En estos días de pandemia y confinamiento, se ha disparado el consumo de entretenimiento en la red. Mientras se multiplican las propuestas creativas online de artistas u organizaciones de la industria digital, los espacios tradicionales del arte, como los museos, los cines, el teatro o la música en directo, experimentan la agonía de las salas cerradas y el temor de un futuro incierto en cuanto a su continuidad. La tragedia del virus ha dejado al descubierto, todavía más si cabe, la fragilidad del sector de la cultura, mientras se dibujan en el horizonte nuevas maneras de consumirla en un mundo postpandemia.
En estos días de pandemia y confinamiento, se ha disparado el consumo de entretenimiento en la red. Mientras se multiplican las propuestas creativas online de artistas u organizaciones de la industria digital, los espacios tradicionales del arte, como los museos, los cines, el teatro o la música en directo, experimentan la agonía de las salas cerradas y el temor de un futuro incierto en cuanto a su continuidad. La tragedia del virus ha dejado al descubierto, todavía más si cabe, la fragilidad del sector de la cultura, mientras se dibujan en el horizonte nuevas maneras de consumirla en un mundo postpandemia.
El cine nació como un espectáculo colectivo en grandes salas, con imágenes proyectadas en una gran pantalla en una sala oscura a 24 fotogramas por segundo. Sin embargo, hoy día, con el avance del streaming, lo más común es que los productos audiovisuales se consuman de manera individual, en televisores, tablets, ordenadores, o incluso en las minúsculas pantallas de los teléfonos móviles. Si ha cambiado la forma de recepción, ha cambiado también el contenido: las series continuas se hacen más populares, mientras que el llamado cine de arte o independiente tiende a limitarse a un público cada vez más reducido.