Pocas horas antes de la redacción de estas líneas, el Festival de Cannes, el encuentro cinematográfico más importante del mundo, emitía un comunicado oficial en el que anunciaba de que el aplazamiento inicialmente anunciado (de mayo a finales de junio) resultaba imposible de llevar a cabo. Además, en su nota dirigida a la prensa, la dirección afirmaba que, «en estos momentos, se hace difícil pensar que el Festival de Cannes pueda organizarse este año en su formato original».
Así se ponía fin a semanas de dudas y especulaciones sobre el impacto que la pandemia tendría en la cita anual más esperada para toda la industria del cine. Antes de abril se habían anunciado ya las cancelaciones de South by Southwest y Tribeca, dos polos de actividad esenciales para el cine indie. En el ámbito español, la cancelación del Festival de Málaga ya había puesto de manifiesto que el panorama de festivales se iba a ver afectado de forma dramática y que, a consecuencia de ello, el circuito de lanzamiento internacional de películas quedaría definitivamente alterado. En este sentido, la decisión de Cannes es la certificación de que la industria del cine vive en 2020 una de las encrucijadas más desafiantes de su historia.
La cancelación o el aplazamiento de los certámenes de interés estratégico, que son plataformas de lanzamiento de muchos títulos, ha provocado que muchas películas pasen a tener una explotación directa en el mercado del streaming, pero también ha dejado a muchos productos acabados en un limbo del que no hay salida fácil. Esto ha causado perturbaciones notables en un circuito muy sensible a cualquier variación y que, en los últimos tiempos, ya estaba sometido a cierta tensión a causa de los nuevos planteamientos disruptivos que suponían el auge de plataformas de streaming. El debate sobre las ventanas de exhibición adquiere ahora una nueva dimensión, que corre el riesgo de cerrarse de forma algo precipitada.
Para trazar una primera reflexión sobre el impacto de la pandemia en los festivales de cine, en concreto, el posible impacto en el Sitges - Festival Internacional de Cine Fantástico de Catalunya, con el que la UOC tiene un acuerdo de colaboración para la realización del Máster de Cine Fantástico y Ficción Contemporánea (UOC - Sitges Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya), hablamos con Ángel Sala, director del festival, y Mònica Garcia-Massagué, directora general de la Fundación Sitges-Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya. Ambos señalaron a COMeIN que los festivales de cine en conjunto no han dejado de trabajar, aunque sujetos (y limitados) por las incertidumbres del momento.
Para Sala, «el aplazamiento del Festival de Cannes, máximo certamen mundial y asociado a un mercado internacional imprescindible, complica la circulación de películas desde la punta de la pirámide; pensemos que dos de las grandes favoritas a los Óscar del año pasado, de hecho triunfadoras, como Parásitos y Érase una vez… en Hollywood tuvieron sus premieres mundiales en Cannes». Sala afirma que «la incógnita sobre la fecha del gran certamen galo añade una variable aún más compleja para el ya desorientado panorama actual, pues los movimientos de Cannes a otras fechas, podrían colapsar las políticas de selección de certámenes tan importantes como San Sebastián o Sitges». Además, podría «provocar un giro definitivo de timón de un mercado que, en los últimos años, ve con mejores ojos las fechas otoñales y de final de año a la hora de lanzar sus productos, como ha demostrado la fuerza de Toronto o Venecia». Sala cree que la contingencia podría ser aprovechada, «en cierto sentido y sin ánimo conspirativo, para recolocar a Cannes en un momento temporal más propicio».
El director del festival añade que la crisis sanitaria y el obligado confinamiento de los ciudadanos (y, por tanto, de todos los públicos potenciales) «ha provocado también la resurrección, cuando no la radicalización, del debate festivales presenciales versus festivales online». Para Sala, «es tan sensato la celebración online en esta situación excepcional de eventos cuya naturaleza lo permita como la negativa de hacerlo por parte de festivales (como Cannes por su dimensión y naturaleza de sus contenidos o Sitges por su relación íntima con su público)». Más allá de un debate fundamentalista a favor de una u otra opción, parece evidente que tras esta crisis y más allá de la normalización progresiva del panorama a medio plazo, quizá los festivales de cine, como otras actividades culturales, deban replantear sus políticas de crecimiento, impacto mediático y repercusión directa con ajustes no solo de presupuesto, sino de asistentes, ingresos propios por taquilla o acreditados, tanto profesionales como de prensa.
