Desmesurada como el diarreico paquidermo que protagoniza su prólogo, Babylon (Damien Chazelle, 2022) nos retrotrae a la era en la que el cine era un espectáculo de masas y sus estrellas, auténticas divinidades. En la nueva película del director de La La Land, la transición del mudo al sonoro sirve de telón de fondo a la historia de un puñado de personajes cuyos caminos –en pos de la inmortalidad que Hollywood brinda a sus elegidos– se entrecruzan intermitentemente.
¿Qué tienen en común House, Prison Break, Perdidos o La casa del dragón? ¿O Black Mirror, Boardwalk Empire, Juego de tronos, Los Soprano y The Wire? La respuesta inmediata parece fácil: se trata de ejemplos destacados de importantes series de televisión de los últimos años. Pero hay otra conexión menos evidente: la presencia de un mismo director o directora en, al menos, alguno de sus episodios. Y es que, fuera de casos muy particulares, la dirección de ficción en televisión es una labor que, en comparación con el cine, pasa desapercibida, mientras que el mérito de autoría recae en figuras como la del showrunner. ¿Es la dirección de televisión una cuestión meramente funcional? Ahí van algunas ideas.
La muerte voluntaria del cineasta e intelectual francosuizo Jean-Luc Godard por suicidio asistido ante la imposibilidad de hacer frente a los daños paliativos diagnosticados constituye el último acto de rebeldía de la gran mente privilegiada –tan revolucionaria formalmente como osada y polémica– del arte del siglo XX. El cine queda huérfano, de músculo y de alma.
La generalización de la tecnología, junto con el empoderamiento del consumidor, ha traído grandes cambios en el entorno de la comunicación y, con ello, una profunda transformación de la industria publicitaria, que requiere de nuevos perfiles profesionales con competencias y habilidades que eran inéditas hace unos años. Estos factores están influyendo indiscutiblemente en el modelo publicitario tradicional y, en consecuencia, sobre sus estructuras organizativas y sus procesos de trabajo.
Se ha dado a conocer recientemente que en 2021 la venta de discos de vinilo en España ha superado, por primera vez en más de treinta años, la del CD. Esta noticia, coherente con una tendencia bien conocida en otros países, ha generado en los medios una relativa sorpresa, y ha revitalizado debates sobre el porqué de esta aparente paradoja y tertulias sobre «qué formato es superior».
Este verano pude finalmente sumergirme en la dulce lectura de un bestseller atípico. El infinito en un junco, de Irene Vallejo, narra la historia de los libros (Vallejo, 2021). Su lectura me permitió reflexionar sobre los avatares del oficio de los escribanos en tiempos de las redes sociales.
En el número 99 de COMeIN, correspondiente a mayo de 2020, publiqué unos breves apuntes titulados «Festivales de cine y crisis sanitaria: pronósticos imposibles». En el momento de escribir aquellas líneas, el aplazamiento del Festival Internacional de Cine de Cannes dejaba claro que la pandemia había provocado cambios radicales en el mundo de los grandes eventos presenciales, específicamente en aquellos relacionados con el mercado y la cultura del cine. La industria cinematográfica parecía vivir en 2020 una de las encrucijadas más desafiantes de su historia.
El 1 de junio de 2022, en el edificio de la Fundación Telefónica, en Madrid, se celebró el seminario «Loot Boxes: Nuevos retos de la industria del videojuego», organizado por el Ministerio de Consumo del Gobierno español. El acto transcendió a los medios de comunicación por un anuncio realizado por el ministro de Consumo, Alberto Garzón: la preparación de una ley en España, «pionera a Europa» (sic), para regular las loot boxes, o cajas de botín en castellano, en los videojuegos.
Eurovisión es un evento televisivo que, guste más o guste menos, resulta fascinante precisamente por ser contradictorio y multifacético: a la vez profundamente representativo de los tiempos que vivimos y en muchos aspectos una reliquia del pasado. En este artículo hago un apunte sobre el Festival de Eurovisión 2022 desde un punto de vista algo distinto a la inundación mediática que le suele rodear, porque el evento lo permite como pocos. Lo haré desde la perspectiva de los datos y las apuestas, que forman una parte poco visible pero fundamental de los eventos globales competitivos.
En la primera entrega de este artículo, el profesor Marc Compte analizó el flamante acuerdo de patrocinio entre Spotify y el FC Barcelona partiendo de lo que comporta el acuerdo, de la situación en que se encuentra actualmente la multinacional sueca y de las expectativas generadas a raíz del anuncio de esta colaboración. En esta última entrega, el autor analiza el legado del patrocinio del Barça por parte de Rakuten durante estos últimos años y también nos ayuda a divisar el futuro del patrocinio deportivo.