Número 64 (marzo de 2017)

¡De mayor quiero ser bibliotecaria!

Sandra Sanz Martos, Ana Isabel Bernal Triviño

Hace unos días se hizo referencia en IweTel, el principal foro electrónico sobre bibliotecas y documentación que existe en lengua castellana, a un artículo en el que Daniel Gil Solés (2017) habla de la valoración de la profesión de bibliotecaria/o y de cómo el hecho de que esté ocupada mayoritariamente por mujeres podría influir negativamente en dicha valoración. Dos premisas peligrosamente juntas. Primero partimos de la idea de que la profesión de bibliotecario está mal valorada y, segundo, de tan ofensiva es mejor obviarla de momento.  

Si partimos de la primera idea, sobre la valoración de la profesión, la primera pregunta que nos hacemos es en qué podemos basarnos para plantearla. ¿En la formación que reciben las/los bibliotecarias/os? ¿En que no tienen suficiente reconocimiento social? ¿En que los sueldos son bajos? ¿En las tareas que desempeñan? 
 
Empecemos por la formación. Cuando nos preparábamos para la selectividad y alguien decía que quería estudiar Biblioteconomía, algunos compañeros no sabían lo que era. Y los que sí, no podían evitar hacer el típico comentario de “bueno por lo pronto no serás la típica bibliotecaria fea y antipática”. En aquel momento, en 1990, la Escuela de Biblioteconomía y Documentación tenía una nota de acceso altísima, similar a la de la Licenciatura de Periodismo porque era una escuela adscrita a la Universidad de Barcelona pero que dependía de la Diputación. Su vocación era formar a las/os futuras/os bibliotecarias/os que iban a ocupar los puestos que la Diputación necesitaba para su red de bibliotecas. Pero eso convertía a estas/os diplomadas/os en un grupo de profesionales con un nivel elevado de capacidades y competencias. En contra, por ejemplo, de lo que podría pasar con la diplomatura de Magisterio (otra profesión de las que podríamos considerar femenina) que, a diferencia de otros países como Finlandia, en España siempre ha tenido una nota de corte baja.
 
La primera Escuela de Bibliotecarias nació en Barcelona en 1915. La formación de bibliotecarias/os en España tuvo su punto de partida en 1856 con la creación de la Escuela Superior de Diplomática en la que se creó el Cuerpo Facultativo de Archiveros Bibliotecarios. Para ingresar en el mismo era necesario haber obtenido el título de archivero-bibliotecario expedido por la Escuela Superior. Las mujeres, al no tener acceso al título de Bachiller, tampoco podían acceder a la Escuela Superior. Pero el reducido número de alumnos que cursaban la carrera en la Escuela Superior de Diplomática, finalizando por término medio al año 12 jóvenes, no eran suficientes para cubrir las necesidades de los Archivos y Bibliotecas del Estado. Y de esta manera se inicia la posibilidad de acceso de las mujeres al trabajo bibliotecario (Muñoz, 2015). "A esta consideración muy práctica y objetiva para que las jóvenes se incorporen al mundo laboral, le sigue otra que asigna a las chicas los estereotipos sexuales propios o característicos de la época calificándolas de ordenadas, minuciosas, pacientes, limpias y escrupulosas, y que recogemos textualmente: 
 
«Inútil es decir que las tranquilas funciones de Archiveros y Bibliotecarios, en el recogimiento y sosiego de los establecimientos de su cargo, son muy a propósito para la mujer y están muy en armonía con sus aptitudes, puesto que la ordenación y arreglo de Archivos y Bibliotecas exigen principalmente la minuciosidad, paciencia, orden y aseo que de ordinario predominan en el carácter del sexo. Para la copia de documentos paleográficos, por ejemplo, siempre será más escrupulosa la mujer que el hombre. (Proyecto Archiveras y Bibliotecarias, 1894)»" (Muñoz, 2015)
 
