La ciencia es, por su propia naturaleza, un vasto campo de indagación. Es libre y avanza a la velocidad del pensamiento humano. Sin embargo, como fenómeno sociocultural y universal, no puede existir sin el apoyo, ya sea directo o indirecto, del Estado. Se requieren fondos y recursos para los descubrimientos que nos ayudan a comprender mejor el mundo que nos rodea.
Sin embargo, la ciencia de hace un siglo no era la misma que la actual, al igual que el panorama mundial. En las últimas décadas, el auge de los regímenes autoritarios y la decadencia de los sistemas democráticos han revelado un desequilibrio de fuerzas e influencias.
Con el desarrollo de los derechos de tercera generación en las décadas de 1970 y 1980, se estableció un nuevo nivel de conciencia pública sobre la importancia del principio de la supremacía de los derechos y libertades, que a su vez impulsa el mejor desarrollo sociocultural. No obstante, la cuestión crucial es cómo medir ese «mejor desarrollo sociocultural». Para la Alemania nazi, por ejemplo, esto se manifestaba en la purificación racial. Para la Unión Soviética, era ganar la carrera espacial a cualquier costo, mientras prohibía la sociología y la demografía. Para los Estados Unidos, se trataba de consolidarse como la superpotencia mundial.
¡O tempora, o mores! En la actualidad, países como Irán y Arabia Saudita apoyan la investigación en campos militares y tecnológicos, pero prohíben el trabajo en áreas que consideran ideológicamente perjudiciales para los fundamentos religiosos o políticos de sus regímenes. Toda Europa se enfrenta a una ola masiva de extrema derecha, populismo y una batalla interminable contra las fake news. Mientras tanto, en el otro lado del planeta, en China, junto con otros países como Egipto, Corea del Sur y Vietnam, se ha convertido en la quintaesencia de un autoritarismo muy particular: el autoritarismo medioambiental. Este sistema ha emergido, según numerosos autores, como una respuesta al cambio climático. De hecho, la verdadera catástrofe radica en que regímenes autoritarios, en nombre del cambio climático, no solo imponen leyes que pueden violar los derechos humanos, sino utilizar la ciencia para justificar sus acciones y consolidar su poder, manipulando el conocimiento científico para legitimar medidas represivas y restrictivas.
Autoritarismo medioambiental y relato
De hecho, uno de los mecanismos más penetrantes es la comunicación. La manera en que la narrativa científica y medioambiental configurada desde los gabinetes y los ministerios se amolda para legitimar la ideología del Estado. El manejo del flujo de la información, la institución de la censura y la producción tecnocrática del conocimiento estrechamente ligada con los intereses del régimen autoritario generan no únicamente una nueva forma de poder, sino que modifican los postulados científicos. La narrativa se convierte en una herramienta de control y la comunicación en la estrategia de propaganda esencial. En este contexto, la creación de un consenso artificial desde la verticalidad sobre la forma de combatir el cambio climático perpetua dos grandes aspectos: el modo en que se articula el discurso bajo un autoritarismo medioambiental y el acceso a la información. Así, aislando los factores reales y las consecuencias más inmediatas de lo mediático, los regímenes autoritarios se presentan como una alternativa viable a la democracia, destacando la incapacidad de esta última para abordar eficazmente el cambio climático, evidenciado por problemas persistentes como el continuo aumento de los gases de efecto invernadero, la contaminación, el incremento de las temperaturas globales, la pérdida de biodiversidad y la escasez de agua, entre otros.
El autoritarismo pretende aprovecharse de esta situación para ganar legitimidad. Su legitimidad puede ser simple pero devastadora: si la base se fundamenta en la toma de decisiones más rápidas, que no requieren apoyo de la sociedad ni pasan por procesos deliberativos como en una democracia, entonces, la coacción se convierte en el aspecto principal y la base para la justificación del bien común «en nombre del cambio climático». Sin embargo, surge una pregunta clave: ¿puede haber un verdadero bien común basado en la coacción que viola los principios fundamentales de los derechos humanos?
Para saber más:
CHESLER, Angela; JAVELINE, Debra; PEH, Kimberly; SCOGIN, Shana (2023). «Is Democracy the Answer to Intractable Climate Change?». Global Environmental Politics, vol. 23, no. 4, págs. 201-216. DOI: https://doi.org/10.1162/glep_a_00710
FRITSCH, Matthias (2023). «Climate Change and Democracy». En: G. Pellegrino y M. Di Paola (eds.). Handbook of the Philosophy of Climate Change, págs. 1001-1026. Springer International Publishing. DOI: https://doi.org/10.1007/978-3-031-07002-0_142
GILLEY, Bruce (2012). «Authoritarian environmentalism and China’s response to climate change». Environmental Politics, vol. 21, no. 2, págs. 287-307. DOI: https://doi.org/10.1080/09644016.2012.651904
KOCH, Natalie (2024). «Authoritarian regimes and the environment». En: Research Handbook on Authoritarianism, pàg. 213-229). Edward Elgar Publishing.
Citación recomendada
KULAEVA, Zarina. «Las sombras del autoritarismo medioambiental en nombre del cambio climático». COMeIN [en línea], diciembre 2024, no. 149. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n149.2483
Estudiante del doctorado de Derecho, Política y Economía de la UOC
@SapereAude_99