Mucho se ha hablado –y se seguirá hablando– sobre el impacto en la vida adulta de los niños que crecieron entre los focos del cine, la televisión y la industria del espectáculo. Y en particular: sobre qué fue lo que vivieron o dejaron de vivir en sus infancias, lo que supuestamente les impide vivir una vida adulta sana y equilibrada. Seguro que de inmediato se os viene a la mente algún caso. Saludos a Macaulay Culkin. Y recuerdos para Kailia Posey.
Estas infancias no distan mucho de lo que viven hoy en día los pequeños influencers o los hijos de influencers, que son protagonistas de los contenidos que producen sus padres. A diferencia de los actores, los influencers tienden a la autoficción, interpretan un personaje que suplanta su identidad y que desdibuja, aún más, las líneas de separación entre el personaje público y la identidad personal. Un formato que no dista mucho de los programas de telerrealidad.
La sobreexposición de los niños influencers ha tenido menos debate público que el de los niños actores. En parte, porque los niños influencers apenas se están haciendo adolescentes y adultos. Adolescentes o adultos famosos sobre quienes caerá todo el juicio público de lo que se espera de ellos. Pero la ficción sí que nos puede mostrar el posible impacto personal en el futuro de los niños influencers.
Al menos este es el tema de la novela Los reyes de la casa (Anagrama, 2022), de Delphine de Vigan. La historia trata de una creadora de contenidos, que empieza su aventura en las redes sociales con un canal de YouTube, en el que muestra la vida de su hija Kimmy, que entonces tenía 2 años, y su hermano mayor Sammy. Advertimos de que el texto que sigue presenta spoilers.
En la novela, cuando la niña tiene 6 años, desaparece misteriosamente. Y su desaparición sirve de excusa para contraponer diferentes puntos de vista sobre la sobreexposición de los niños en la red y sus consecuencias a corto y largo plazo.
La madre, evidentemente, dice que solo quiere que sus hijos sean felices, que hagan felices a los demás, que los niños graban todos los vídeos voluntariamente y porque les gusta. Dice que son «los reyes de la casa». Y no ve ningún dilema ético en su doble rol de productora y madre. Y ningún dilema ético en cómo los canales, en los que comparte la vida de sus hijos, le han servido para lograr su sueño de volverse famosa. Ni cómo su familia depende totalmente de los ingresos que genera con los vídeos, que graba de sus hijos, para mantener su nivel de vida. Aunque, a veces, reconoce que hay un precio que hay qué pagar por ser famosos.
Por otro lado, sus haters, la policía, los abogados, los periodistas y hasta el narrador de la novela dan buena cuenta de los peligros a los que se expone a los niños influencers. Las consecuencias legales y los dilemas éticos de la sobreexposición de las vidas de los niños influencers.
La infancia robada
Los haters del canal argumentan que esos padres les están robando la infancia a sus hijos, que no les permiten ser niños; jugar a lo que quieran, compartir con sus amigos, o tener tiempo para algo tan importante, en la definición de la identidad, como aburrirse. En efecto, los vecinos de la familia dicen que su madre no les permite jugar con los otros niños del condominio y que se pasan todo su tiempo libre grabando vídeos.
Desarrollo de la identidad
Los canales de la familia imponen una rivalidad tóxica entre los hermanos. Kimmy es la preferida del público y el centro de atención del canal. Sammy se esfuerza por complacer a su madre y al público. El narrador de la novela describe cómo el personaje que representa Sammy, en el canal de YouTube, fue colonizando sus juegos, su estilo personal y hasta su forma de hablar, marcado por lo que interesaba al público y satisfacía a su madre.
‘Bullying’
El canal tenía muchos seguidores, que le demostraban todo su amor y su admiración a la familia, pero también muchos haters. Los niños tenían que lidiar con el impacto emocional tanto de las demostraciones de afecto de sus fans como de sus haters. Kimmy habla de cómo su madre los humillaba con lo que los ponía a hacer en el canal. A raíz de esas actuaciones había «insultos, parodias y motes. Oleadas de odio y sarcasmo» (p. 292). De los haters online se pasaba también al bullying en el colegio. Sus compañeros se burlaban de lo que hacían en los vídeos, y de los personajes que representaban en las redes. Kimmy se quejaba de que mucha gente creía conocerla mejor que ella misma.
