Número 154 (mayo de 2025)

El periodismo de las luciérnagas: luz y taquígrafos en tiempos de oscuridad

Sonia Herrera Sánchez

En tiempos de oscuridad y desesperanza, el periodismo tiene la obligación no solo de informar, sino de ser un faro que ayude a comprender una realidad cada vez más compleja e infoxicada.

«Que sea para ti una luz en los sitios oscuros, cuando todas las otras luces se hayan extinguido».

J. R. R. Tolkien, La comunidad del anillo

 

Desde hace años, tanto en mis clases en la universidad como en cualquier foro público en el que haya tenido la oportunidad de hablar de la importancia del periodismo para la construcción de una ciudadanía crítica, he traído a colación dos ideas tótem de las facultades de Comunicación, para despeñarlas a continuación.

 

En primer lugar, me gusta recordar aquellos sacrosantos criterios de noticiabilidad de Carl Warren (1975) que tienen más de setenta años y cuya vigencia, por desgracia, resulta casi incuestionable. A saber: actualidad, proximidad, que tenga repercusiones futuras, que la protagonicen personas relevantes, suspense, rareza, conflicto, sexo, emoción y progreso para la humanidad. No entraré a analizarlas en detalle, pero todas ellas tienen un elemento en común: nos dicen, como explica Judith Butler (2010), qué vidas son dignas de ser lloradas y cuáles no, y qué sujetos, por tanto, quedan excluidos del hecho noticioso.

 

El otro axioma enarbolado constantemente en las asignaturas de Periodismo es el de la objetividad, pero de ella hablaré más adelante…

 

La deslegitimación del oficio

 

Esta enseñanza acrítica se da, por otra parte, en un contexto en el que la confianza en los medios de comunicación ha sufrido un deterioro enorme en los últimos años.

 

La proliferación de noticias falsas, la manipulación, la polarización y la atomización del discurso informativo en las redes sociales han creado un entorno de desinformación y deslegitimación muy hostil para la práctica periodística. El filósofo Byung-Chul Han ya reflexionaba en 2014 sobre esta paradoja de la comunicación moderna en una entrevista para la revista Zeit Wissen:

 

«Hoy no hay lenguaje, hay mudez y desamparo. El lenguaje está siendo silenciado. Por un lado, está este inmenso ruido, el ruido de la comunicación, por el otro está este enorme silencio, un silencio que es diferente del silencio. (…) Solo hay una comunicación ruidosa y sin palabras, lo cual es un problema. Hoy ni siquiera hay conocimiento, solo información. Saber es completamente diferente a la información. El conocimiento y la verdad suenan anticuados ahora. El conocimiento también tiene una estructura temporal diferente, abarca el pasado y el futuro. Y la temporalidad de la información es el presente, ahora»​.

 

Podríamos decir que, de forma complementaria, Lola López Mondéjar (2024) también ahonda en esta «mudez» en su ensayo Sin relato cuando habla de la atrofia de la capacidad narrativa de los seres humanos en el capitalismo digital.

 

Colateralmente, podemos inferir que ambas reflexiones nos llevan a su vez a pensar sobre la necesidad de un periodismo que, en medio del ruido informativo, sea capaz de ofrecer contenido significativo que contrarreste la superficialidad predominante.

 

‘Slow journalism’ o la información cocinada a fuego lento

 

Uno de los posibles contrapuntos a esta sobreabundancia de información o, tomándole prestado el término a Ismael Peña-López, a la «infoxicación» que nos envuelve, es el llamado slow journalism, que no es otra cosa que un periodismo que promueve un enfoque más reflexivo y profundo en la producción de noticias. En lugar de sucumbir a la velocidad de los acontecimientos y a la presión por dar la exclusiva, aunque eso vaya en detrimento del análisis, el periodismo debe tomarse el tiempo necesario para verificar, interpretar y ofrecer una narración contextualizada. Este tipo de periodismo es, en cierta forma, el antídoto a la prisa destructiva de las redes sociales, donde lo que importa es la inmediatez y no la calidad de la información.

