Hace veinte años, estudiar diseño implicaba un periplo que conllevaba trasladarse a Barcelona o a Madrid, centros neurálgicos de la profesión. Aparte de las escuelas de diseño, allí encontrabas las bibliotecas especializadas, los quioscos donde podías comprar revistas que venían directas de Londres y los EE. UU., las exposiciones y acontecimientos donde se encontraba el bullicio del sector creativo. «Todo esto eran campos» y las cosas han cambiado. ¿Se puede diseñar lejos de la capital?
A menudo se habla de la motivación del estudiantado, de lo importante que es que haya un interés intrínseco en lo que se estudia y que, si no lo hay, desde la docencia intentemos activarlo y cultivarlo. Pero ¿y el profesorado? ¿Qué papel ejerce la pasión, la motivación y el amor por todo aquello que se explica? El título de este artículo parece bastante un clickbait, pero no lo es. ¡Vamos allá!
Los últimos meses prácticamente solo hablamos de inteligencia artificial (IA), que si «la IA ha venido para quedarse», que si «la IA ya no es el futuro, sino que es el presente», etc. Entre que escribo este texto y se publica, ya habrán cambiado muchas cosas y todo ello habrá evolucionado hacia caminos todavía desconocidos. Aun así, me aventuro a escribir y que pase lo que tenga que pasar. ¡Manos a la obra! ¿Qué uso estamos haciendo de la IA en profesiones como el diseño, el mundo audiovisual, el periodismo o la comunicación?
«Barcelona acoge el ecosistema más importante de formación en diseño de Europa», según Jose Luis de Vicente, nuevo director del Museo del Diseño de Barcelona. Una afirmación contundente que nos lleva a un paralelismo con el mundo natural. Al igual que un ecosistema natural, el del diseño está formado por organismos vivos que se relacionan entre sí y con su medio. En este sistema los organismos, que no son totalmente homogéneos, forman una comunidad y comparten flujos de energía.
Podemos crear con objetivos muy diversos. Podemos hacerlo para expresarnos, nos podemos quedar en la superficie, resolver una problemática sencilla, incluso frívola, podemos solucionar problemas más complejos, que afecten además personas, o a aquellas que están en riesgo de exclusión, por ejemplo. Podemos crear con la intención de salvar vidas o incluso de salvar el planeta. Incluso podemos crear (para el) más allá.
Conectar conceptos, profesionales y disciplinas es, a menudo, una habilidad sutil o que pasa desapercibida ya que, a pesar de ser imprescindible en el ámbito creativo, es poco tangible o cuantificable. Aun así, hay personas que, de manera natural o porque lo han trabajado, ven enlaces que son clave en el proceso creativo. Este artículo es un homenaje a los hilos invisibles, a las conexiones y a los caminos que trazamos entre vectores, tengan la forma que tengan.
La palabra expectativa proviene etimológicamente de spectare (contemplar o ver en detalle) y el prefijo ex (hacia afuera). Se refiere a la esperanza o posibilidad de conseguir algo, y está tan integrada en nuestra mirada que, a veces, se convierte en un prejuicio, o como mínimo suele desviar nuestro foco de atención. Las expectativas se nos colocan como un filtro en la relación con las otras personas, y por supuesto también en el ámbito académico y en el profesional.
Septiembre y enero son aquellos meses en los que todo empieza de nuevo, cuando todo el mundo se propone (¡este año sí!) crear nuevos hábitos y lograr aquellos objetivos que cuando pasan quince días ya nadie recuerda. Hay un mercado que conoce bien este fenómeno, y este es el del coleccionismo. Álbumes de cromos, muñecas de porcelana, cohetes que se montan por piezas... ¿Por qué y qué coleccionamos? ¿Creatividad y coleccionismo pueden ir de la mano?
Después de dos años muy extraños, este puede ser un buen momento para cuestionarnos la vida, en general, pero también, en particular, cuestiones como de qué manera compartimos la profesión del diseño, cómo nos relacionamos con nuestros y nuestras colegas o si los festivales de diseño son un buen espacio para hacerlo. ¿Qué sentido tienen? ¿Morirán? ¿Han cambiado? ¿Cambiarán?
En el ámbito del diseño, las decisiones que tomamos cuando proyectamos un objeto, un espacio o una aplicación digital, por ejemplo, tienen un alto impacto en la sociedad, desde la sostenibilidad ambiental hasta el respeto por los derechos humanos, pasando por la accesibilidad y la atención a la diversidad, en el espectro más amplio de su significado. Por lo tanto, el hecho de ponerse en la piel del otro (to put yourself in someone’s shoes) debe formar una parte esencial del proceso de diseño.