En estas últimas semanas han sido diversos los anuncios relativos a la revitalización de franquicias clave de la cultura popular contemporánea. Así, Crepúsculo, Harry Potter, Breaking Bad, Star Wars, Twin Peaks e incluso Mad Max han sido objeto de noticias o adelantos sobre su inminente futuro, para deleite de sus seguidores. En los casos de más larga trayetoria, algunos de sus fans se han dedicado desde hace tiempo a la creación de sus propias historias y en la actualidad se llega incluso hablar de la batalla por el control de los “universos expandidos”. Y yo no puedo dejar de hacerme una pregunta: ¿de verdad queremos “saberlo todo”?
La cosa suele ir así: alrededor de determinados fenómenos televisivos, a menudo dirigidos a un público concreto, preferentemente pero no de forma exclusiva infantil o juvenil, se lanzan proclamas sobre la lamentable calidad de los productos televisivos actuales, de los dudosos valores que transmiten, de su escasa relevancia como producto cultural.... Y no es extraño que se acompañen de consideraciones sobre mejores tiempos donde la creatividad, la originalidad y los valores éticos marcaban la diferencia, donde las funciones de la televisión –formar, informar y entretener– eran consideradas como ejes de referencia irrenunciables. En tiempos de abyecta telebasura no hay duda de que la televisión de ahora no es como la de antes. En mi opinión, este es un buen lugar para empezar a tratar algunos tópicos. En esta ocasión, relacionados por un lado con la calidad televisiva y por otro, con algo todavía más etéreo, la nostalgia.
La cultura ha sufrido de formas muy distintas, dolorosas, y no siempre visibles, el parón global de este confinamiento. La música, por supuesto, también: lanzamientos discográficos, salas de conciertos y de baile, giras, estudios o festivales son lo más llamativo; también sectores fácilmente olvidados como las orquestas, y multitud de oficios más allá de los músicos, por ejemplo los equipos técnicos, siempre en la sombra. A la vez, la música se ha convertido para muchas personas en compañero indispensable en el confinamiento, porque quizás es la forma de expresión que más impregna nuestra biografía. Muestras hay muchísimas; aquí compartiré algunas, fruto de mi experiencia estas semanas.
El K-pop es un potente movimiento cultural de origen coreano basado en la música, pero que no se puede entender sin una estética visual, un trasfondo cultural (y de industria cultural) y un fandom global profundamente implicado. El K-pop trasciende la simple etiqueta de pop fabricado para adolescentes y ha adquirido sorprendentes implicaciones sociales e incluso políticas. Mi hija es fan total del género y, en parte por interés, en parte por exposición, me propongo darle una vuelta en este artículo. K-pop, in your area.
En este artículo intentaré ordenar mis impresiones, fruto de una serie de conversaciones reveladoras y un reciente reportaje televisivo que coinciden en poner el foco en hacia dónde va eso que llamamos televisión. El reportaje era concretamente un Lo de Évole que el periodista catalán dedicó a una figura clave para entender el momento en el que nos encontramos en el ámbito de la comunicación: Ibai Llanos.
Las cifras nos lo recuerdan frecuentemente: el vinilo no solo no ha desaparecido, sino que su consumo está en una línea claramente ascendente a escala mundial. Aunque lo parezca, este fenómeno no es en absoluto cosa de fans de cierta edad que han vivido la era de los vinilos. Lo que me lleva a escribir este artículo es la curiosidad de saber por qué hay un porcentaje importante de adolescentes y jóvenes que se sienten atraídos por los discos en vinilo e incluso los coleccionan. Pongámonos a girar y bajemos la aguja.
Recientemente mantuve una conversación con la guionista de televisión Marta Gené Camps por el podcast de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación, Parenthesis. Ella es parte del equipo creativo de las primeras tres temporadas de la serie Manifest y cuenta con una larga y apasionante experiencia en la televisión norteamericana. Hablamos de cómo funcionan las series de televisión desde dentro; qué hacen guionistas, productoras, showrunners o directoras, entre otras muchas cosas. Este artículo quiere ser un complemento al episodio, donde me centro en el fenómeno de la campaña de fans que ha salvado Manifest de la cancelación, consiguiendo que Netflix lo acoja para una macrotemporada final.
Las fiestas navideñas suelen ser uno de los principales escaparates de grandes estrenos cinematográficos de atractivo comercial. En este sentido, 2021 no ha sido una excepción. Pero, como bien sabemos, ha resultado ser un año (otro) complicado también para el cine, que vive sumido en una situación de incertidumbre sin precedentes. En este artículo para COMeIN me acerco, sin juicio o voluntad valorativa, a tres estrategias muy distintas, tres películas muy diferentes, que sin embargo tienen en común su voluntad de regresar explícitamente a un mundo cinematográfico con raíces que se remontan a décadas atrás: Spider-Man: No Way Home, Matrix Resurrections y West Side Story.
En este artículo, de diferentes maneras, sin salirme del ámbito de la cultura y de la comunicación, abordo la cuestión de la fragilidad de lo que nos rodea, de lo impermanente, de cómo, a pesar de que nos gusta creer lo contrario, no todo está disponible y nada lo estará para siempre. Que necesitamos de nuestra voluntad, de nuestras mejores virtudes, para aceptar la pérdida, pero también para seguir en la búsqueda de lo perdido, la inquietud hacia lo bello todavía por descubrir, para cuidarlo y compartirlo, mientras sea posible. Vale para nuestro adormecido día a día, y vale, por supuesto, para el drama del pueblo ucraniano.
Eurovisión es un evento televisivo que, guste más o guste menos, resulta fascinante precisamente por ser contradictorio y multifacético: a la vez profundamente representativo de los tiempos que vivimos y en muchos aspectos una reliquia del pasado. En este artículo hago un apunte sobre el Festival de Eurovisión 2022 desde un punto de vista algo distinto a la inundación mediática que le suele rodear, porque el evento lo permite como pocos. Lo haré desde la perspectiva de los datos y las apuestas, que forman una parte poco visible pero fundamental de los eventos globales competitivos.