La explotación infantil
Desde el primer momento del secuestro, la policía identifica a los padres como principales sospechosos. Su doble rol de padres y productores, junto con la posibilidad de tener más audiencia en el canal, a raíz del secuestro, no los ayuda. Los padres tienen el deber de educar y velar por el bienestar de sus hijos; pero en el caso de Kimmy y Sammy, para sus padres también son una mina de dinero. Para la policía, sus padres (o al menos uno de ellos) podrían haber pasado, una vez más, por encima del bienestar de los niños, en busca de más audiencia.
La dependencia de los padres
El psiquiatra de la novela argumenta que la dependencia emocional, legal y económica de los niños hacia los padres, y el nivel de madurez propio de su edad, no les permite a los niños decidir autónomamente si quieren grabar otro vídeo más o si en realidad quisieran hacer otra cosa. Los niños no se han convertido en influencers por deseo propio y auténtico, pues «se ha condicionado el deseo del niño desde su más tierna edad» (p. 330).
Justicia por mano propia
La policía también considera la posibilidad de que alguno de los haters del canal haya decido liberar a la niña de lo que considera una vida de cautiverio y que, para hacerlo, la haya secuestrado. De hecho, a raíz de la desaparición de su hija, la madre se empieza a sentir culpable por el alto precio que están pagando por la fama.
Pedofilia
Por su vasta experiencia con toda clase de delitos, los policías también saben que los pedófilos siguen los canales infantiles, y podrían causar mucho daño a la niña, si fueran ellos los que la hubieran secuestrado.
La vulneración de los derechos
Según la abogada, que comenta el seguimiento de la noticia en los medios, Kimmy y Sammy podrían demandar a sus padres por vulneración del derecho de imagen, violación de la vida privada y malas prácticas educativas. Los padres deberían ser los protectores, no los poseedores del derecho de imagen de sus hijos, y «la autoridad paterna debe ejercerse en beneficio del menor» (p. 328).
Según la abogada, ya hay otros niños influencers que, al hacerse adultos, han llevado a juicio a sus padres por esos motivos y han ganado. Según el programa, cuando los niños influencers se hacen adultos tienen que cargar con el duro lastre de ver cómo su vida privada es vox populi, y se ven ante la imposibilidad de tener una vida anónima. Se han convertido en adultos famosos involuntariamente y puede ser que, incluso, en contra de sus deseos.
El impacto psicológico
El psiquiatra que aparece en la novela dice que a los niños influencers, cuando se hacen adultos, les cuesta establecer relaciones sanas, tienen tendencia a la soledad y a las adicciones. La sobreexposición de sus vidas les trae problemas psicológicos. Tienen crisis de ansiedad y algo que se conoce como el síndrome de Truman, que sufren muchos de los niños influencers cuando intentan rebelarse del yugo de la sobreexposición. El paciente siente que hay un complot generalizado, que parte de la idea de que sus seguidores necesitan seguir constantemente su vida, y que se sirve de los extendidos sistemas de videovigilancia, el reconocimiento facial y la inteligencia artificial para continuar explotando su imagen, en contra de su voluntad.
Aunque algunas de las situaciones parecen poco realistas, la novela sí que da buena cuenta de los muchos dilemas éticos y las pocas herramientas legales para combatir la explotación de los niños en las redes sociales. Un tema sobre el que necesitamos reflexionar y, por qué no, legislar.
Para saber más:
DE VIGAN, Delphine (2022). Los reyes de la casa. Anagrama
Citación recomendada
ROSALES, Andrea. «Los reyes de la casa». COMeIN [en línea], marzo 2023, no. 130. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n130.2320
Profesora de Comunicación de la UOC