Las últimas elecciones en el Congreso de los Diputados giraron en gran medida en torno a la mentira y las falsedades en las que incurrían los candidatos y las candidatas al Gobierno. La campaña estuvo más centrada en la oposición verdad/mentira que en la explicación de los programas o de las políticas públicas de los partidos. Al mismo tiempo, una de las principales tareas de los medios de comunicación –conservadores o progresistas– ha sido la verificación. En la mayoría de los casos, la comprobación no servía para aportar conocimiento sobre una afirmación o un hecho, sino para posicionarse a favor o en contra de la persona candidata.
El avance meteórico de la inteligencia artificial (IA) está centrando el debate en los últimos meses y generando reacciones entre expertos e inversores, pero también en el ámbito legislativo. El sector periodístico no se encuentra al margen de esta conversación, máxime cuando se está cuestionando cómo este avance tecnológico puede afectar al futuro profesional.
Desde hace un tiempo, el discurso de la «servidumbre tecnológica voluntaria» ha ganado fuerza en entornos académicos y no académicos. En particular, en relación con las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación. Sin embargo, ¿podemos hablar de siervos y siervas tecnológicos? ¿Podemos decir que esta llamada servidumbre es voluntaria?
Parecería lógico que una mayor capacidad para reconocer y entender los algoritmos que operan en nuestro entorno implicase una mayor capacidad de relacionarse con ellos de forma libre y acorde con la propia voluntad, especialmente cuando estos afecten a cuestiones sensibles. No obstante, hay indicios que contradicen esta intuición. En un nuevo proyecto de investigación analizaré las causas y los efectos de esta aparente disonancia que llamo la «paradoja de la consciencia algorítmica».
Durante la primera semana de marzo tuvimos la suerte de poder compartir tiempo e ideas con dos grandes figuras expertas en movimientos sociales y activismo digital: los profesores Emiliano Treré (Universidad de Cardiff) y Guiomar Rovira (Universidad de Girona). Aceptaron el reto de mantener una conversación, que resultaría apasionante, sobre justicia de datos, activismo en la era de los datos, algoritmos y la importancia de las pequeñas acciones para el cambio social, incluso ante causas aparentemente perdidas. Este es un pequeño adelanto que espero sirva a modo de inmersión en una cuestión fundamental en los complejos tiempos que vivimos.
La inteligencia artificial (IA) se está abriendo paso en la comunicación corporativa y promete revolucionar la forma en que las empresas interactúan con sus clientes, empleados, accionistas y demás públicos. Sin embargo, este potencial impacto de la IA plantea importantes desafíos éticos y de privacidad, así como preguntas sobre la relación entre la tecnología y la comunicación humana.
Una nueva ley de la Unión Europea (UE) obligará a la ciudadanía a comer insectos. Es un bulo, obviamente. O tal vez no tan obviamente, dado que son muchos los que le han dado crédito. Se ha difundido tan amplia y velozmente que diversas entidades de fact-checking (verificación de hechos) se han visto obligadas a desmentirlo explícitamente. La idea de degustar las larvas del escarabajo del estiércol puede asquearnos, pero –en nuestra dieta informativa– nos tragamos cosas mucho más repugnantes y en verdad dañinas.
Para la cibernética todas las entidades, ya sean seres vivos o mecánicos, funcionan como sistemas de autorregulación. Esta indistinción entre lo «vivo» y lo «muerto» (o no-vivo) coloca en el mismo plano anorgánico (ni orgánico ni no-orgánico) la subjetividad e identidad humanas y la capacidad de agencia de las máquinas (Salzano, 2022). Desde este paradigma, la tecnología actúa difuminando las líneas que conforman la interioridad humana, abriéndola al afuera, ya sea mediante experiencias de terror o de éxtasis.
El audio ha ido cobrando cada vez mayor protagonismo como formato para el consumo de contenidos informativos. Sin embargo, las pautas de consumo del mensaje sonoro han cambiado drásticamente marcadas por la creciente presencia del pódcast y la experimentación que lleva a producir piezas creativas que consiguen atraer a nuevos públicos, en especial a aquellos más jóvenes. Todo ello impacta en las estrategias que desarrollan los medios, que pasan por una mayor audificación de la información.
A pocos les sorprenderá que el régimen chino utilice tecnologías digitales para vigilar y sancionar a la población. Lo que puede sorprender más es que este tipo de tecnologías de control también se están utilizando en el seno de democracias avanzadas como la nuestra.