Número 150 (enero de 2025)

¿Cultura digital? No todo lo que brilla son leds

Efraín Foglia

La dicotomía entre lo analógico y lo digital hace tiempo que está diluida en nuestra vida cotidiana. No obstante, aún podemos encontrar debates enérgicos, desde un enfoque binario, en torno al valor material, simbólico y cultural de la naturaleza de lo uno y de lo otro; como si se pudieran separar. Lo que sigue son reflexiones y argumentos sobre el valor intrínseco de la producción digital en la cultura.

Es difícil encontrar elementos de nuestra vida que no integren el elemento digital, ya sea en su materialidad, en su imaginario, o en su divulgación, al mismo tiempo que crece la añoranza en algunos grupos sociales de su vida anterior, la analógica. Diversas crisis que vivimos en la contemporaneidad, como la de las fake news, se justifican directamente por una especie de perversión del mundo digital, sin mencionar las nuevas filias y fobias de nuestra vida frente a las pantallas. Es verdad que todo ha cambiado con la digitalización de nuestra existencia y también es verdad que muchos de los males de esta digitalización ya existían desde tiempos remotos y con los sistemas de red se han catalizado a una velocidad inimaginable.

 

En este marco social y político nos interesa revisar el aporte diferencial de lo que se conoce como cultura digital. Consideramos que este es un buen momento para hacer esta revisión y mirar desde un enfoque crítico y atento las especificidades de aquello que se enmarca en las prácticas culturales propias de nuestra época, que, para bien o mal, son las que nos toca asumir, entender y cuestionar.

 

Un poco de contexto y de romanticismo herido

 

A diferencia de la década de los 90, cuando irrumpieron las tecnologías digitales, el momento actual nos muestra una cara oscura en la relación entre tecnología digital y democracia. En los 90 la escena internacional de creación digital era experimental, innovadora y descentralizada; cuestionaba, en su momento, el statu quo del mundo broadcast. En 2024 dicha escena se encuentra en un periodo de plataformización cultural (Foglia, 2022) que deriva en una nueva concentración de la producción en pocas manos.

 

La plataformización cultural se podría entender simplemente como un sistema productivo-meritocrático de las principales bigtech (¡Viva Silicon Valley!), pero este fenómeno atiende a asuntos más relevantes a nivel social que se han manifestado en la última década. Hablamos de un nuevo régimen de control algorítmico con daños visibles a la democracia, a los derechos humanos y a la libertad de expresión. Esto impacta e involucra de manera frontal a la producción cultural digital y, si de algo es capaz la cultura, es de crear cambios de paradigma en la sociedad y de construir preguntas que no se pueden generar desde otros ámbitos.

 

¿Cuál sería el statu quo a cuestionar en el siglo XXI? La cultura digital nos brinda la oportunidad de crear espacios y herramientas de pensamiento crítico que analicen su propio ADN tecnológico con el fin de no acabar siendo un instrumento del opresor, o su asesino a sueldo. La cultura digital innovadora trasciende por los cambios de paradigma social que produzca, o por su pensamiento revolucionario, no por la cantidad de leds que esté usando. El populismo de leds reluce en grandes instalaciones urbanas lumínicas y lo importante es entender lo que esa cascada oculta.

 

Especificidades de la producción cultural digital

 

La labor de definir la cultura digital es ingente y seguramente injusta. El ejercicio que llevaremos a cabo en este texto y próximas entregas es el de intentar definir elementos que son intrínsecos a la producción de cultura con un ADN digital. El postulado inicial sería mirar la producción cultural digital desde la disolución de todos los lenguajes creativos en uno solo, el binario, el de los bits (Manovich, 2005).

 

La cultura digital propone un cambio de paradigma en la producción cultural histórica que se puede entender desde alguna de estas especificidades, que constituyen un intento de decálogo:

 

  • La maquinaria de producción digital es algorítmica por excelencia, es código puro, potencia política, y esta naturaleza debe visibilizarse de forma transparente en cada producción. Si la producción del conocimiento nos muestra su constructo, su esqueleto digital, podemos aprender de forma transversal. De otra forma, será una blackbox exclusiva.
  • El activo cultural digital es un dispositivo con capacidad de viralidad, replicabilidad, modularidad y escalabilidad, desde una perspectiva de conocimiento compartido y abierto. La cultura digital es cultura en red por naturaleza.
  • La producción digital debe mirar de frente a la crisis global de la que forma parte y de la que ha sido catalizadora (corresponsabilizarse del monstruo que nos habita) y valerse de su capacidad transformadora para generar miradas críticas a la cultura contemporánea turbocapitalista.
  • La producción cultural en el ámbito digital tiene la obligación, por su envergadura, de ser un catalizador de conocimiento popular sin marcaje de clase (la promesa de internet en los 90).
  • La cultura digital encuentra su verdadero reto en su capacidad para crear espacios de conocimiento socio-comunitario, tanto en su producción como en su divulgación.
  • La cultura digital es más una escuela transversal rizomática que un nicho de producción de sentido estético hiperespecializado, con beneficios privados o susceptibles de serlo.
  • La cultura digital es creadora de su propia estética y la remezcla con todo lo que puede. De esta forma, genera nuevos fenómenos en la imagen contemporánea.
  • La creación digital es exploración y experimentación tanto en su postulado como en sus procesos.
  • La creación con código generativo permite la evolución de las obras culturales, emancipándose de sus creadores.
  • La cultura digital aporta elementos para la renovación de los lenguajes de las artes. Esta cultura hereda y propone, crea y remezcla, nos habla del pasado, del presente y de un futuro que se construye en tiempo real con las matrices en red en las que habitamos.

 

La promesa de la cultura digital

 

No está de más regresar a las ideas del inicio de la revolución digital y actualizarlas en plena crisis de la verdad política y social, en tiempos de cambio climático y desesperanza. Nos gusta pensar que la cultura digital aún nos debe cosas, pero seguramente al examinar la producción actual, nos encontramos con proyectos que apelan a crear espacios de conocimiento sociocomunitario, tanto en la exploración realizada como en su capacidad divulgativa. Hablamos de proyectos que proponen transparencia y accesibilidad, así como latencia narrativa de la imagen generada, y que reflejan el momento sociopolítico contemporáneo.

 

Seguimos pensando que este internet secuestrado por las bigtech no ha acabado con el pensamiento cultural revolucionario, incubado con el nacimiento de la digitalización e internet, y mucho menos, con las ganas de tener una cultura digital democrática.

 

Para saber más:

FOGLIA, Efraín (2022). «The Internet Hijacked by Big Tech - Platformization in Today’s Hyperconnected World». Arc-hive: Case Studies and Life as an Object, págs. 88-97. Croacia: KONTEJNER.

MANOVICH, Lev. (2005). El lenguaje de los nuevos medios de comunicación. Ediciones Paidós.

 

Citación recomendada

FOGLIA, Efraín. «¿Cultura digital? No todo lo que brilla son leds». COMeIN [en línea], enero 2025, no. 150. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n150.2508

cultura digital;  medios sociales;  arte;  ética de la comunicación;