado básicamente a películas y series, formato audiovisual que pesa más, mucho más, también a nivel económico.

 

Pero, ¿aprendimos algo del caso Napster? Pues parece que no. La principal conclusión en aquel momento fue que el P2P descentralizado era muy difícil de controlar. ¿Y qué hicieron los de Megaupload? Crear un servidor donde todo el mundo colgaba de todo. Con la previsión de que el “safe harbour” (literalmente puerto seguro, extraoficialmente “estoy a casa, salvado”) viene a decir que si se demuestra la buena fe en algunos delitos, estos no lo son. En el caso de los proveedores de Internet, todo pasaba porque si los poseedores de derechos de autor decían que se estaba infringiendo en algún archivo, página o forma de comunicación pública la  Digital Millennium Copyright Act (DMCA), a partir de atender la denuncia y eliminar los enlaces y los archivos, el proveedor restaría seguro. Pero la realidad siempre es más compleja.

 

Tan compleja que se tensiona la sociedad en un debate donde siempre hay los mismos en las mismas trincheras, por lo cual no es un debate sino un intercambio de argumentarios, donde nadie parece querer entender a la otra parte. Y todo se sitúa en los blancos y los negros. Y los grises, que antes sí que daban miedo, ahora nadie los escucha. Y los profesionales de la información permanecemos en este gris. Porque entendemos las posturas de los dos bandos, y aún así intentamos estar en el debate proponiendo fórmulas de las que nadie hace caso. Quizás que en la Sociedad de la Información alguien empiece, pues, a hacer caso de los profesionales del ramo. Así, siempre permanecemos en la tensión entre los usuarios que legítimamente quieren acceder al máximo número de contenidos y los creadores de contenidos que también legítimamente, no lo olvidemos, defienden sus intereses y su trabajo.

 

Y, en este sentido, hará falta aprender, y que los legisladores y las empresas entiendan, que los intermediarios son responsables en parte, pero que hace falta, sobre todo, que se pueda discriminar mejor quién, y quién no, está infringiendo la ley. Porque desgraciadamente, cuando no se mejora y cambia el modelo de negocio, cuando no se puede dar un valor añadido (como sí hacen ahora las empresas de la música vía conciertos y otras herramientas de marketing, como por ejemplo hacemos las universidades con los contenidos en abierto) a un archivo, sólo el archivo es el modelo de negocio. Y cuando haya el 3D a los hogares, entonces los cines tampoco podrán ofrecer nada nuevo. Y volvemos al modelo de pensar que cualquier espacio, sea un CD, o un espacio a un servidor, es susceptible de guardar archivos que infringen los derechos de autor. Ante la duda, y sobre todo la incapacidad de poder perseguir los infractores, todos culpables. Y por este camino perderemos múltiples capacidades de intercambio de documentos e ideas, y conocimiento.


Aprovecho también este artículo para expresar algo de lo que no se habla nunca en este debate. Yo, para que se entienda la analogía, soy de un barrio donde siempre hay, también, el eterno dilema entre el derecho al descanso y el derecho al ocio. ¿Qué derecho pasa por encima del otro? Lo mismo sucede aquí entre el derecho de autor y el derecho a la información. Y a menudo para romper este círculo vicioso, haría falta hablar también de los deberes. Porque al final los debates sólo son de derechos, y hace falta hablar también de deberes. Republicano como soy, ya me está bien.

 

¿Los autores tienen deberes, también, o sólo derechos? ¿Tiene sentido que un músico se baje películas, y que un actor escuche canciones grabadas de Internet? ¿Empezamos a hablar sobre los deberes que los autores tienen? ¿Tienen el deber de favorecer el consumo y ser lo más económicos posible? ¿Tienen el deber de respetar los derechos de los otros? ¿Tienen el deber de encontrar fórmulas alternativas más económicas ofrecidas desde el sector productor, o continuarán tirando del carro los espabilados innovadores? Cuando se acaba yendo a los tribunales, siempre hay una impotencia manifiesta. En este caso, no haber sabido (o querido) crear una alternativa de pago. Porque posiblemente a la gente tanto le da pagar una cuota a Megaupload o a un portal del sector que haga lo mismo. ¿Por qué tener miedo?

 

Como decía el otro día en una entrevista para la UOC, hace unos años nos preguntamos cuánto pagaríamos por escuchar canciones. La respuesta fue que poco, pero que seríamos capaces de hacerlo. Ahora hará falta hacer la misma pregunta para series y películas.

 

Si en el futuro no se quiere que haya derechos de autor, o se hace una reconversión ingente del sector o no seremos capaces de romper esta dinámica. Pero claro, si la economía del conocimiento que los gurús y entendidos pronostican, no encuentra un modelo de negocio alternativo, ya lo encontrarán avispados como Kim Dotcom. Pero, por favor, no hagamos mártires a quienes no toca. Y si el mártir son los miles de usuarios sin poder acceder a sus archivos, de acuerdo, pero no a quienes han hecho millonarios por unos contenidos que no han creado.

 

Y apuntamos, finalmente, a los libros electrónicos como próximo campo de batalla. Y en un futuro, serán posiblemente nuestros contactos  porqué, ¿cuánto pagaríamos por una buena red de contactos? La respuesta, para quien quiera los derechos de autor.

 

Cita recomendada

LÓPEZ-BORRULL, Alexandre. Megaupload, y el día de la marmota de los derechos de autor. COMeIN [en línea], febrero 2012, núm. 8. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n8.1209

cine;  cultura digital;  documentación;  televisión; 
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