 

En una entrevista reciente con Laura Aznar, durante la celebración del 25.º aniversario de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC, la socióloga y periodista reflexionó sobre cómo los medios alternativos que surgieron como anticipo y como respuesta al movimiento de los indignados –tales como Crític, El Salto, Pikara Magazine o La Marea– respondieron al reto de ofrecer un periodismo más pausado y reflexivo, un periodismo a fuego lento donde el pensamiento crítico y la investigación sí tuvieran cabida. Aznar destacó que el surgimiento de estos medios se dio en «una época de mucha ebullición contextual» y formó parte de la expresión de la «impugnación popular» al establishment y a «la falta de representatividad».

 

Estos medios de comunicación alternativos, que buscaban una forma diferente de informar y una cierta independencia empresarial de los grandes poderes, hicieron gala también de una posición arriesgada al tomar claramente partido en los procesos históricos, como nos enseñó Antonio Gramsci, y no permaneciendo neutrales ante la injusticia, la desigualdad y las narrativas dominantes; alineándose con las personas más vulnerabilizadas y los excluidos de «la historia oficial», como rezaba el título de aquel imprescindible filme de Luis Puenzo de 1985 sobre el terrorismo de Estado y las desapariciones forzosas en la dictadura cívico-militar argentina.

 

Estos nuevos medios –que ya llevan más de una década de trayectoria a sus espaldas– entendieron que un periodismo que se limite a informar sin cuestionar el poder o las estructuras establecidas pierde su papel esencial como agente de transformación social y como garante del derecho a la información de la ciudadanía.

 

La ilusión de la neutralidad y la objetividad

 

Volviendo al principio de este artículo, me parece importante recordar que la objetividad, tal y como tradicionalmente se ha entendido en el periodismo, no existe. En su libro Contra la neutralitat. Un periodisme de pau i de lluita, Xavier Giró (2024), profesor de Periodismo Político en la Facultad de Ciencias de Comunicación de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) durante más de treinta años, argumenta que la idea de un periodismo completamente objetivo es una falacia. En la práctica, todas las decisiones que tomamos en la producción de una noticia –qué contar, cómo contarla, qué dejar fuera– están influidas por nuestra perspectiva, ideología, bagaje y contexto, por nuestros «conocimientos situados», como diría Donna Haraway. Por lo tanto, más que pretender una objetividad inalcanzable, el periodismo debe abrazar la transparencia y la honestidad sobre sus límites y sesgos, y sobre los posicionamientos de quien escribe. Este tipo de periodismo debe reconocer que no existe una verdad absoluta e inmutable, pero sí el rigor y la honradez respecto a la realidad que se narra, respecto a nuestros puntos de partida epistemológicos y políticos frente al poder y, por supuesto, respecto a la ciudadanía.

 

El periodismo, desde sus orígenes, siempre ha tenido una fuerte vocación de servicio público. Sin embargo, en la era de las noticias 24/7 y la competencia feroz por los clics y la audiencia, muchos medios de comunicación han sacrificado esta vocación por la rentabilidad económica. Olga Rodríguez (2013), en su artículo «Y entonces..., ¿para qué nos habíamos hecho periodistas?», nos recordaba que, a pesar de las presiones empresariales y la precarización de la profesión, el periodismo sigue siendo una herramienta fundamental para la supervivencia democrática. En el mismo artículo, la periodista planteaba algunas preguntas imprescindibles (y más acuciantes hoy en día, si cabe):

 

«¿Se imaginan que el periodismo dejara de provocarse tortícolis de tanto mirar hacia arriba, que apostara por internarse en los barrios humildes de las ciudades para relatar toda una realidad que ahora mismo define a nuestro país, y que se olvidara de los despachos, de las corbatas, del compadreo con el poder?».

