La dicotomía entre lo analógico y lo digital hace tiempo que está diluida en nuestra vida cotidiana. No obstante, aún podemos encontrar debates enérgicos, desde un enfoque binario, en torno al valor material, simbólico y cultural de la naturaleza de lo uno y de lo otro; como si se pudieran separar. Lo que sigue son reflexiones y argumentos sobre el valor intrínseco de la producción digital en la cultura.
«¿Están tocadas de muerte las redes sociales?». Con esta provocativa, a la par que sugerente pregunta, la periodista e investigadora Susana Pérez Soler me invitó a unirme a un debate asíncrono impulsado por la revista Barcelona Metròpolis y centrado en el rol que actualmente ejercen estas populares plataformas digitales en nuestra sociedad. Bien arropado por ocho especialistas del ámbito a quienes sigo y admiro desde hace tiempo, acepté el reto.
La victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales del 5 de noviembre de 2024 y el consiguiente nombramiento del propietario de X, Elon Musk, para dirigir una agencia denominada Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés) han provocado un nuevo éxodo de esta plataforma. El anterior se produjo en octubre de 2022 tras la compra de Twitter (ahora X) por parte de Musk.
Las cartografías visuales son herramientas que trascienden la representación espacial para convertirse en prácticas reflexivas y transformadoras. Vinculadas a perspectivas feministas, invitan a reinterpretar los territorios como espacios de cuidado, resistencia y colaboración. Este artículo explora cómo estas metodologías integran elementos visuales, colectivos y críticos, cuestionando narrativas dominantes y proponiendo nuevas formas de habitar. A partir de la filosofía de Martin Heidegger, se reflexiona sobre el habitar como un acto de cuidado, construyendo comunidades más justas e inclusivas.
La salud mental y el bienestar emocional son dos conceptos que van de la mano para comprender cómo nos sentimos, pensamos y actuamos en nuestra vida diaria. Representan un estado de armonía donde una persona reconoce sus capacidades, y puede desarrollar sus habilidades cognitivas y emocionales, vivir en sociedad y afrontar las exigencias del día a día. No se trata solo de evitar una dolencia mental, sino de ser capaz de gestionar los desafíos cotidianos, el estrés y mantener relaciones satisfactorias y un trabajo productivo.
El año 2024 volvió a poner en el foco de atención el debate en torno a la responsabilidad en los social media. Y es que –aunque las redes sociales nos ofrecen muchas posibilidades y opciones de comunicación– la apertura de la participación pública, el gran alcance que pueden obtener los mensajes y la facilidad de consumo de los formatos que circulan en estas plataformas nos sitúan ante nuevos riesgos. Todo un reto con muchísimas derivadas.
La ciencia es, por su propia naturaleza, un vasto campo de indagación. Es libre y avanza a la velocidad del pensamiento humano. Sin embargo, como fenómeno sociocultural y universal, no puede existir sin el apoyo, ya sea directo o indirecto, del Estado. Se requieren fondos y recursos para los descubrimientos que nos ayudan a comprender mejor el mundo que nos rodea.
Entre todas las dudas y debates sobre si continuar en la red Twitter/X, me encuentro reflexionando sobre mi propia decisión. No porque mi decisión sea relevante, sino porque bebe de un posicionamiento ligado a mis áreas de investigación. Sí, me fui de Facebook (o lo dejé ir). Sin embargo, en ese caso, no fue por posicionamiento ideológico.
La agenda mediática, que históricamente ha seleccionado los temas que son importantes para la audiencia, se ha visto desplazada en gran medida por las redes sociales. Las noticias de guerras y catástrofes naturales quedan ocultas y pierden actualidad rápidamente, a pesar de su continuidad y vigencia informativa. Desgranamos algunos de los factores que hacen que esto ocurra, como, por ejemplo, la fatiga informativa, la necesidad constante de nuevas historias y la carencia de confianza en los medios. Para concluir, proponemos cinco rutinas para velar por un periodismo de calidad.
Entre las primeras experiencias de financiación colectiva o crowdfunding moderno habría la campaña del 1997 del grupo de rock británico Marillion, que entonces pidió a sus fans donaciones, a través de internet, para sufragar la suya gira por los Estados Unidos. Desde aquellos tiempos, cuando el término crowdfunding no estaba todavía definido, las experiencias de financiación colectiva han cogido impulso y crecen cada año. Dos proyectos periodísticos recientes, con ciertos paralelismos entre sí, han utilizado el micromecenazgo para ver la luz. Se trata de Intifada Palestina 1988 y de Contra la neutralitat. Un periodisme de pau i de lluita.