En este artículo, de diferentes maneras, sin salirme del ámbito de la cultura y de la comunicación, abordo la cuestión de la fragilidad de lo que nos rodea, de lo impermanente, de cómo, a pesar de que nos gusta creer lo contrario, no todo está disponible y nada lo estará para siempre. Que necesitamos de nuestra voluntad, de nuestras mejores virtudes, para aceptar la pérdida, pero también para seguir en la búsqueda de lo perdido, la inquietud hacia lo bello todavía por descubrir, para cuidarlo y compartirlo, mientras sea posible. Vale para nuestro adormecido día a día, y vale, por supuesto, para el drama del pueblo ucraniano.
Conocidos acontecimientos recientes en la esfera política, cultural y judicial relacionados con la libertad de expresión y la (auto) censura, aunque también otros menos comentados en los medios, me han llevado a querer cuestionar la noción ampliamente aceptada, pero profundamente problemática de "sentido común" tal y como se utiliza en la actualidad.