En 1900 desaparece la Escuela Superior de Diplomática, al integrarse las enseñanzas que impartía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid. A partir de este momento y hasta la creación de las escuelas universitarias de Biblioteconomía y Documentación en 1983, no hay un intento oficial de institucionalizar una formación específica en este tema. En 1915, la Mancomunidad de Cataluña funda en Barcelona la Escola Superior de Bibliotecàries, siendo la segunda de Europa y la primera y única escuela de bibliotecarias del Estado que ha tenido continuidad hasta hoy en día. Su misión fundamental consistió en preparar a las bibliotecarias de la red de bibliotecas populares que se crearon en Cataluña entre 1914 y 1923 (Muñoz, 2015), convirtiéndose después en la Escuela de Biblioteconomía y Documentación
 
Después, con la aparición de la Licenciatura en Documentación, primero en la Universidad Carlos III de Madrid y en la Universidad de Granada, las escuelas de diplomatura se convirtieron en facultades y la Universidad de Barcelona también se sumó a esta evolución ofertando la licenciatura en 1999, a la vez que la Universitat Oberta de Catalunya. Desde 2009 ambas universidades ofertan el Grado de Información y Documentación
 
De la mano de la evolución de la titulación, también ha evolucionado el perfil de sus estudiantes, y aunque continua siendo una titulación cursada mayoritariamente por mujeres como podría ser Magisterio o Enfermería, cada vez hay más hombres compartiendo espacio en sus aulas. 
 
Haciendo un pequeño resumen, se trata pues, de una profesión bien formada a la que durante muchos años, por lo menos en Cataluña, se accedió partiendo de unos buenísimos resultados académicos y que dichos estudios han ido evolucionando primero hacia una licenciatura (a diferencia de Magisterio o Enfermería) y que, finalmente, se ha consolidado en un grado
 
En cuanto al reconocimiento social, estamos ante una profesión suficientemente valorada, envidiada incluso, porque algunos la consideran la menos estresante del mundo. Bromas aparte, según el uso que se haga de la biblioteca, así se valora a las/los bibliotecarias/os. Habrá quien sacrificaría una biblioteca en favor de un pabellón deportivo; pero las familias con niños, estudiantes, investigadores, incluso muchos políticos (las bibliotecarias y documentalistas del Congreso juegan un papel muy importante para elaborar cualquier propuesta de ley) las valoran muy positivamente. 
 
El otro aspecto clave del artículo de Daniel Gil Solés (2017) entra de forma directa en la construcción ideológica que sostiene la feminización de las profesiones. Aunque el artículo, en principio, parte de una idea en la que parece defender el papel de la mujer en la profesión, no se puede ejercer una crítica laboral supeditada en base al género. Ni se pueden introducir mejoras en ella cargando de una responsabilidad extra a las mujeres por su condición.
 
Nos guste o no la idea que persista en el subconsciente colectivo, no podemos obviar que el desarrollo del mercado laboral ha estado siempre determinado por la concepción de la sociedad patriarcal. Una profesión no puede ser considerada de segunda por una cuestión de género, en la que se insinúa que su escasa visibilización se debe al papel relegado de la mujer. Nadie pensaría que, en el caso de otras profesiones con menor reconocimiento social desempeñadas en su mayoría por hombres, fuese el factor del sexo la razón de esa situación, ¿verdad?
 
En consecuencia, la mayor feminización del mercado laboral de las bibliotecarias no es un argumento que justifique una consideración como una profesión de segunda, porque se recae en una idea misógina a la que cuesta mucho hacer frente. Es innegable que vivimos en una sociedad patriarcal cargada de esterotipos y roles, con un mercado laboral sostenido por una segregación vertical y horizontal, que deriva una construcción ideológica de espacios.
 
