Las últimas elecciones en el Congreso de los Diputados giraron en gran medida en torno a la mentira y las falsedades en las que incurrían los candidatos y las candidatas al Gobierno. La campaña estuvo más centrada en la oposición verdad/mentira que en la explicación de los programas o de las políticas públicas de los partidos. Al mismo tiempo, una de las principales tareas de los medios de comunicación –conservadores o progresistas– ha sido la verificación. En la mayoría de los casos, la comprobación no servía para aportar conocimiento sobre una afirmación o un hecho, sino para posicionarse a favor o en contra de la persona candidata.
Bertolt Brecht se preguntaba «¿qué tiempos son estos en los que tenemos que defender lo obvio?», y a menudo pienso que estamos volviendo a esta cuestión. Me explicaré con más detalle a lo largo de este artículo, donde mezclaré opinión y visión de futuro con algunos datos extraídos del presente. Me sabe mal acabar el curso académico con una visión un tanto pesimista, pero nuestros tiempos, como decíamos, no parecen augurar un futuro mejor.
Desde la influencia de TikTok hasta los contenidos virales, pasando por el uso que hacemos de la inteligencia artificial, las redes sociales son un ecosistema propicio para desarrollar el marketing político en esta campaña electoral. Las tendencias globales en redes sociales se solapan con el desarrollo de hábitos de consumo en España.
A veces los aprendizajes o sus cuestionamientos pueden llegar desde los lugares más insospechados. Eso es lo que me ha tocado experimentar en la pasada campaña electoral de las municipales de 2023 mediante mi participación en las listas de una candidatura. El valor del trabajo en equipo, el compromiso mutuo y el concepto de la inteligencia colectiva son algunas de las cuestiones que he revisado durante las semanas previas a nuestra reciente cita con las urnas.
Una de las muchas cuestiones que enmarcan la experiencia de las personas migrantes en Europa es la multiplicidad de marcos legales y regulatorios dirigidos a controlar y administrar su entrada y permanencia en territorio europeo. La gran cantidad de instrumentos legislativos generados con ese objetivo han colaborado en la producción y reproducción de dinámicas que hacen de la legalidad (así como de sus límites y márgenes) una problemática central de toda la cuestión migratoria.
El racismo no es una cuestión ajena y lejana a nuestra realidad. Barcelona, a pesar de ser reconocida como espacio de confluencia de identidades diversas, tiene también una historia y un presente que condicionan la forma en la que percibimos y tratamos a las personas según el color de la piel o el origen étnico o nacional.
Una nueva ley de la Unión Europea (UE) obligará a la ciudadanía a comer insectos. Es un bulo, obviamente. O tal vez no tan obviamente, dado que son muchos los que le han dado crédito. Se ha difundido tan amplia y velozmente que diversas entidades de fact-checking (verificación de hechos) se han visto obligadas a desmentirlo explícitamente. La idea de degustar las larvas del escarabajo del estiércol puede asquearnos, pero –en nuestra dieta informativa– nos tragamos cosas mucho más repugnantes y en verdad dañinas.
Entre los muchos cambios que ha experimentado la sociedad española a lo largo de los últimos treinta años, uno sin duda significativo ha sido su entrada en el circuito de migraciones internacionales como país receptor. Dicho fenómeno, por una serie de circunstancias, se ha configurado como objeto de una polémica que ha crecido en paralelo al número y a la diversidad de personas extranjeras racializadas que llegan a nuestro país. Hablamos, por lo tanto, de un grupo importante de personas que, en el contexto de sus experiencias de inmigración, se han visto posicionadas en el imaginario colectivo en una relación de alteridad sostenida en la subordinación, la anomalía y la otredad.
Bajo el nombre clave de «Operación Puente de Londres» se trabajó todo el conjunto de acciones operativas que realizar en el momento de la muerte de la reina Isabel II, la Queen del Reino Unido durante siete décadas. Dentro del conjunto de actos y eventos preparados, la organización de la histórica cola para la capilla ardiente de la reina ha sido tan destacada que ha conseguido tener nombre propio: la Queue (la Cola, en mayúsculas).
Antes de hacer el listado de libros que no tendré tiempo de leer durante las vacaciones, tenía pendiente echar un buen vistazo a Infocracia: la digitalización y la crisis de la democracia, el reciente libro de Byung-Chul Han. Ciertamente, estos libros que son una compilación de breves artículos/capítulos a veces tratan los temas con poca profundidad, pero en cambio permiten transmitir una idea destacada en cada una de las piezas. El filósofo coreano describe y se muestra crítico con algunos aspectos de la sociedad, a los que llama infocracia.