La victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales del 5 de noviembre de 2024 y el consiguiente nombramiento del propietario de X, Elon Musk, para dirigir una agencia denominada Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés) han provocado un nuevo éxodo de esta plataforma. El anterior se produjo en octubre de 2022 tras la compra de Twitter (ahora X) por parte de Musk.
El año 2024 volvió a poner en el foco de atención el debate en torno a la responsabilidad en los social media. Y es que –aunque las redes sociales nos ofrecen muchas posibilidades y opciones de comunicación– la apertura de la participación pública, el gran alcance que pueden obtener los mensajes y la facilidad de consumo de los formatos que circulan en estas plataformas nos sitúan ante nuevos riesgos. Todo un reto con muchísimas derivadas.
La ciencia es, por su propia naturaleza, un vasto campo de indagación. Es libre y avanza a la velocidad del pensamiento humano. Sin embargo, como fenómeno sociocultural y universal, no puede existir sin el apoyo, ya sea directo o indirecto, del Estado. Se requieren fondos y recursos para los descubrimientos que nos ayudan a comprender mejor el mundo que nos rodea.
Entre todas las dudas y debates sobre si continuar en la red Twitter/X, me encuentro reflexionando sobre mi propia decisión. No porque mi decisión sea relevante, sino porque bebe de un posicionamiento ligado a mis áreas de investigación. Sí, me fui de Facebook (o lo dejé ir). Sin embargo, en ese caso, no fue por posicionamiento ideológico.
El estreno de una película honesta y llena de vigor como El 47 (Marcel Barrena, 2024), producida por Mediapro Studios, ha disparado muchas discusiones sobre la lengua y la inmigración en Cataluña, pero no tantos debates sobre las luchas vecinales que se sucedieron durante años en diferentes barrios de Barcelona, cómo es el caso de Torré Baró en el caso del film. Un autobús y un trayecto inimaginable hasta la cima de un cerro se convierten en el McGuffin para coser emocionalmente el vínculo roto entre ciudad y periferias.
Las elecciones presidenciales entre Harris y Trump han trascendido los mítines y debates televisivos. Las redes sociales son la nueva arena, donde la viralidad, la inteligencia artificial (IA) y los influenciadores dominan el juego.
Kamala Harris no necesita presentación. A pesar de su singularidad, en su aspecto físico no es muy diferente de cualquier otra mujer profesional que puedas encontrarte en una gran ciudad de cualquier parte del mundo. Harris nació en Estados Unidos, en el seno de una familia intercultural de origen indio y jamaicano.
Las instituciones del ámbito local son las que tienen un contacto más directo con la ciudadanía y las que desarrollan una gran y variada actividad en lo que a protocolo y actos se refiere. Se trata de eventos que recogen las costumbres y peculiaridades del territorio y que, en muchos casos, combinan tradición y modernidad. De ahí la importancia de que cada entidad cuente con un protocolo propio que sistematice estos eventos y que recoja sus singularidades.
La presentación institucional de la Copa América de vela escenificó una vuelta al consenso de la Transición. También la recuperación de una simbología que apela al espíritu de los Juegos Olímpicos del 92 como mito fundacional de la España contemporánea.
El pasado verano el concepto de tradwife inundó las redes sociales españolas tras la viralización de algunas de las publicaciones en TikTok de la creadora de contenidos Roro Bueno en las que aparecía cocinando para su pareja. Hasta aquí, todo puede sonar inofensivo y banal, si no fuera porque dichos contenidos se enmarcan en un fenómeno mucho más amplio y global de mujeres que ensalzan los roles de género tradicionales, aquellos relacionados con las tareas de cuidados y el trabajo reproductivo, reivindicando el retorno de las mujeres a la esfera doméstica, mientras que los varones se enaltecen como los abastecedores económicos.