En el marco del proyecto de investigación titulado EsDigital: Educación social digital, del Programa Estatal de Generación del Conocimiento, hemos elaborado un libro blanco sobre competencias digitales para docentes interesados en la temática. El Libro Blanco: competencias en educación social digital orientadas a una ciudadanía digital y la participación juvenil puede descargarse libremente aquí.
Hace pocos días, Michael J. Miraflor, experto en comunicación y branding, mostraba su malestar sobre la tecnificación de la industria publicitaria con este tuit: «Advertising used to be about big ideas, creating desire, and building aspirational worlds. Now it’s mostly about optimization, efficiency, and arbitrage. A lot of the industry is closer to finance than it is to creative at this point, but we’re loathe to admit it».
En nuestro reciente artículo «¿Ciudadanía vigilada o monitorización ciudadana?» (Suárez-Gonzalo y Feenstra, 2023), analizamos dos aproximaciones a la relación entre tecnología y democracia que beben de tradiciones democráticas distintas y persiguen objetivos diferentes: la vigilancia y la monitorización.
A raíz del progreso de las sofisticadas tecnologías de control digital, hoy más que nunca resurge el referente de 1984, la distopía literaria orwelliana convertida en mitología del siglo XX. En esta obra, se ilustraba sutilmente cómo funcionaban las dictaduras del primer tercio del siglo pasado. Menos se habla de una nueva experiencia cercana a Un mundo feliz, la distopía de Huxley con la que se inauguraba la crítica cultural en el capitalismo industrial de los años veinte y treinta.
La primera década del siglo XXI está marcada en el campo mediático por la emergencia de fenómenos como la web 2.0 o web social y su expansión a través de los social media. Durante ese periodo de tiempo, de un total de 27.340 artículos del ámbito de los estudios de internet indexados en ciencias sociales y artes, humanidades y comunicación, el 69 % no incluyó referencias teóricas y el 59 % empleó métodos cuantitativos, según Peng et al. (2013).
Desde hace un tiempo, el discurso de la «servidumbre tecnológica voluntaria» ha ganado fuerza en entornos académicos y no académicos. En particular, en relación con las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación. Sin embargo, ¿podemos hablar de siervos y siervas tecnológicos? ¿Podemos decir que esta llamada servidumbre es voluntaria?
Parecería lógico que una mayor capacidad para reconocer y entender los algoritmos que operan en nuestro entorno implicase una mayor capacidad de relacionarse con ellos de forma libre y acorde con la propia voluntad, especialmente cuando estos afecten a cuestiones sensibles. No obstante, hay indicios que contradicen esta intuición. En un nuevo proyecto de investigación analizaré las causas y los efectos de esta aparente disonancia que llamo la «paradoja de la consciencia algorítmica».
Durante la primera semana de marzo tuvimos la suerte de poder compartir tiempo e ideas con dos grandes figuras expertas en movimientos sociales y activismo digital: los profesores Emiliano Treré (Universidad de Cardiff) y Guiomar Rovira (Universidad de Girona). Aceptaron el reto de mantener una conversación, que resultaría apasionante, sobre justicia de datos, activismo en la era de los datos, algoritmos y la importancia de las pequeñas acciones para el cambio social, incluso ante causas aparentemente perdidas. Este es un pequeño adelanto que espero sirva a modo de inmersión en una cuestión fundamental en los complejos tiempos que vivimos.
La inteligencia artificial (IA) se está abriendo paso en la comunicación corporativa y promete revolucionar la forma en que las empresas interactúan con sus clientes, empleados, accionistas y demás públicos. Sin embargo, este potencial impacto de la IA plantea importantes desafíos éticos y de privacidad, así como preguntas sobre la relación entre la tecnología y la comunicación humana.
Para la cibernética todas las entidades, ya sean seres vivos o mecánicos, funcionan como sistemas de autorregulación. Esta indistinción entre lo «vivo» y lo «muerto» (o no-vivo) coloca en el mismo plano anorgánico (ni orgánico ni no-orgánico) la subjetividad e identidad humanas y la capacidad de agencia de las máquinas (Salzano, 2022). Desde este paradigma, la tecnología actúa difuminando las líneas que conforman la interioridad humana, abriéndola al afuera, ya sea mediante experiencias de terror o de éxtasis.