Número 108 (marzo de 2021)

Bulos que desacreditan al feminismo

Patricia Estévez Jiménez

Existe una tendencia creciente a usar técnicas de desinformación en redes sociales para fomentar el descrédito tanto de mujeres con actividad pública como del movimiento feminista. Estas presiones, que se producen de forma paralela al incremento de la violencia online, están provocando el alejamiento de las mujeres de la esfera pública e impiden el avance en la lucha por los derechos y la igualdad. Es imperativa la profundización en su estudio y la toma de medidas específicas para paliar sus efectos en nuestras democracias.

El 4 de diciembre de 2016, un hombre joven armado con un rifle de asalto irrumpió en la pizzería Comet Ping Pong en la ciudad de Washington D.C. Edgar Maddison Welch viajó desde Carolina del Norte para liberar a los niños y las niñas que, supuestamente, permanecían encerrados contra su voluntad en el sótano de la pizzería, objeto de una trama de trata infantil de la que era parte Hillary Clinton y personal de su confianza en el Partido Demócrata.

 

No hace falta un gran esfuerzo para entender que la implicación de Hilary Clinton en un asunto de trata es un caso de desinformación. Convertido en la teoría de la conspiración del Pizzagate, la conversación sobre el asunto acumuló más de 1,4 millones de hashtags en 250.000 cuentas de redes sociales entre octubre de 2016 y el día de diciembre en que Welch decidió no esperar ni un minuto más y «liberar» a aquellas personas cautivas del yugo demócrata.

 

Este caso de desinformación, investigado como parte de la actividad procedente de Rusia durante el periodo electoral que llevó a Donald Trump a la presidencia, constituye solamente uno de los muchos ataques sufridos por la candidata demócrata con el único objetivo de desacreditar su persona. Y no es aislado tampoco entre mujeres que se dedican a la política. El mismo octubre de 2016, la Unión Interparlamentaria publicaba el estudio «Sexismo, acoso y violencia contra las mujeres parlamentarias», con entrevistas a 55 mujeres políticas de 39 países, correspondientes a 42 parlamentos alrededor del mundo. Entre los muchos resultados del estudio, el 81,8% declaraba sufrir alguna forma de violencia psicológica como resultado de su trabajo, y el 41,8% afirmaba haber sufrido la difusión de imágenes o comentarios a través de redes sociales con fines difamatorios o humillantes, incluidos fotomontajes. En una segunda edición del mismo informe en 2018, esta vez con 123 mujeres encuestadas (parlamentarias y personal trabajador en política), la violencia psicológica había escalado hasta el 85,2% y el 58,2% había recibido ataques por internet.

 

Aunque las mujeres políticas son un objetivo obvio de la violencia y la desinformación online, por desgracia no es terreno único para ellas: los ataques se han venido recibiendo por todo tipo de mujeres que ostentan un papel preponderante en la esfera pública, muy especialmente, periodistas y activistas. Los fenómenos de desinformación, combinados con los ataques abiertamente misóginos, el acoso y las amenazas, llevan a muchas mujeres a practicar el silencio en las redes o incluso a retirarse de su ámbito público de acción, por miedo a que seguir llevando a cabo su trabajo les lleve a perder la vida, como Berta Cáceres en Honduras, Jo Cox en Reino Unido, Marielle Franco en Brasil, Daphne Caruana en Malta o, años antes, Anna Politkóvskaya en Moscú, todas ellas asesinadas.

 

Reflejo de esto es que el 65.º período de sesiones de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer de la ONU, que se estará celebrando cuando se publique este artículo, lleva por título «Mujeres en la vida pública: igualdad de participación en la toma de decisiones». Uno de los temas que abordará será la violencia online en todas sus modalidades, como uno de los elementos que intenta apartar a las mujeres del ámbito público de acción.

 

No hay que perder de vista, por otra parte, que la desinformación se ha hecho patente tanto en ataques del exterior como del interior de un país. Y no solo en contra de figuras públicas, sino que estos ataques también están sido dirigidos en contra de mujeres anónimas o contra parte del ideario feminista. Un reciente estudio de The Economist a 4.500 mujeres de 45 países destaca que el 67% de las encuestadas reconoce haber sufrido ataques de desinformación y difamación online. En marzo de 2018 un estudio del Consell del Audiovisual de Catalunya ya identificaba un patrón narrativo de marcada oposición a la igualdad de las mujeres, registrando «noticias que contienen un mensaje implícito de inferioridad, otras que crean un discurso contrario a las políticas de igualdad o a la legislación de erradicación de la violencia machista y otras que desautorizan las luchas por la igualdad de las mujeres». Otro estudio de 2020, que analiza 71 bulos recopilados por el equipo de fact-checking de Maldito Feminismo, llegaba a unas conclusiones similares y definía el objetivo de la desinformación en la movilización política de la opinión pública o el descrédito del feminismo, de una forma propagandística o ideológica. Ambos estudios enlazan los resultados con el peligro de la difusión de estos mensajes en echo chambers, en los que personas de pensamiento similar se retroalimentan y amplifican la información, afianzando creencias falsas sin posibilidad (ni intención) de acceder a información que la refute.

 

No es infrecuente escuchar voces que restan cierta importancia a la desinformación que tiene como objetivo a personas físicas, ya que estos ataques están cubiertos por la legislación vigente: pueden considerarse difamación y ser objetos de demandas legales. Dejando a un lado el hecho de que la mayor parte de las veces es imposible identificar la fuente de origen de creación del bulo en cuestión, o que la velocidad de viralización de los contenidos es tal que, aunque se conociera su origen, el daño conseguido por el bulo se convierte en irreparable al poco tiempo de ser lanzado, ¿qué hacemos contra los bulos dirigidos a desacreditar al feminismo, que no solo perpetúan estereotipos, sino que, además, se oponen a parte de los derechos básicos de la mitad de la población? Si los movimientos de desinformación utilizan a las mujeres y el feminismo como uno de sus objetivos, esta desinformación ha de convertirse en objeto de estudio y de tratamiento específico en las políticas públicas.

 

Que haya mujeres que luchan contra los poderes establecidos, en especial desde posturas abiertamente feministas (mucho más si se trata de mujeres en los márgenes o entra en juego la interseccionalidad) molesta, y ha molestado históricamente. Susan Faludi, en su famoso libro Backlash, ya explicaba en 1991 que cada ola feminista había tenido su contramovimiento, no tanto porque se consiguiera la igualdad, sino porque parecía que finalmente se podría llegar a ella. La salida de las mujeres de la esfera pública representa, sin duda, una pérdida irremediable para la lucha por la igualdad, pero también para la salud democrática de los Estados.

 

El Pizzagate, por suerte, no causó ningún herido. Sin embargo, aunque las autoridades estadounidenses han refutado todos los hechos relacionados con esta teoría repetidamente, la teoría QAnon de la extrema derecha estadounidense incorporó en 2020 la supuesta red internacional de trata sexual pedófila a su ideario y justificación de ser, ampliando la lista de cómplices de Hillary Clinton a Barack Obama y George Soros. Y no solo eso: la preocupación por esta teoría de la conspiración se ha traspasado a toda una serie de vídeos de adolescentes en TikTok. La desinformación, una vez que cala en la población, es realmente imparable y puede tener consecuencias incontrolables.

 

Cita recomendada

Estévez Jiménez, Patrícia. Bulos que desacreditan al feminismo. COMeIN [en línea], marzo 2021, no. 108. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n108.2119

periodismo;  género;  medios sociales;  investigación;  comunicación política;  políticas comunicativas; 
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