Número 102 (septiembre de 2020)

Comunicación y lenguaje en Hegel

Víctor Cavaller

 El 27 de agosto de 2020 se celebró el 250 aniversario del nacimiento del filósofo alemán G. W. F. Hegel. Es una ocasión propicia para revisar aquellos postulados de la filosofía hegeliana que apelan al papel mediador del lenguaje y de la comunicación en el progreso humano, y que están recobrando cierta actualidad desde posiciones pragmáticas y evolucionistas. Este artículo trata de elucidar las claves de su importancia en el debate filosófico y científico actual.

El pensamiento de Hegel nos remite a un modo teórico de contemplar la realidad desde una óptica racionalista, humanista e ilustrada. Se dice que la filosofía de Hegel, en cierta manera, sintetizó todas aquellas corrientes que el idealismo alemán había incorporado de la tradición cristiana pasadas por el filtro de la Ilustración. De una síntesis podría haberse esperado una reconciliación, una convención, un acuerdo; sin embargo, a la vista de la historia de la filosofía poshegeliana, cabe decir que sus efectos fueron más bien perturbadores. Paradójicamente, la filosofía de Hegel actuó de forma inmediata en mayor o menor medida como un reactivo que influyó o condujo a corrientes filosóficas tan antagónicas como el pragmatismo, el marxismo, el vitalismo, el empirismo o positivismo lógico, entre otras, que marcaron la historia y removieron los fundamentos de nuestra civilización.

 

La clave para entender el carácter controvertido del pensamiento de Hegel donde se inscriben los conceptos de lenguaje y comunicación puede obtenerse a partir de la explicación de uno de los famosos principios de su filosofía: todo lo real es racional y todo lo racional es real.

 

Hay que situarse en la época para entender el extraordinario debate suscitado por esta sentencia que fue extensamente malinterpretada, y aclarar su significado para cada una de las tres partes que componen el corpus filosófico hegeliano: la lógica, la naturaleza y el espíritu, que para nosotros correspondería al ámbito social o humano.

 

En el plano óntico o del ser que ocupa la lógica –donde lo racional tiene existencia autónoma–, el lenguaje se encarga de describir los conceptos y las categorías lógicas puras partiendo del ser. El movimiento de la idea pura, en su forma abstracta, transcurre en el elemento ontológico basándose en la contradicción como raíz del movimiento, impulso y actividad de los conceptos de la lógica que remiten al ente.

 

En el plano de la naturaleza, afirmar que lo racional (lo-que-tiene-una-razón-de-ser) deviene necesariamente real implica que la realidad se manifiesta en sus resultados que –a pesar de su provisoria impredecibilidad– reproducen los conceptos de la lógica.

 

En el plano del saber humano, lenguaje y comunicación participan en el progreso de la experiencia de la consciencia en su camino hacia la autoconsciencia. Lo-que-es es perfectamente cognoscible y lo que es racional debe existir, devenir real, en el mundo, según corrección del mismo Hegel ante la interpelación ética de Heinrich Heine (1797-1856).

 

Hegel representa un reset metafísico, inaudito para su tiempo, en el seno del riquísimo debate filosófico donde se educó, a partir del cual el lenguaje –ante el reto de explicar el progreso de la contradicción inherente al concepto, a la naturaleza y a la consciencia– tenía que elevarse a un grado de complejidad que requeriría ulteriores desarrollos filosóficos.

 

La exposición «Hegel und seine Freunde. Eine WG-Ausstellung» que tuvo lugar en el Deutsches Literaturarchiv de Marbach, la ciudad natal de Friedrich Schiller, entre el 6 de octubre del 2019 y el 16 de febrero de 2020, celebró justamente esta cima conceptual –la unidad de lo infinito y lo finito, o cerrar lo infinito en lo finito y abrir lo finito a lo infinito– a la que llegaron Hegel (1770-1831), Hölderlin (1770-1843) y Schelling (1775-1854) en el Seminario de Teología Protestante de Tubinga. El principio metafísico de la infinitud verdadera así expresado, que significaba incluir la contradicción en la identidad y que describe el absoluto al que tiene que aspirar la consciencia humana, supuso modificar los nodos de la estructura de la metafísica occidental; en cierto modo, resituó o pasó página a interminables y estériles debates especulativos, simplificando gratamente las cosas, pero a su vez, directa o indirectamente, impuso la necesidad de una realización experimental de la ciencia centrada en la explicación de los procesos de la vida y sociales en general.

 

Hegel se entiende por la magnitud de su proyecto filosófico, pero sobre todo por sus efectos secundarios, la letra pequeña que hay que leer en su radical aproximación a la metafísica. Marcar como horizonte de la humanidad el saber absoluto, entendido como una ciencia capaz de actuar como filosofía, implica situar en un plano instrumental toda la experiencia que conduce a este objetivo y relegar a un plano contingente lo que accidentalmente acompaña los grandes movimientos de la historia.

