Volvía hace unas semanas de un congreso relacionado con la divulgación científica donde habíamos estado tratando, como uno de los temas relevantes, el uso de la inteligencia artificial (IA) generativa. Pensaba, no por primera vez, que su capacidad –no solo como herramienta ofimática, sino como fuente de información y tratamiento de datos– podía ser una gran aliada para la investigación. Pero, como con cada ganancia tecnológica, hay que darle la vuelta y plantearse qué consecuencias puede tener y si son las que queremos (o cómo podemos revertir aquello que no podemos controlar). Pero vayamos por partes.
Desde 2020, junto con Elisenda Ardèvol y Sandra Martorell, hemos analizado las narrativas sobre la crisis climática, primero en Instagram y ahora en TikTok, ampliando después el equipo con Ona Anglada. Nuestra investigación es principalmente cualitativa y se centra en personas creadoras de contenido medioambiental y/o sostenibilidad en las redes. En este artículo, nos gustaría compartir algunas de las reflexiones y conclusiones extraídas de nuestro trabajo de campo, que pueden ser útiles para las nuevas maneras de comunicar sobre la crisis climática, en relación con un artículo publicado hace unos días en eldiario.es, con el cual intentaremos establecer un diálogo.
La ciencia es, por su propia naturaleza, un vasto campo de indagación. Es libre y avanza a la velocidad del pensamiento humano. Sin embargo, como fenómeno sociocultural y universal, no puede existir sin el apoyo, ya sea directo o indirecto, del Estado. Se requieren fondos y recursos para los descubrimientos que nos ayudan a comprender mejor el mundo que nos rodea.
Entre todas las dudas y debates sobre si continuar en la red Twitter/X, me encuentro reflexionando sobre mi propia decisión. No porque mi decisión sea relevante, sino porque bebe de un posicionamiento ligado a mis áreas de investigación. Sí, me fui de Facebook (o lo dejé ir). Sin embargo, en ese caso, no fue por posicionamiento ideológico.
La manipulación de la información es una de las principales lacras de la actualidad. En esta revista, hemos visto cómo afecta la cobertura de los conflictos bélicos, la política, las crisis sanitarias, etc. Aun así, también tiene una incidencia perversa en determinados colectivos vulnerables y mayoritariamente desconocidos, como el de las personas con el trastorno del espectro autista (TEA).
En el marco del proyecto de investigación titulado EsDigital: Educación social digital, del Programa Estatal de Generación del Conocimiento, hemos elaborado un libro blanco sobre competencias digitales para docentes interesados en la temática. El Libro Blanco: competencias en educación social digital orientadas a una ciudadanía digital y la participación juvenil puede descargarse libremente aquí.
Bertolt Brecht se preguntaba «¿qué tiempos son estos en los que tenemos que defender lo obvio?», y a menudo pienso que estamos volviendo a esta cuestión. Me explicaré con más detalle a lo largo de este artículo, donde mezclaré opinión y visión de futuro con algunos datos extraídos del presente. Me sabe mal acabar el curso académico con una visión un tanto pesimista, pero nuestros tiempos, como decíamos, no parecen augurar un futuro mejor.
Si tuviéramos que elegir una especialidad de la comunicación que haya experimentado un crecimiento exponencial en los últimos años, tanto en cuanto a su grado de profesionalización como con respecto al grado de inversión recibida, esta sería la comunicación interna.
A veces la casualidad sitúa dos eventos en un tiempo próximo y te hace ver las cosas con una nueva perspectiva. En este caso, y este será el tema de este artículo, hablaremos de la primera condena por fake news y el futuro de Twitter. De todo ello me gustaría comentar algunos aspectos que me parecen interesantes.
En octubre de 2019, publiqué un artículo sobre DORA (Declaration on Research Assessment, la declaración de San Francisco sobre la evaluación de la investigación) en el que hablaba de las implicaciones que tenía la firma de esta declaración por parte de la UOC. Muy sintéticamente, DORA critica las limitaciones del factor de impacto y, de un modo más general, denuncia una evaluación de la ciencia basada en ideas de excelencia exclusivistas, bibliométricas y mecanizadas.