El pasado verano el concepto de tradwife inundó las redes sociales españolas tras la viralización de algunas de las publicaciones en TikTok de la creadora de contenidos Roro Bueno en las que aparecía cocinando para su pareja. Hasta aquí, todo puede sonar inofensivo y banal, si no fuera porque dichos contenidos se enmarcan en un fenómeno mucho más amplio y global de mujeres que ensalzan los roles de género tradicionales, aquellos relacionados con las tareas de cuidados y el trabajo reproductivo, reivindicando el retorno de las mujeres a la esfera doméstica, mientras que los varones se enaltecen como los abastecedores económicos.
Ama de casa y macho proveedor; división sexual del trabajo «específica del capitalismo» (Federici, 2004); separación entre espacio público y privado; identidad relacional (hija de, madre de, pareja de…) versus «fantasía de la individualidad», como tan bien define Almudena Hernando. Nada nuevo bajo el sol; al contrario, las tradwives (abreviatura de traditional wives, ‘esposas tradicionales’) constituyen un movimiento reaccionario que ha ido ganando popularidad en los últimos años, especialmente a través de su proyección en redes sociales como Instagram, YouTube o TikTok, donde estas influencers comparten contenido que idealiza el estilo de vida de la década de 1950, como una suerte de actualización 2.0 entre la Betty Draper de las primeras temporadas de Mad Men y los programas de Martha Stewart.
Así, las tradwives utilizan diferentes plataformas para difundir una visión del matrimonio, de la feminidad y de la familia nuclear heteronormativa que ya creíamos, si no abolida –a propósito de ello, pasen y lean a Sophie Lewis (2023)–, al menos sí puesta en crisis y agrietada. Pero nada más lejos de la realidad. Porque, aunque a una parte de la sociedad nos genere rechazo y nos parezca que su discurso huele a naftalina y desempolva los manuales de la Sección Femenina de Pilar Primo de Rivera, lo cierto es que aquella máxima de que «la misión de la mujer es servir» que recogían los libros de Formación Político-Social de Bachillerato del régimen franquista ha encontrado resonancia, patrocinio y aprobación en el ecosistema digital.
Al igual que en aquellos textos falangistas apuntalados por siglos de pensamiento misógino –recordemos el mítico texto La educación de Sofía de Rousseau, sin ir más lejos–, los vídeos de las tradwives muestran imágenes de hogares relucientes, recetas caseras y consejos sobre cómo ser una buena esposa y madre, exhortando a las seguidoras a encontrar satisfacción y realización en servir a sus parejas y en el cuidado del hogar. Por lo visto, lejos queda aquella famosa frase de la teórica feminista estadounidense Betty Friedan cuando afirmaba que «ninguna mujer tiene un orgasmo abrillantando el suelo de la cocina», ya que personajes como Alena Kate Pettitt o Estee Williams aglutinan millones de seguidoras y de impactos en redes.
El origen de las ‘tradwives’
Pero las tradwives no han surgido de la nada. Todo movimiento tiene sus raíces y este encuentra su anclaje en movimientos antifeministas anteriores, como el liderado por Phyllis Schlafly en la década de 1970 en Estados Unidos –maravillosamente interpretada por Cate Blanchett en la miniserie de televisión Mrs. America–. Schlafly fue la figura destacada de la oposición a la Enmienda de Igualdad de Derechos (Equal Rights Amendment, ERA), arguyendo que la ERA haría desaparecer las protecciones especiales para las mujeres y echaría abajo la estructura familiar tradicional.
Al igual que las tradwives, Schlafly promovía la idea de que las mujeres debían encontrar su realización personal encarnando el rol de madresposa y ángel del hogar y defendía que las mujeres no necesitaban igualdad de derechos, ya que estaban «amparadas» y «protegidas» dentro de la estructura familiar patriarcal.
Pero el caso de Phyllis Schlafly tampoco es anecdótico en Estados Unidos. A principios de los 2000, la que fuera gobernadora de Alaska y candidata a la vicepresidencia por el Partido Republicano, Sarah Palin, se convirtió en la figura más destacada del movimiento conservador Tea Party y en digna heredera de Schlafy, creando dentro de él el subgrupo de las Mama Grizzlies. Palin usó esta metáfora en 2010, comparando a estas mujeres con las osas grizzly, conocidas por su ferocidad a la hora de proteger a sus crías, para referirse a las candidatas conservadoras del Tea Party, que explicaban su participación política desde la defensa de los valores tradicionales y la protección de sus familias y comunidades frente a lo que percibían como amenazas del gobierno de Barack Obama y sus políticas. Así, dentro de la agenda de las Mama Grizzlies se encontraban cuestiones como el libre mercado, la disminución de las estructuras gubernamentales, las reducciones tributarias o la legislación antiabortista.
Expansión digital de las ‘tradwives’
Como vemos, las tradwives han tenido predecesoras de gran peso en la esfera pública, especialmente en Estados Unidos y el Reino Unido, pero la globalización digital ha permitido expandir y amplificar su influencia e impacto a otras regiones del mundo. El resurgimiento de la ultraderecha global ha servido además de paraguas para que estas visiones retrógradas e idealizadas de la estructura social patriarcal tradicional empiecen a tener calado en países como Francia, Alemania, Polonia, Hungría, Brasil, México, Japón o Corea del Sur.
Pero tras un supuestamente inocuo regreso exclusivo a los cuidados basado en una «elección libre» lo que encontramos en los contenidos virtuales de las tradwives son discursos de odio que justifican el sometimiento de las mujeres a los varones, vídeos supremacistas y antiinmigración llamando a la reproducción aria (como en el caso de Ayla Stewart), fundamentalismo religioso, negacionismo ante la violencia machista o arengas contra los derechos de la comunidad LGTBIQ+.
La paradoja de estos movimientos de mujeres, desde Schlafly a las influencers del antifeminismo contemporáneo, radica precisamente en su proyección pública, ya que, para reivindicar la regresión a un pasado heteropatriarcal sin ambages, ostentan una libertad de expresión y movimiento que el feminismo les ha proporcionado. Si su voz se escucha con semejante altavoz en las redes sociales es porque antes el feminismo consiguió que las mujeres pudiéramos hablar en público y también cobrar por ello, porque no debemos olvidar que, detrás de las tradwives más famosas, hay un lucrativo negocio con marcas y patrocinadores que sostienen su relato de pasteles y pañales 24/7, y que mientras facturan y crean contenido para su consumo voraz, externalizan los cuidados, muy probablemente en otras mujeres –migradas y racializadas– contra las que lanzan sus proclamas vestidas a lo Doris Day y resucitando aquel infame anuncio del robot de cocina Kenwood Chef cuyo eslogan rezaba: «El Chef lo hace todo, pero cocinar es para lo que están hechas las esposas».
Para saber más:
FEDERICI, Silvia (2004). Caliban and the Witch: Women, the Body and Primitive Accumulation. Nueva York: Autonomedia.
FEDERICI, Silvia (2010). Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación primitiva. Madrid: Traficantes de Sueños.
LEWIS, Sophie (2023). Abolir la familia. Un manifiesto por los cuidados y la liberación. Madrid: Traficantes de Sueños.
Citación recomendada
HERRERA SÁNCHEZ, Sonia. «De ‘Mrs. America’ a la polémica de las ‘tradwives’: el antifeminismo como baza de la ultraderecha en redes sociales». COMeIN [en línea], septiembre 2024, no. 146. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n146.2459
Profesora de Comunicación en la UOC
@sonia_herrera_s