Eran los últimos románticos. Miraban a través del visor, adoraban el olor a químicos, y sufrían una especie de ASMR (Respuesta Sensorial Meridiana Autónoma) también conocida como brainsgasm (orgasmo cerebral) al oír el sonido del obturador de cámara seguido del del carrete.
Coincidía en la época en la que por alguna extraña razón me dedicaba a visitar laboratorios fotográficos. No hablo ya como clienta (que también) sino más bien como exploradora de selvas de papeles emulsionados, de estanques donde hacer placenteros
baños de paro y de fotogramas que no pueden ver la luz más que por pocos segundos so pena de morir de una revelación casi mística. En uno de esos viajes a las antípodas de las copias de calidad de los álbumes familiares que aún guardamos en algún lugar, un experto de bata blanca nos dio la trágica noticia: aquello se acababa. Las empresas estaban agotando su
stock y en pocos años todo aquel proceso habría desaparecido fagocitado por la epidemia de ceros y unos que dominaba el mundo. Lo digital preparaba un jaque mate a lo analógico.
Se recuerdan neveras llenas de botellas de químicos y carretes. Algunos se compraban en el extranjero porque en casa ya no se encontraban de aquella marca o de aquella otra sensibilidad. Ya no había papeles de todos los tamaños y características que querías y el coste de la emulsión cada vez se acercaba más al del barril de Brent.
Y de repente empiezan a manar románticos. Aparece Imposible Project (hoy llamado
Polaroid Originals) para volver a fabricar recambios de Polaroid, y no de un modelo como antes, no: con el marco redondo, de colores, estampados... ¡estampados! Llegó también la fiebre
Lomography y con ella la vuelta popular del carrete de 35mm y, de asociar el analógico al blanco y negro, pasamos a entender la película como un mundo de colores, arco iris y unicornios (de hecho, tras analizar una muestra de cien mil carretes, hemos observado que solo un 20% de ellos son de blanco y negro). Hoy, un poco más amansadas estas modas urbanas, vivimos una vuelta al uso de la película desde una vertiente más reflexiva, pero no por ello menos en boga. En base a una serie de entrevistas realizadas, afirmamos que muchos de ellos la utilizan como medio para detenerse, para dedicar tiempo a mirar, sin prisas, con cuidado, subvirtiendo las reglas de las sociedades contemporáneas marcadas por ritmos frenéticos a las que estamos sometidos.
La fotografía analógica vivió su gran siglo, que fue el siglo XX, pero en el siglo XXI también le hemos dedicado un pequeño espacio. Y este no es un espacio de nostalgia, sino de experimentación, de fusión de medios, de mezclar tradición y modernidad, de jugar con el arte fotográfico al antojo de la creatividad y de contar historias sirviéndonos un nuevo-viejo vehículo.
Autor: Edgar Torras
Alrededor de esta filosofía se ha creado una comunidad de miembros de todo el mundo que se encuentran gracias a internet. Allí comparten, exhiben su trabajo y hacen investigación en común en cuestión de técnica y procesos fotográficos. Así es como se conocieron por ejemplo los dos románticos que en 2012 crearon
Carmencita Film Lab, uno de los referentes europeos en materia de revelado de película. Los separaban centenares de kilómetros pero los unían sus quimeras sobre cómo escanear negativos y un foro cualquiera de fotografía en internet. Seis años y más de ciento cincuenta mil carretes después revocan con convicción aquel mensaje apocalíptico del experto de la bata blanca de quince años atrás. Y así lo demuestran las cifras, las cuales han ido creciendo año tras año de la mano no solo de románticos
amateurs sino también de románticos profesionales que han visto en la película un rasgo diferencial por el que el cliente está dispuesto a pagar en ocasiones veinte veces más de lo que pagaría por el mismo trabajo hecho en digital. Es el precio de la adrenalina que supone el riesgo. El riesgo a jugártela a un solo disparo (y salir con los ojos cerrados), el riesgo a que se pierda un momento clave del reportaje porque justo tocaba cambiar el carrete, el riesgo a que la imperfección permanezca eternamente en el negativo... ¡la vida es tan humana y excitante corriendo riesgos!
Ahora bien, como curiosidad, se escanean (digitalizan) el 95% de las fotos que se revelan en el laboratorio. Así es la fotografía analógica del siglo XXI. Solo hay que fijarse en Instagram, una plataforma digital repleta de fotos analógicas digitalizadas. Hashtags como #Ishootfilm tienen más de cuatro millones de entradas.
Y en este contexto fronterizo entre el mundo digital y el analógico nacen eventos como
Traveling Light, que tendrá lugar en la localidad de Torroella de Montgrí del 31 de octubre al 4 de noviembre y que contará con la colaboración de la UOC.
Este evento, punto de encuentro de la comunidad de artistas y profesionales que trabajan la fotografía analógica, pretende servir de espacio de debate y divulgación. No se trata solo de charlas o talleres sobre técnica analógica, sino que se abordan cuestiones artísticas y sociales de carácter universal que van más allá de la propia fotografía. Todo esto es posible a través de las diferentes conferencias pero también mediante una convivencia que hace aún más sólidos si cabe los vínculos profesionales y emocionales que un día se crearon en las redes y plataformas digitales.
Autor: Jan Scholz
Fuente: Traveling Light
Cita recomendada
MARTORELL, Sandra. Fotografía analógica: el renacimiento de los románticos fotosensibles en la era digital. COMeIN [en línea], septiembre 2018, núm. 80. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n80.1862