Admitámoslo, las humanidades no están de moda. Nos estamos dejando deslumbrar por las tecnologías –como si de algún prestidigitador decimonónico se tratara–, por el nuevo modelo de iphone, y por sus nuevas aplicaciones, por el ipad mini y por las phablets… La mayoría de los jóvenes que deciden realizar estudios universitarios optan por los que consideran que podrían garantizar su futuro y aquí prevalecen las carreras de ingeniería y tecnológicas. Y, por el contrario, las facultades que –de manera genérica– denominamos de letras ven mermadas sus aulas. De esto nos habla Wilson en su libro The meaning of human existence. Sin embargo, pareciera que no está todo perdido. Y que, en paralelo, ya hace algún tiempo, por la red –y de la mano de esas tecnologías aparentemente tan antagónicas– se mueven algunas iniciativas no tan pensadas para cuidar el bolsillo sino el alma…
Por aquellas cosas que tiene el devenir de la vida, este curso he cambiado el trajín y el bullicio de la ciudad de Barcelona (mi lugar de residencia habitual) por el sosiego de un pueblito del valle del Almanzora, provincia de Almería. Escribo estas líneas desde la terraza de mi nueva casa. Desde aquí veo las montañas de la Sierra de los Filabres. Es un paisaje distinto. Nada que ver con los Pirineos, ni con el Montseny, ni tan solo con el desierto almeriense que cautivó a Juan Goytisolo en Campos de Níjar y a García Lorca en Bodas de Sangre. Pero a mi modestísima prosa le basta esta sierra de emboscaos (maquis) para servirle de inspiración. Es por esto que me voy a permitir la licencia de alejarme un instante de mis temas habituales, las tendencias en aprendizaje colaborativo o nuevas profesiones surgidas de las entrañas de Internet, para escribir sobre otras cuestiones menos pragmáticas.
Dicen que ya nadie lee poesía. Sin embargo, la poesía invade nuestras vidas. En su estado más primigenio, de la manera en la que fue concebida, para ser cantada. ¿Quién no se sabe un fragmento de una canción de Serrat, o de Sabina o de El último de la Fila?, o ¿quién no recupera versos de Salinas o Neruda para tener un detalle con la persona amada o para poner algo bonito en Facebook? Dicen que leemos poco, y, sin embargo, devoramos diariamente cientos y cientos de caracteres en twitter, por ejemplo. Y, de vez en cuando, también algún fragmento que otro de textos de Paulo Coelho, entre otros.
Pero más allá de estas cuestiones más o menos superficiales, hace ya tiempo que el interés por la literatura corre por internet. En diversas formas, pero quizás una de las más llamativas es la de las narrativas colaborativas. Muchas de ellas de la mano de fenómenos de fans (Harry Potter, por ejemplo) o blogs de novela colaborativa bajo el lema “si la vida es una novela, ¿por qué no compartirla?” donde se intercambian narraciones e ilustraciones. Además, en muchas ocasiones las creaciones literarias colaborativas son transmediáticas, sobre todo se si vincula al fenómeno fan. De esto sabe mucho Toni Roig.
En medio de estas tendencias, hace unos años Google lanzó Google Poetics con la intención de proporcionar un espacio donde crear poesía de manera colaborativa. Google Poetics, la página que recopila las predicciones del buscador de internet destacadas por su misterio y por su encanto poético, inauguró en junio de 2013 su versión es español, llamada Google poético. Los temas son diversos pero el común denominador es, claro, el sentido de la sorpresa. Un poco surrealista y un poco oscuro. Miles de personas en las 13 versiones de 'Google poetics' en sus 13 idiomas.
El interés de Google por la literatura y el arte no queda aquí. Como muestra, Google Art Project, “un museo virtual que recopila imágenes en alta resolución de obras de arte expuestas en varios museos del mundo y que además permite pasear por algunos museos con la tecnología de Google Street View. Y yendo más allá, el mes pasado, con motivo del Curious Arts Festival de Londres, la empresa líder entre los buscadores de Internet puso en marcha en el barrio de Kings Cross, donde próximamente abrirán sus nuevas oficinas, una instalación artística interactiva llamada Poetrics, capaz de convertir palabras al azar en poesía.
La instalación utiliza la tecnología de búsqueda por voz de Google y la plataforma Google Speech para reconocer lo que se dice. Cuenta con diecisiete paneles LED en los que se muestran algunas de las palabras que se van pronunciando en varios micrófonos y que, a continuación, se combinan al azar formando un poema.”
A los creadores “les encantó la idea de producir poesía creada aleatoriamente por los transeúntes que hablaran en la instalación. Como una oportunidad para que la gente tenga una experiencia colectiva y experimente lo que es jugar con el lenguaje y el absurdo, al igual que hizo Dadá con su juego surrealista” declararon Peter Barron y Laura Ventura.
Si el mismísimo Google apuesta por este tipo de iniciativas, será que no está todo perdido y que no son tan malos tiempos para la lírica como parecía. O quizás también, que en tiempos de crisis y guerras la gente utiliza la poesía para evadirse. Como siempre se ha hecho.
Llegando al final de este artículo, hago un pequeño apunte, está visto que es inevitable que acabe haciendo referencia a conductas colaborativas sean de la naturaleza que sean. ¿Será que la cabra tira al monte? (nunca mejor dicho).
Para saber más:
Edward O. Wilson(2014). The meaning of human existence. Liveright Publishing Corporation.
Cita recomendada
SANZ MARTOS, Sandra. ¿Malos tiempos para la lírica? COMeIN [en línea], octubre 2015, núm. 48. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n48.1569
Profesora de Información y Documentación de la UOC