 

Hay que entender los conceptos de lenguaje y de comunicación hegelianos en este macroproyecto idealista. Para Hegel, el lenguaje y la comunicación acompañan el progreso de la experiencia de la consciencia, por lo que su función está referida al momento fenomenológico que esta ocupa siempre.

 

Por ejemplo, la consciencia sensible, figura iniciática que aparece al principio de la Fenomenología del espíritu (1807) como un ángel caído, parte de un extravío original, un distanciamiento entre decir-lo-que-es y el ser sensible al que hace referencia. El lenguaje permite la indicación de algo distinto del yo, pero finalmente resulta tan solo una pretensión a través de la cual la consciencia se descubre a sí misma como autoconsciencia.

 

El lenguaje participa en el encuentro del yo con el mundo y en su descubrimiento hasta la realización de la razón que se sabe a sí misma. En este largo y pesaroso camino, la comunicación, el hablar o el decir algo sobre la lógica, el mundo o sobre nosotros, se produce según el contexto situacional del sujeto y del objeto. Para Hegel, el lenguaje es el sistema simbólico de mediación en el proceso de producción de sentido que pretende la indicación de la consciencia.

 

El interés que los conceptos hegelianos de lenguaje y comunicación están despertando actualmente en el pragmatismo y en el evolucionismo –como expresión de un reconocimiento conciliador después de un inicial rechazo– se entiende a partir de este contextualismo que participa en el conocimiento. La idea de la dialéctica como mecánica y motor de cambio y progreso en la realidad –entendida como proceso– tuvo una enorme influencia en la filosofía posterior y representó un estímulo en la investigación por encontrar una formulación propia para las ciencias naturales.

 

De hecho, como algunos ya han apuntado, la teoría sobre el origen de las especies de Darwin (1859) podría fácilmente presentarse como una proyección del progreso de la experiencia de la autoconsciencia hegeliana sobre el ámbito de la evolución de las formas vivas. Schelling, Alexander von Humboldt (1769-1859) y Hegel, criaturas de su tiempo, conocieron y compartieron, con mayor o menor grado de aceptación, las ideas sobre la epigénesis de Maupertuis (1698-1759) y Blumenbach (1750-1840) que Kant (1724-1804) ya había considerado como fundamentos teóricos de la biología y la historia natural, y estas ya contemplaban apuntes de tales conceptos evolutivos.

 

Tras la muerte de Hegel, en el ámbito del evolucionismo natural, no tardó en proponerse el principio de eficiencia evolutiva, según el cual aquellos cambios que no aportan un beneficio a la especie son eliminados por selección natural. De manera que la naturaleza produce formas como ensayos de utilidad que el tiempo se encarga de apartar si son fallidas, o de mantener si son exitosas o neutras.

 

Este principio, que rezuma hegelianismo, puede aplicarse a toda conceptualización sobre lo acontecido en cualquier período de la historia natural y, cuando se ha exportado al ámbito humano y social, se ha venido a llamar pragmatismo, teoría filosófica según la cual el único medio de juzgar la verdad de una doctrina moral, social, religiosa o científica consiste en considerar sus efectos prácticos. Un modo de ser o pensar pragmático, como extensión del principio de eficiencia evolutiva –a diferencia del modo determinista apriorístico– establece que el éxito de cualquier forma natural, constructo mental o social se evalúa en la medida en que a posteriori demuestra que responde de manera efectiva a la necesidad práctica que ha de resolver.

 

No es extraño que el modo de ser o pensar pragmático, al que invita el evolucionismo, sin Hegel o sin las debidas prevenciones éticas, tenga el riesgo en convertirse en practicismo –un pragmatismo deshumanizado– y pueda tener efectos devastadores en las formas políticas, económicas o sociales donde se aplica, como lamentablemente se ha vivido en la historia contemporánea.

 

Dado que el lenguaje y las formas de comunicación ponen en evidencia el pensar que se esconde debajo del ser, las preguntas que cabe hacerse son si el pragmatismo, o el practicismo en su extremo, están de acuerdo con los principios que deben regir la comunidad humana y si las formas comunicativas al uso –en tanto que asumen de una forma implícita este principio– crean realidades también de uso, donde lo humano es cosificado e instrumentalizado para una finalidad alienante.

 

En palabras de Hegel: «Was wirklich ist, kann wirken, seine Wirklichkeit gibt etwas kund durch das, was es hervorbringt». *

 

* Lo que está en acto, puede actuar; y algo manifiesta su realidad mediante lo que produce. (Traducción al castellano de la cita extraída de la Wissenschaft der Logik, 3 vols., [1812-1816], de Hegel, basándose en la traducción que hizo Augusta y Rodolfo Mondolfo para Ediciones Solar según consta en la 5.ª edición de la obra [1982].)

 

Cita recomendada

CAVALLER, Víctor. Comunicación y lenguaje en Hegel. COMeIN [en línea], septiembre 2020, no. 102. ISSN: 1696-3296. https://doi.org/10.7238/c.n102.2063

gestión del conocimiento;  investigación; 
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