Sala señala que, «posiblemente, buena parte de ciertas actividades inscritas en la dinámica de los festivales, como los pases de prensa o la reserva de localidades para acreditados de otro tipo, deberán implementarse de formas no presenciales, mientras que la asistencia de espectadores quizá esté sometida a unos límites que marcarán la evolución y el crecimiento de esos eventos». Parece evidente que la «nueva normalidad» que ha anunciado el Gobierno de España y, de hecho, prácticamente todos los gobiernos del mundo, implicará consecuencias para los aforos de eventos culturales y de ocio. Hasta qué punto esas limitaciones son temporales o se convierten en permanentes es algo que aún está por descubrir. En cualquier caso, para Sala, algunas de las medidas que se tomen como respuesta a la crisis sanitaria «pueden tener un impacto positivo en la previsión de contingencias, el desarrollo de infraestructuras y la estabilización de los modelos de los festivales a largo plazo».
En el caso concreto del Sitges - Festival Internacional de Cine Fantástico de Catalunya, la crisis sanitaria tiene una primera consecuencia evidente en el ámbito organizativo: la demora de la incorporación de los profesionales necesarios para la organización del evento hasta el final del estado de alarma. Mònica Garcia-Massagué apunta que, dado que estos eventos implican que «una parte sustancial de la plantilla tenga una incorporación progresiva, en caso necesario no habrá más remedio que ajustar el número de profesionales necesarios de acuerdo a la dimensión final del certamen». Del mismo modo, es evidente que, «en caso de reducción de la duración de los certámenes, se ajustarán los periodos de contratación de personas».
Para un festival que, a seis meses vista, no ha dejado de trabajar en la organización de la edición de este año, pero que estará sujeto a la evolución de múltiples condicionantes externos, la gerencia es un desafío. Un ejemplo claro es la gestión de películas invitadas. «En estos momentos no se sabe si va a ser necesario reducir el número de títulos que programar, o si va a ser imprescindible contemplar proyecciones online», afirma Garcia-Massagué. Y añade: «Parece imprescindible incluir en las conversaciones con productoras y distribuidoras la posibilidad de pactar ya posibles proyecciones online , o ampliar el número de proyecciones admitidas de cada película, si es necesario por la reducción de aforos». La programación de un festival es un conjunto de decisiones de alta complejidad en el que necesariamente interviene la posición de la estrategia artística del festival, la de las empresas propietarias de los derechos de exhibición de las películas y la de organismos públicos y privados, como las Administraciones que conceden ayudas o la Federación Internacional de Asociaciones de Productores Cinematográficos (FIAPF), que certifica las categorías de los festivales a partir de, fundamentalmente, criterios de programación.
Pero programar es solo una parte de la ecuación. Todos los elementos y apartados de un festival deben pensarse en una dimensión variable, pero no pueden dejar de contemplarse en ningún momento. La organización del festival debe trabajar en asegurar las infraestructuras, la presencia de invitados, además de la comunicación y la difusión de las actividades, pero sin saber cuál será la dimensión necesaria. Así, no se puede dejar de trabajar en la planificación de escenarios, aun sabiendo que no hay nada seguro. Como sintetiza Garcia-Massagué: «Organizar un festival en este momento es como un juego de azar. Qué formato, qué costes, con qué personal... Todo es posible y los recursos solo dan para una apuesta».
Los que invertimos buena parte de nuestras energías profesionales en planificar el futuro inmediato, como es el caso de los profesores de universidad y, por supuesto, de todos los profesionales de la comunicación, extraeremos con toda seguridad conclusiones de la presente crisis sanitaria. Observar el desarrollo de grandes eventos como los festivales de cine nos dará pistas de cómo afrontar algunos aspectos del futuro incierto que nos espera.
Cita recomendada
SÁNCHEZ-NAVARRO, Jordi. Festivales de cine y crisis sanitaria: pronósticos imposibles. COMeIN [en línea], mayo 2020, no. 99. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n99.2031