A veces la casualidad sitúa dos eventos en un tiempo próximo y te hace ver las cosas con una nueva perspectiva. En este caso, y este será el tema de este artículo, hablaremos de la primera condena por fake news y el futuro de Twitter. De todo ello me gustaría comentar algunos aspectos que me parecen interesantes.
En primer lugar, y aunque sea anecdótico, añado el tuit del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña.
Juicio #conformidad para un acusado de usar redes sociales para publicar informaciones falsas y discriminatorias. Acepta 15 meses de prisión, multa 9 meses a 6 euros diarios e inhabilitación especial para profesión u oficio educativo, docente, deportivo por 5 años sobre la pena
— TSJCat (@tsj_cat) November 8, 2022
Tuit del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña
Font: Twitter/@tsj_cat
En segundo lugar, la lectura que se ha hecho en muchos lugares de que era el primer juicio por divulgar fake news es atractiva, pero deja de lado otros muchos antecedentes relacionados con las calumnias de determinados medios digitales, como en el caso de Ada Colau. Precisamente, aquí radica parte del problema, como es el hecho de que la condena es, en realidad, por difamación a un colectivo vulnerable y por el uso de internet, no por su creación y divulgación. Esta dificultad de ajustar el delito penal fue muy bien descrita en una nota de la Secretaría Técnica de la Fiscalía General del Estado llamada «Tratamiento penal de las “fake news”», en la cual ya describía que, en función del tipo de fake news, habría que considerarlos, entre otros, como delitos de odio (como es en este caso), como injurias y calumnias (como en el caso anterior de Ada Colau), o también por delitos contra la salud pública, como en el intento de denuncia a Josep Pàmies y Dolça Revolució por parte del Consejo de Colegios de Médicos de Cataluña (CCMC).
Por cierto, hay que dejar claro que hablamos de alguien que ha creado y divulgado un rumor, no de alguien que lo ha retuiteado o le ha dado veracidad, sino del creador de una mentira con contenido audiovisual para darle más fuerza y capacidad de viralización. Como fake news es perfecto, pero como difamación de un colectivo vulnerable, también. ¿Por qué? Este mensaje fue como echar leña al fuego en un entorno ya muy caldeado como era Canet de Mar durante los años 2019 y 2020. Recordemos que en torno a los menores no acompañados ya había habido intentos de agresión en la casa donde residían, pero el desencadenante de la creación de la mentira es una violación, real, ocurrida en Canet. De hecho, en el tuit, que no reproduciremos, lo que se hace es señalar que aquí podéis ver el vídeo de la agresión. Porque hubo una grabación de la violación, aunque no se ha hecho pública.
Así pues, lo que es más duro es cómo las casi 22.000 visualizaciones mostraban una mezcla de emociones (miedo, sorpresa, indignación, rabia, morbo), todas ellas alimentadas por lo redactado. A partir de la indignación, la agenda oculta (en absoluto oculta en este caso) de aprovechar para cargar contra los menores y también contra el Gobierno que lo permite e incluso «financia» estos delitos.
Por lo tanto, como fake news, lo tenía todo, difamación, creación de odio hacia un colectivo (y además vulnerable), y todo esto le daba unas posibilidades de viralización altísimas. Finalmente, el vídeo, que, como ya se ha explicado ampliamente, se produjo en China, es escalofriante, por era inevitable que corriese por las redes como la pólvora. En general, juicio de conformidad, porque no tenía donde agarrarse su defensa. Como en todo, precedente sí, pero también con un límite, donde no había ningún colectivo ni dudas sobre la libertad de expresión del condenado, porque las libertades fundamentales habían sido quebrantadas.
Más allá del caso concreto, en el plano mediático, ha supuesto una nueva oleada de reflexión sobre la desinformación y una oportunidad para proporcionar mensajes que ayuden a identificarla. Y, también, como reflexión de que internet es un entorno regulado por la ley. Y, ahora sí, el vínculo con el debate sobre cómo será Twitter.
En primer lugar, ya dejo claro que no me pillaré los dedos sobre lo que hará Elon Musk. Un artículo puede quedarse obsoleto al cabo de una semana de haberse escrito cuando hablamos sobre qué pasará con Twitter.
En cambio, me gustaría centrarme en cómo este debate y reflexión me ha llevado al final del siglo pasado, cuando Robin Mackenzie en 1998 escribía un artículo titulado «WWW: World Wide Web or Wild Wild West? fixing the fenceposts on the final frontier: Domain names, intellectual property paradigms and current disputes over the governance of the internet». Si recordamos aquellos tiempos, la tensión en internet provenía de la cuestión de la propiedad intelectual, de los contenidos pirateados, Megaupload, Napster, del hecho de que se creaban nuevos modelos de negocio (la mayoría ilegales) hasta llegar a lo que serían Netflix o Spotify, por poner dos ejemplos. ¿Volvemos a estar en el mismo lugar? No, las leyes se cumplen en entornos presenciales o virtuales, otra cosa es que, de nuevo, la justicia sea lenta para resolver, pero también para tipificar, nuevas realidades.
Contenido creado por los usuarios, desinformación y el futuro de Twitter
Sí, las cosas han cambiado. Ya no hablamos de cómo consumimos los contenidos creados por los profesionales, el gran cambio es que ahora nos referimos a los contenidos creados por los usuarios, las redes sociales y plataformas que nos han empoderado dándonos, también, la posibilidad de desinformar. Lo vimos con la COVID-19, en procesos electorales, y lo vemos demasiado frecuentemente en el caso de los sectores contrarios al cambio que proponen, entre otros, el feminismo o la lucha contra el cambio climático.
Y es aquí donde el debate sobre el futuro de Twitter tiene cabida. Porque pienso que no es ajeno a este debate sobre la desinformación. Porque pienso que no estamos hablando solo de la viabilidad de Twitter, sino también de modelos de negocio. Y de esto los académicos sabemos. Cuando se habla de pagar para poder difundir contenidos, la gente se lleva las manos a la cabeza, mientras que al colectivo investigador se nos hiela la sangre pensando, «Oh, no, ¿aquí también?».
Pero más allá del tema económico, también está el hecho de saber si la tensión entre la libertad de expresión y la libertad de desinformación puede encontrar un equilibrio. No solo para que la gente continúe entrando a las plataformas, sino para que todo esto tenga sentido. La curación de contenidos es más cara y resulta menos rentable, pero verter toda la basura en nombre de la libertad de expresión tiene unas consecuencias en el plano social que no se justifican porque el pobre Musk tenga beneficios, no vaya a ser que cierre Twitter y este vaya al cielo de las plataformas junto a Myspace, MSN Messenger, Tuenti y Google +, haciendo chistes de algoritmos.
Y es en este momento, en el que no sabemos el camino que pueden tomar las redes sociales, cuando me ha parecido esperanzador que una sentencia levante la mano y recuerde que la desinformación puede ser delito bajo muchas formas, y que no puede haber unas reglas de juego globales sin tener en cuenta las legislaciones. Seguiremos dándole vueltas, pues estudiar las redes sociales es vivir también en las contradicciones, al encontrar días en los que el lado oscuro ha eclipsado sus ventajas comunicativas, y en la injusticia de una desinformación que se carga el trabajo de años de organizaciones y administraciones. Sepamos encontrar la proximidad del estudio y la distancia del análisis.
Citación recomendada
LÓPEZ-BORRULL, Alexandre. «Condenas por ‘fake news’ y el futuro de Twitter: a trancas y barrancas». COMeIN [en línea], noviembre 2022, no. 126. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n126.2276