Marché de vacaciones con un artículo medio apuntado en el que señalaba que el principal problema que tenía el Partido Demócrata en las elecciones americanas no era solo la desinformación, sino los hechos que sí eran ciertos en este caso precisamente, dada la percepción que se estaba generando alrededor de Biden. De hecho, lo quería titular Amicus Biden, sed magis amica veritas (Biden es mi amigo, pero más amiga es la verdad), parafraseando aquello que ya había dicho Aristóteles respecto de su maestro Platón.
No, no llevaré a cabo una crítica de cine como las habituales, porque no forma parte de mi ámbito de conocimiento ni de investigación. Desgraciadamente, tampoco soy usuario habitual, por cuestiones de agenda y tiempo. Pero recientemente tuve la oportunidad de ir al cine para ver la película Civil War y, la verdad, no me dejó indiferente. En este artículo expondré los motivos.
Hace apenas cinco años, escribí un artículo en esta misma revista en el que hablaba de desinformación y elecciones europeas. En aquel momento, parecía que las elecciones habían tenido unos resultados «aceptables» para el statu quo y se concluyó con que se había sabido actuar contra la desinformación de forma adecuada en relación con la activación del Código de Buenas Prácticas contra la Desinformación, al cual debían adherirse las grandes plataformas y redes sociales.
Hace unos días, la compañera Silvia Martínez escribió un primer artículo sobre la desinformación alrededor de la nueva guerra entre Israel y Palestina, y cómo se ha hecho un llamamiento renovado a las plataformas y redes sociales para que hagan lo máximo (y más aún) para evitar que la desinformación incremente la dificultad de cualquier salida no violenta.
Bertolt Brecht se preguntaba «¿qué tiempos son estos en los que tenemos que defender lo obvio?», y a menudo pienso que estamos volviendo a esta cuestión. Me explicaré con más detalle a lo largo de este artículo, donde mezclaré opinión y visión de futuro con algunos datos extraídos del presente. Me sabe mal acabar el curso académico con una visión un tanto pesimista, pero nuestros tiempos, como decíamos, no parecen augurar un futuro mejor.
A veces la casualidad sitúa dos eventos en un tiempo próximo y te hace ver las cosas con una nueva perspectiva. En este caso, y este será el tema de este artículo, hablaremos de la primera condena por fake news y el futuro de Twitter. De todo ello me gustaría comentar algunos aspectos que me parecen interesantes.
Antes de hacer el listado de libros que no tendré tiempo de leer durante las vacaciones, tenía pendiente echar un buen vistazo a Infocracia: la digitalización y la crisis de la democracia, el reciente libro de Byung-Chul Han. Ciertamente, estos libros que son una compilación de breves artículos/capítulos a veces tratan los temas con poca profundidad, pero en cambio permiten transmitir una idea destacada en cada una de las piezas. El filósofo coreano describe y se muestra crítico con algunos aspectos de la sociedad, a los que llama infocracia.
Podría decir que el orden de los nombres es fortuito, pero no lo es y, aunque la Wikipedia me informa de que hay una divergencia en el título entre el Estado español y Sudamérica (en el primero era El bueno, el feo y el malo, mientras que en el segundo era El bueno, el malo y el feo), es evidente que no soy equidistante entre los tres personajes y que el orden tiene sentido y de momento, todavía, Trump es el malo y Elon Musk es el feo, no por temas estéticos sino porque le ha tocado. Veamos cómo se está comportando cada uno de ellos en el tablero de las redes sociales, en la tensión –como veremos– entre libertad de expresión y desinformación.
Escribo este artículo el 1 de marzo, sexto día de la invasión rusa de Ucrania, una nueva guerra en Europa. Lo empiezo expresamente con las dos palabras (guerra, invasión) que curiosamente no aparecen de momento en los medios informativos prorrusos, ocultas tras el eufemismo de operación militar especial. Sí, me resulta difícil mantener la objetividad (pero no la neutralidad) a la hora de hablar y analizar lo que está sucediendo.
Más allá de las opiniones favorables o no a los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, una de las imágenes icónicas es, sin duda, el caos generado durante la ceremonia de clausura, mientras cantaban los Manolos y una multitud de atletas subía al escenario. En aquel desorden, destacó la voz del recordado Constantino Romero pidiéndoles que bajaran del escenario. Parafraseo aquel llamamiento para hacer el mío a científicas y científicos: ¡Por favor, no dejéis las redes sociales! En este artículo explicaremos el valor del trabajo que hacen, por qué es necesario que estén en estas y por qué se pide no abandonarlas, así como el modo de lograrlo.