Cuando en 1997 Garry Kasparov fue derrotado en un partido de ajedrez por la supercomputadora IBM Deep Blue, los periódicos de todo el mundo retrataron con estupor lo que entonces se vio como un punto de inflexión en nuestra relación con las máquinas. Para los neoluditas de entonces, era la evidencia de que caminábamos a pasos acelerados hacia un futuro distópico; para los amantes de la tecnología, la puerta de entrada a un augurado y reluciente mundo nuevo.
Hoy, más de dos décadas más tarde, la inteligencia artificial impregna nuestra vida cotidiana. Ya no nos sorprenden los automóviles sin conductor, los asistentes virtuales o los artículos de opinión escritos por ordenadores. En efecto, hace ya mucho tiempo que sabemos que los ordenadores nos superan en muchísimas tareas, y aunque las brújulas y tarjetas postales puedan activar nuestra nostalgia, es innegable que las tecnologías digitales han facilitado y mejorado de muchísimas maneras nuestra vida.
Sus beneficios, sin embargo, no son ubicuos ni iguales para todos. En los últimos 20 años hemos visto, por ejemplo, cómo el mundo del trabajo se ha visto drásticamente afectado por los cambios tecnológicos. Las taquillas vacías de los puestos de peaje son solo un ejemplo de los resquicios de un pasado reciente que se desvanece frente a nuestros ojos casi sin que nos demos cuenta. Y es que el impacto de la tecnología en el empleo de las actuales generaciones va mucho más allá de la desaparición de tareas mecánicas o repetitivas, que se agradece que realice una máquina. La automatización de grandes proyectos que hasta ahora habían sido realizados por personas –la gestión de información, los procesos de selección para un puesto de trabajo o incluso la redacción de informes y artículos periodísticos– son ya una realidad más que palpable. En efecto, expertos economistas en el mundo del trabajo estiman que en los próximos 20 años más de la mitad de todos los trabajos actuales serán realizados por máquinas, en un escenario donde la tecnología destruirá empleos a mayor velocidad de lo que es capaz de crearlos.
Por todo ello, los jóvenes que hoy dan sus primeros pasos en la formación universitaria o en el mercado laboral tienen por delante un reto inmensurable. Tendrán que abrirse camino en un mundo donde gran parte de las tareas que hoy realizan personas las harán sistemas inteligentes de manipulación de datos. En ese escenario tendrán que vivir, trabajar y tomar decisiones que seguramente serán determinantes para el futuro de nuestra especie. Las preguntas que nos plantea el actual ecosistema tecnológico son tan complejas como importantes: ¿cuáles son las ramificaciones éticas de la automatización? ¿Cuáles son las consecuencias políticas del desempleo masivo? ¿Cómo distribuir la riqueza en una sociedad digitalizada y dominada por grandes corporaciones? ¿Cómo revertir la cultura del crecimiento sin límites en un mundo de recursos limitados y cada vez más escasos? Y, sobretodo, ¿cómo hacerlo juntos, compartiendo y cuidando nuestro planeta?
En un muy interesante informe sobre el futuro del trabajo publicado en el año 2018por la consultora pwc, se diseñan cuatro posibles escenarios de futuro que se configuran desde la tensión entre corrientes contrapuestas: colaboración, individualismo, diversidad, homogeneización, consumismo, sostenibilidad… Mundos posibles en los que convergen fuerzas complejas, cambiantes y competitivas. Pensar la actualidad a partir de escenarios de futuro tiene el gran mérito de recordarnos que, como especie, tenemos la posibilidad de elegir entre posibilidades y caminos diferentes. Dicho de otro modo, nuestro porvenir dependerá, en buena medida, de los marcos de conocimiento y acción en los que decidamos movernos, y de las elecciones conscientes que hagamos en el diseño y el uso de las tecnologías que creamos.
La supercomputadora de IBM que derrotó a Kasparov a finales de los años noventa utilizó procesos muchos menos avanzadas de los que posibilita hoy la inteligencia artificial y el machine learning. Su funcionamiento se basaba, fundamentalmente, en sistemas de ”fuerza bruta”, capaces de calcular miles de opciones posibles para una jugada a gran velocidad. Años más tarde, Kasparov escribiría Deep Thinking, libro en que cuenta en primera persona esa experiencia. Lejos del recelo y la ofuscación, su relato es una invitación a pensar los sistemas computacionales como herramientas que enfatizan uno de los aspectos más poderosos de la humanidad: nuestra capacidad de actuar efectivamente en el mundo y dar forma a nuestros deseos. Dice Kasparov: “El dia 11 de mayo de 1997 no debería ser recordado como el día en que una máquina superó a un hombre, sino como el día de la victoria de los ingeniosos creadores humanos de Deep Blue, de la ciencia humana, de la creatividad humana y del maravilloso proceso humano de mejorar nuestras máquinas y nuestras vidas”. Una mirada llena de optimismo, posiblemente ofuscada por los tiempos que corren. Que el optimismo de Kasparov se haga realidad dependerá, en todo caso, de nuestra capacidad de pensar a fondo sobre nuestras elecciones, y de actuar en consecuencia.
Cita recomendada
CREUS, Amalia. En jaque. COMeIN [en línea], septiembre 2019, no. 91. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n91.1962
Profesora de Comunicación de la UOC
@amaliacreus