En esa construcción no podemos evitar hacer referencia a la visión que la cultura ha ofrecido de las mujeres en el desarrollo de este ejercicio, también con un marcado estigma y una marcada visión machista. El cine no ha tratado bien a las bibliotecarias —porque la mayoría han sido mujeres— reflejando esa imagen de mujer áspera con vestimenta sobria y moño, a diferencia, por ejemplo, de las maestras y las enfermeras, aunque hay de todo. Deducimos que es una cuestión de imagen asociada a un lugar serio y con normas estrictas, concebido para la lectura y el estudio y donde hay que guardar silencio, aunque la apariencia física siempre es cuestionable. Hay una excepción: la película La Momia (Stephen Sommers, 1999) donde aparece una intrépida y guapa bibliotecaria capaz de resolver enigmas y jeroglíficos. 
 
El salario medio de las/los bibliotecarias/os españolas/os está en los 37.000 euros, lo que lo posiciona en una franja razonablemente solvente. Sin embargo, en Estados Unidos los bibliotecarios hombres perciben unos 58.000 dólares de media y las mujeres 51.000. No es ninguna novedad que los sueldos en cualquier profesión en los EUA sean superiores a los españoles. Eso sí, los facultativos hombres y mujeres en España cobran lo mismo. 
 
Por último, las tareas que desarrollan las/los bibliotecarias/os traspasan cada día más la actividad de la ciudadanía. Las iniciativas de dinamización cultural y la función social que desempeñan están siendo de mucha utilidad en estos tiempos de crisis. 
 
Recapitulando, nos encontramos ante una profesión muy bien formada, bien valorada por aquellos que conocen y se benefician de sus servicios, que percibe unos honorarios razonables (tanto hombres como mujeres) y que está desarrollando actividades con cada vez mayores efectos sociales. Todo este debate hace plantearnos diversas cuestiones: ¿No estará esto en la cabeza de unos pocos acomplejados? ¿Si existiese una menor visibilización, no puede ser por otras y múltiples variables alejadas del género? ¿Depende el éxito de la profesión de que aumente el número de hombres que trabajen en ella? ¿Deben las mujeres, en ese caso, quedarse siempre en un segundo lugar y que ellos ocupen el primer plano? ¿Son los hombres garantía de éxito laboral en el sector? 
 
No se puede, por un lado, pretender hacer una denuncia de la sociedad patriarcal y, por el otro, que los propios argumentos y soluciones subordinen el papel de las mujeres. Renegar del trabajo que durante años han ejercido las mujeres en cuidado de esta profesión, así como responsabilizarlas de la menor visibilización, no solo es ingrato como escaso reconocimiento por su trabajo precedente, sino injusto si queremos crear una sociedad menos patriarcal y más igualitaria. 
 
Las mejoras en la profesión pasarán por los méritos profesionales de cada uno, por la igualdad de acceso y de condiciones, por el desarrollo tecnológico y las múltiples variables económicas y sociales que puedan afectarle. Y solo existirán mejoras si avanzamos a la par, pensando en lo mejor para la profesión, en común, entre hombres y mujeres; y no planteando una batalla de sexos que no beneficia a ninguna de las partes.
 
Hagamos, tanto docentes como profesionales, que esta profesión sea imprescindible para la sociedad, una profesión que las futuras generaciones admiren. De manera que acaben diciendo: ¡de mayor quiero ser bibliotecaria! 
 
Para saber más: 
 
Gil Solés, Daniel (2017). "Cuestiones de género bibliotecario y prestigio de una profesión". [Consulta: 19/02/2017].
 
Muñoz-Muñoz, Ana M.; Argente Jiménez, Montse (2015) “La formación de las bibliotecarias y las bibliotecas de mujeres en España". Revista General de Información y Documentación, vol. 25, no.1, p. 47—67.
 
 
Rubio Pérez, Emiliana (2009). "Feminización de las profesiones". Andalucía educativa y liberal, p.6. 

 

Cita recomendada

SANZ MARTOS, Sandra; BERNAL TRIVIÑO, Ana Isabel. ¡De mayor quiero ser bibliotecaria! COMeIN [en línea], marzo 2017, núm. 64. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n64.1716

biblioteconomía;  género; 
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