Decir que los procesos de globalización y digitalización están provocando cambios radicales en las formas de aprender es, a día de hoy, poco más que un lugar común. Tampoco es ninguna novedad que en el marco de nuestras sociedades en red, la abundancia y el desorden de la información conviven con la proliferación de dispositivos, espacios y estrategias personales para la producción y la difusión del conocimiento que circulan más allá de los muros de las instituciones educativas.
Sin ir demasiado lejos, plataformas como YouTube, movimientos como Edupunk, iniciativas como la Universidad Peer-to-Peer (P2PU) o propuestas conceptuales como Invisible Learning nos invitan no solo a reconocer la creciente presencia de procesos de aprendizaje no formal que se producen socialmente, sino que nos enfrentan a la gran paradoja que supone educar las sociedades 2.0 con un sistema educativo pensado para la era industrial.
Pero ¿qué cuestiones importantes plantea este escenario para aquellos que nos dedicamos al mundo de la educación superior?
Si tenemos en cuenta que gran parte de las habilidades y competencias técnicas que hoy conocemos y utilizamos serán posiblemente obsoletas en un futuro bastante próximo, el reto educativo al que se enfrenta la universidad provoca vértigo. ¿Qué podemos o debemos enseñar a estos jóvenes, nativos digitales, en la era del cambio constante y la colaboración sin fronteras? ¿Qué habilidades y competencias sociales son necesarias para desarrollarse en un mundo donde –como sugiere el antropólogo argentino Néstor García Canclini– la desconexión se impone como una nueva forma de exclusión social?
Parece ser que el nuevo gran reto de la educación superior es ayudar a formar sujetos que sean capaces de adaptarse a dinámicas y relaciones laborales que están cambiando profundamente el propio sentido del trabajo. No hace falta retroceder demasiado en el tiempo para encontrarnos con generaciones para las cuales la vida laboral se dibujaba como una línea recta, una carrera construida a lo largo de toda una vida. Sin embargo, en tiempos de globalización y trabajo flexible, de proyectos a corto plazo y cambios tecnológicos que rápidamente hacen obsoletos conocimientos y modos de hacer, la idea de una identidad profesional estable da lugar a narrativas profesionales mucho más fragmentarias. En la sociedad digital el nuevo sujeto profesional es el que mejor se adapta a dinámicas multi: multitarea, multiempleo, múltiples espacios virtuales y reales de relación profesional. Es, como señala John Moravec, un tiempo propicio a identidades profesionales fluidas, un tiempo para Knowmads, los nómadas del conocimiento.
El término resulta tan gráfico como divertido. Para John Moravec –investigador de la Universidad de Minnesota– un knowmad es alguien innovador, imaginativo, creativo, capaz de trabajar con prácticamente cualquier persona, en cualquier lugar y en cualquier momento. A diferencia de la sociedad 1.0, cuya industrialización requería trabajadores ubicados en un lugar determinado para poder desempeñar un trabajo o unas funciones muy concretas, John Moravec nos recuerda que los empleos asociados a los trabajadores del conocimiento y la información se han vuelto mucho menos específicos en términos de ubicación y de las tareas a desempeñar. Algo que, como señala este mismo autor, tiene mucho que ver con las tecnologías que hacen posible realizar nuestro trabajo de manera remota. Esta creciente movilidad, afirma, está generando nuevas oportunidades.
Pero, ¿estamos sabiendo aprovecharlas? Diversos estudios han señalado que buena parte de la desmotivación que se arraiga en las aulas proviene de una profunda desconexión entre lo que los estudiantes hacen dentro de los espacios educativos formales y lo que hacen fuera de ellos. Tal desencuentro se entiende mejor, visto en perspectiva. En buena medida, la reacción del sistema educativo a los nuevos escenarios de la sociedad digital se ha traducido en un movimiento hacia adentro. Sea a partir de incorporar nuevas tecnologías en las aulas (muchas veces desde perspectivas tecnicistas, con poco valor pedagógico), sea a partir de la regulación de procesos informales que pierden sentido encajados en una estructura de funcionamiento formal.
Con todo, en un momento en que las fronteras y jerarquías entre lugares y modos de aprender se desdibujan, resulta urgente buscar metáforas que nos ayuden a hablar de lo educativo desde una lógica algo más transgresora. La noción de educación expandida (el término lo propone el colectivo Zemos98) es otro ejemplo de las propuestas que se adhieren a esa tónica. Expansión en tanto que un movimiento inclusivo, un mirar hacia afuera, como una invitación a prestar atención a lo que ocurre más allá de los muros de la institución. A transgredir visiones que conectan el aprendizaje a la gramática tradicional del aula, centrada en la transmisión (la educación bancaria, de la que tanto nos habló Paulo Freire).
La actual coyuntura digital podría representar una nueva oportunidad para repensar el binomio educación y cambio desde una perspectiva más inclusiva, más social, menos jerárquica, más centrada en el compartir. Y, por supuesto, sin olvidarnos de ponerla en práctica. Sobre ello iremos hablando en próximos COMeIN…
Cita recomendada
CREUS, Amalia. Licencia para transgredir: retos educativos de la sociedad digital. COMeIN [en línea], octubre 2011, núm. 4. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n4.1116
Profesora de Comunicación de la UOC
@amaliacreus