Pero no es solo el famoso y trascendente rodaje extremeño lo que relatan las páginas del cómic; también se narra la aventura interna del cineasta, en feroz lucha contra sus demonios interiores y preso de un conflicto irresoluble entre la voluntad de que su cine sirviera para cambiar el mundo y su impulso irrefrenable de impactar al público y escandalizar a los biempensantes.
Según
explica el periodista y crítico Francesc Miró, en 2016, los productores José María Fernández de Vega y Manuel Cristóbal contactan con Solís para proponerle la adaptación de su obra en la forma de un
largometraje de animación dirigido por Salvador Simó. Antes de enfrascarse en el proyecto, Simó era ya un experto artista de efectos visuales digitales y director de la
webserie de animación 3D Tikis & Mikis, mientras que José María Fernández de la Vega y Manuel Cristóbal eran, respectivamente, un productor comprometido con el desarrollo de la
animación en Extremadura y uno de los responsables de buena parte de la animación española de las primeras décadas del siglo XXI, como productor de, entre otras,
El bosque animado (Ángel de la Cruz y Manolo Gómez, 2001),
El lince perdido (Manuel Sicilia y Raúl García, 2008) o
Arrugas (Ignacio Ferreras, 2011), basada también en un cómic, en este caso un gran éxito del historietista Paco Roca. Arrugas ha sido uno de los grandes éxitos de la
animación española reciente en términos artísticos, con diversos premios y reconocimientos.
Con dirección artística del también ilustrador e historietista José Luís Agreda, la película se desarrolla de forma similar a la historieta de Solís, aunque presenta notables variaciones en episodios concretos. Comienza con el estreno de L’Age d’Or en París y con un Buñuel angustiado ante un futuro incierto como creador. En un período de reflexión y búsqueda, en el que el cineasta valora embarcarse en la realización de un documental sobre Las Hurdes, un proyecto que le ha sido sugerido por el fotógrafo Éli Lotar —fascinado por el trabajo de geografía humana sobre la comarca redactado por el hispanista francés Maurice Legendre—, Buñuel visita a su amigo, el poeta anarquista Ramón Acín, quien, tras una noche de vinos, compra un décimo de lotería y le promete que si le toca el premio producirá la película. Por azares del destino, o del surrealismo, a Acín le toca la lotería, y así, comienza el histórico viaje a Las Hurdes de Buñuel, Acín, Lotar y el poeta y periodista Pierre Unik.
Buñuel en el laberinto de las tortugas trenza de forma muy elegante y fluida cuatro líneas narrativas. La primera es la crónica en sí del rodaje, aunque más que crónica es la especulación que en su día ideó Solís para el cómic, en la que se relata el modus operandi de Buñuel con la mínima complacencia, mostrando las no siempre fáciles relaciones con Acín, las múltiples formas en que Buñuel manipuló los acontecimientos para que se ajustaran a aquello que había que relatar, su crueldad con los animales —que a estas alturas de siglo XXI es quizá lo más difícil de entender (y de soportar) por el público contemporáneo de la película— o su ocasional falta de empatía con las personas a las que en teoría su arte iba a ayudar. La segunda línea narrativa está compuesta por los insertos de metraje real de Las Hurdes. Tierra sin pan, que dialogan con el making of especulativo, otorgando a la película una interesante dimensión de documental animado. La tercera línea es la que forman los flashbacks de la infancia del genio de Calanda, en las que se intuye el origen de su visión de la vida y del arte y la relación traumática con su padre. La cuarta son las secuencias oníricas, de clara inspiración daliniana, que precisamente ponen el acento en la denodada lucha de Buñuel por deshacerse de la indeseada influencia de Dalí. La metáfora de las cuatro líneas trenzadas refleja bien la realidad, pues cada una de ellas refuerza al resto para construir un sólido relato que es a la vez homenaje y relectura crítica del genio aragonés.
La poca complacencia de Buñuel en el laberinto de las tortugas se confirma cuando se hace evidente que la película no puede acabar bien. El Luis Buñuel recreado por Fermín Solís y Salvador Simó no tiene redención, revelación o evolución alguna —tampoco es que las necesite— y Las Hurdes. Tierra sin pan nace maldita.
Al final, la
película informa al espectador de que Ramón Acín fue asesinado por los sublevados franquistas en las primeras semanas de la Guerra Civil española —su esposa Conchita Monrás lo fue diecisiete días después— y que la película de
Buñuel fue estrenada sin dar crédito alguno a Acín por motivos ideológicos —su conocido anarquismo era incómodo— y prohibida poco después por el gobierno de la República Española. Ese final amargo impacta incluso en aquellos espectadores que entran en el mundo de la película conociendo de entrada el trágico final de Acín, lo que evidencia que
la construcción narrativa de la película está dotada de una fuerza extraordinaria, igual que lo está la música de
Arturo Cardelús y el tratamiento de la luz y el color del equipo artístico congregado en la que sin duda
es una de las películas de animación dirigida al público adulto más importantes de la historia de la animación española.