 

En esa misma línea, Laura Aznar, en la entrevista mencionada, también señalaba que los medios alternativos representan una suerte de cortafuegos o réplica ante la mercantilización del periodismo. Según Aznar, estos medios deberían ser un modelo para jóvenes periodistas, pues demuestran que es posible mantener la independencia editorial y apostar por la calidad, sin ceder ante las presiones económicas que fomentan un periodismo cada vez más superficial.

 

Periodismo y construcción de ciudadanía crítica: luz en tiempos oscuros

 

El periodismo, pues, tiene la responsabilidad de iluminar la oscuridad en tiempos de confusión, ruido y desinformación, aunque suponga poco más que la luz quebradiza de una cerilla o, robándole la metáfora a Georges Didi-Huberman (2012) –y, quizás, de paso, a Pasolini– la luz errática y resistente de las luciérnagas. Como esos seres inaprehensibles que describe Didi-Huberman, los y las periodistas deben seguir defendiendo su vocación de servicio público, tomando partido cuando sea necesario, ofreciendo un contexto más profundo y ayudando a construir una ciudadanía crítica, informada y capaz de tomar decisiones conscientes en un mundo cada vez más complejo.

 

Este tipo de periodismo, lejos de ceder ante la velocidad de las redes sociales y la banalidad de los memes, mantiene su compromiso con la ética y la reflexión, recordándonos que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay pequeños resplandores. Ya Hannah Arendt, en su obra Hombres en tiempos de oscuridad hablaba de la importancia de mantener la esperanza en medio de la desesperación:

 

«Que aun en los tiempos más oscuros tenemos el derecho a esperar cierta iluminación, y que dicha iluminación puede provenir menos de las teorías y conceptos que de la luz incierta, titilante y a menudo débil que algunos hombres y mujeres reflejarán en sus trabajos y sus vidas bajo casi cualquier circunstancia y sobre la época que les tocó vivir en la tierra».

 

El periodismo, por tanto, en su mejor expresión, debería tomarse en serio ese encargo y ser esa luz desprovista de pretensiones, débil, quizás, que ayude a las personas a comprender un poco mejor el mundo que las rodea, que nos ofrezca una visión crítica para poder cuestionar lo que se nos vende como dogma y que vaya más allá de los hechos aislados para explicar las implicaciones sociales, políticas, culturales, ecológicas y económicas de esos mismos hechos. Solo así, la respuesta a la pregunta de Olga Rodríguez podrá ser: «Nos hicimos periodistas para ayudar a construir un mundo más justo y habitable».

 

Para saber más:

ARENDT, Hannah (2017). Hombres en tiempos de oscuridad. Editorial Gedisa.

BUTLER, Judith (2010). Marcos de guerra: Las vidas lloradas. Editorial Paidós.

DIDI-HUBERMAN, Georges (2012). Supervivencia de las luciérnagas. Ediciones Abada.

GIRÓ, Xavier (2024). Contra la neutralitat. Un periodisme de pau i de lluita. Pol·len Edicions.

LÓPEZ MONDÉJAR, Lola (2024). Sin relato: Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad. Editorial Anagrama.

RODRÍGUEZ, Olga (2013, 12 noviembre). «Y entonces..., ¿para qué nos habíamos hecho periodistas?» elDiario.es [en línea]. Disponible en: https://www.eldiario.es/opinion/zona-critica/hecho-periodistas_129_5168260.html

WARREN, CARL (1975). Géneros periodísticos informativos nueva enciclopedia de la noticia. Publicado por A.T.E.

 

Imagen de portada:

Foto de Famitsay Tamayo / Pexels.

 

Citación recomendada

HERRERA SÁNCHEZ, Sonia. «El periodismo de las luciérnagas: luz y taquígrafos en tiempos de oscuridad». COMeIN [en línea], mayo 2025, no. 153. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n154.2533

periodismo;  ética de la comunicación;  eventos;  medios sociales;  cine;