Dirigida por Pablo Larraín, protagonizada por Gael García Bernal y nominada al Óscar a la mejor película de habla no inglesa, acaba de estrenarse en España No. El film recrea la gestación de la campaña publicitaria que derrocó a Pinochet.
En 1988 Chile vivía bajo el yugo de la dictadura de Augusto Pinochet, iniciada en 1973 con el sangriento golpe de Estado que puso fin al gobierno constitucional de Salvador Allende. La presión internacional había llevado al dictador a buscar cierta legitimación democrática a través de un plebiscito nacional, previsto por la Constitución de 1980 que él mismo había instaurado. De vencer el muy previsible sí, Pinochet seguiría en el poder ocho años más, entre 1989 y 1997. Sorprendentemente unidas, las fuerzas de la oposición supieron aprovechar esa rendija de aliento democrático que abría el plebiscito para orquestar una hábil campaña publicitaria a favor del no.
En el film No (2012), Pablo Larraín narra la astuta concepción de esa campaña y su voluntariosa implementación contra viento y marea a través de la figura del ejecutivo publicitario René Saavedra (Gael García Bernal), hijo de exiliados pero relativamente acomodado a las bondades del capitalismo restituido por la dictadura. Una historia muy sugerente –basada en una obra teatral de Antonio Skármeta– que Larraín potencia jugando a fondo tres bazas.
La primera, el empleo de viejas cámaras de vídeo ochenteras para el rodaje de la película. De este modo, se acentúa enormemente la sensación de realidad y se integran sin fisuras las imágenes de archivo de la época, hasta el punto que resulta difícil diferenciarlas de las grabadas ex novo para el film.
La segunda, un reparto sencillamente perfecto. Al mexicano Gael García Bernal –con un más que aceptable acento chileno– le bastan los segundos iniciales de la película para dibujar con trazo fino un personaje fascinante que va ganando complejidad a medida que avanza el metraje y que mezcla de forma muy creíble desarmante vulnerabilidad y aplastante convicción. Sus duelos actorales con Alfredo Castro, que interpreta a su jefe en la agencia (uno de los principales asesores de la campaña oficialista por el sí), resultan memorables. Las escenas que comparten García Bernal y Antonia Zegerz rezuman una mezcla de ternura y de resignación genuinamente emotivas.
Y la tercera baza, el tono de la película. Pese al dramatismo de la situación descrita y a la trascendencia de los hechos narrados, Larraín opta por dar a su film un tratamiento ligero, sutil, con numerosas notas de comedia. No se recrea en las aristas trágicas de la dictadura chilena pero las evidencia con apuntes certeros y efectivos. Es una opción arriesgada, pero que se revela plenamente acertada y felizmente coherente con el espíritu la campaña publicitaria que nos explica No. Una campaña que, en lugar de atacar las atrocidades cometidas por el régimen de Pinochet, prefirió brindar a los chilenos un mensaje esperanzador: la alegría volverá a Chile tras el paréntesis dictatorial.
En el contexto político-económico en el que vivimos actualmente, no está nada mal que alguien nos recuerde que la esperanza vende y que los mensajes positivos convencen, puesto que no vamos nada sobrados de los unos ni de la otra. Pero para quienes prefieran darse un chapuzón en los pestilentes lodos de la corrupción, esta semana se estrena La trama (Broken City, 2013), otra muy recomendable película que, junto con No, constituye un excelente programa doble para los apasionados de la comunicación política.
Cita recomendada
LALUEZA, Ferran. Publicidad liberadora. COMeIN [en línea], febrero 2013, núm. 19. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n19.1311