Número 43 (abril de 2015)

¿Necesitamos un día del libro?

Ferran Lalueza

Aunque en Cataluña lo celebramos desde 1926, a nivel mundial el día del libro es un invento relativamente reciente. Fue instaurado por la UNESCO en 1995, de modo que este 23 de abril cumple 20 primaveras: la misma edad que la UOC. 

En realidad, los diversos Días Internacionales y Días Mundiales reconocidos por la ONU son esencialmente programas de relaciones públicas. Contribuyen a focalizar la atención de la sociedad en una determinada cuestión –ni que sea una vez al año– y dan cobertura a toda una serie de eventos temáticos específicos que se celebran simultáneamente en múltiples países.

 

En general, la ONU dedica estos world/international whatever days a dos grandes objetivos. Por una parte, a promover aquellas causas que requieren ser potenciadas y/o protegidas: justicia social, agua, felicidad, salud, jazz, yoga, familia, diversidad cultural, diversidad biológica, medioambiente, océanos, donación de sangre, amistad, pueblos indígenas, alfabetización, democracia, solidaridad, preservación de la capa de ozono, paz, turismo, alimentación, mujer (de forma genérica y, más específicamente, la mujer rural), filosofía, infancia, desarrollo económico y social, derechos humanos o incluso la propia ONU, que cada 24 de octubre se autohomenajea con el United Nations Day. Por otra parte, consagra estas jornadas temáticas a concienciarnos sobre aquellas lacras que deberían ser combatidas hasta su erradicación: cáncer, tuberculosis, mutilación genital femenina, malaria, tabaco, trabajo infantil, abusos a las personas de la tercera edad, desertificación y desecación, tráfico de drogas, tortura, hepatitis, discriminación, tráfico de seres humanos, pruebas nucleares, diabetes, accidentes de tráfico, violencia de género, sida, corrupción, pobreza, etc.

 

En el caso del Día del Libro –en palabras de Irina Bokova, directora general de la UNESCO– se pretende “reconocer el poder de los libros para cambiar nuestras vidas a mejor, y dar apoyo a los libros y a quienes los producen”. Cuando, la Conferencia General de la UNESCO reunida en París en 1995 proclamó el 23 de abril Día del Libro –para ser más precisos, Día Mundial del Libro y los Derechos de Autoría (World Book and Copyright Day)–, apeló semejantemente al hecho de que “históricamente los libros han sido el factor más poderoso de difusión del conocimiento y el medio más efectivo para preservarlo” (Resolución 3.18 de la 28ª sesión de la UNESCO General Conference).

 

20 años después, sin embargo, la eclosión de Internet y de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación asociadas al World Wide Web permiten cuestionar abiertamente el papel de los libros como principal difusor y preservador del conocimiento. En caso de no haberlo hecho en las postrimerías del siglo XX, ¿tendría hoy el mismo sentido dedicar un Día Mundial a los libros?

 

Visto desde una perspectiva diacrónica, podríamos pensar que Internet es un fenómeno demasiado reciente para cuestionar la hegemonía que el libro ha ejercido durante siglos como artefacto cultural y educativo por excelencia. Sin embargo, en este mismo número de COMeIN, mi colega Sílvia Sivera nos recordaba recientemente a través de un sugerente artículo que los quinientos años que siguieron a la invención de la imprenta constituyen “un mero paréntesis entre el mundo oral de la larga historia previa al invento de la imprenta y la oralidad secundaria que implica Internet”, haciéndose así eco de las aportaciones de diversos autores que han cuestionado la vigencia del paradigma Gutenberg (Lars Ole Sauerberg, Seymour Papert, Paula Sibilia y, particularmente, Alejandro Piscitelli).

 

También cabe considerar que, cuando la UNESCO nos llama a celebrar la grandeza de los libros cada 23 de abril, en realidad está apelando también a otros conceptos afines más atemporales: la lectura, la alfabetización, la educación, la literatura, el diálogo y la tolerancia, la libre circulación de información (en el soporte que sea) o incluso los derechos de autoría explícitamente aludidos en la denominación de la conmemoración. Esta concepción maximalista, no obstante, presenta una contradicción flagrante: la mayor parte de estos conceptos tienen su propio Día Mundial o Internacional reconocido por la ONU. Así, a modo de ejemplo, podemos constatar que ya existen un Día Internacional de la Lengua Materna (21 de febrero), un Día Mundial de la Poesía (21 de marzo), un Día Mundial de la Propiedad Intelectual (26 de abril),un Día Mundial de la Libertad de Prensa (3 de mayo), un Día Internacional de las Telecomunicaciones y la Sociedad de la Información (17 de mayo), un Día Internacional de la Alfabetización (8 de septiembre),un Día Mundial de la Docencia (5 de octubre), un Día Mundial de Información para el Desarrollo (24 de octubre) y un Día Internacional de la Tolerancia (16 de noviembre).

 

Llegados a este punto, me atrevo a retomar la pregunta que da título a este artículo: ¿necesitamos un día del libro? Si en 1995 los miembros de la Conferencia General de la UNESCO hubieran mirado a su alrededor y hubieran descubierto que ese mismo año nacía una universidad –la UOC– llamada a desarrollar toda su actividad formativa a través de Internet, tal vez hubieran intuido que algo muy poderoso estaba alterando el paradigma cultural y educativo prevalente durante los últimos 500 años y hubieran consagrado el 23 de abril a alguna otra buena causa. Por ejemplo, a preservar el regalo de rosas como símbolo de amor, respeto y admiración.

 

Al fin y al cabo, si bien es cierto que no han faltado los intentos de virtualizar la tradición de obsequiar con una rosa a la persona querida (tradición que en Cataluña se remonta al siglo XV), las rosas virtuales están aún muy lejos de emular en el mundo de la flora las bondades que la formación online ha aportado a la educación en las últimas dos décadas.

 

¡Feliz San Jorge a todo el mundo!

 

Cita recomendada

LALUEZA, Ferran. ¿Necesitamos un día del libro? COMeIN [en línea], abril 2015, núm. 43. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n43.1529

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