Número 151 (febrero de 2025)

Claude Barras: «Animar en ‘stop-motion’ es casi un acto chamánico»

Jordi Sánchez-Navarro

Claude Barras es una de las figuras esenciales de la animación europea. Nacido en Sierre (Suiza) el 19 de enero de 1973, estudió ilustración en la École Émile Cohl y antropología en la Universidad Lumière, en Lyon. Su primer largometraje, La vida de Calabacín (Ma vie de Courgette, 2016), fue aclamado por la crítica y el público internacional, y obtuvo múltiples reconocimientos, incluyendo una nominación al Oscar. Ahora presenta su segundo largometraje: Salvajes.

Barras visitó Barcelona para presentar su nueva película, una aventura juvenil en stop-motion cuya historia se desarrolla en la isla de Borneo y que no solo ofrece una historia cautivadora para toda clase de públicos, sino que también propone una reflexión profunda sobre la importancia de proteger las culturas indígenas y el medio ambiente frente a una explotación industrial sin medida que conduce a la deforestación y a la extinción cultural. A través de un relato apasionante y una estética diferente, Barras busca concienciar al público sobre la urgencia de preservar nuestro planeta y sus habitantes.

 

Gracias a Rita & Luca Films, distribuidora de la película, tuvimos la oportunidad de conversar con Claude Barras. En la conversación, exploramos las raíces de su inspiración, desde sus primeras influencias hasta su enfoque artesanal en la animación stop-motion, y nos adentramos en la técnica y el estilo del cineasta.

 

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Fotograma de ‘Salvajes’

Fuente: Nadasdy Film

 

Jordi Sánchez-Navarro (JSN): No puedo tener enfrente a una de las figuras imprescindibles de la animación contemporánea y no preguntarle lo que cualquiera querría saber: ¿cuáles fueron sus primeras influencias en el mundo de la animación? ¿Cómo se acercó a este universo?

 

Claude Barras (CB): Mi primer recuerdo relacionado con la animación es ver por televisión, cuando tenía seis o siete años, una película de animación de muñecos que me fascinó: La mano, de Jiří Trnka.

 

JSN: Uno de los mejores cortometrajes de animación de todos los tiempos, de uno de los mayores maestros de la historia. No es un mal primer contacto, desde luego.

 

CB: Me impresionó muchísimo, me hizo pensar, reflexionar durante semanas. Hablé mucho sobre ella con mis padres. Creo que si hoy me dedico a la animación en stop-motion es porque aquel recuerdo se quedó conmigo y resurgió muchos años después. Mi padre era agricultor y viticultor, pero los domingos pintaba al óleo, casi siempre sobre temas religiosos. Fue él quien me enseñó a dibujar; heredé su pasión por el dibujo y su gusto por la artesanía. Luego estudié en una escuela de cómic, porque mi idea inicial era hacer libros infantiles o historietas. Pero tuve la suerte de trabajar en un largometraje de stop-motion realizado en Suiza, Max & Co, en el que participé en el diseño de personajes y, más tarde, en la fabricación de muñecos. Fue entonces cuando todo encajó.

 

JSN: Hablando de ese paso del interés inicial en el dibujo y la historieta a trabajar en la animación de muñecos, ¿qué es lo que le atrae tanto de ellos? ¿Qué tienen de especial?

 

CB: Lo que más me fascina es el proceso de dar vida a un personaje. Primero diseñas, luego aplicas la técnica, vistes la marioneta... y hasta que no la tienes físicamente frente a ti, montada, pintada y vestida, no surge esa relación tan especial con ella. Y cuando finalmente la ves moverse por primera vez, aunque sepas perfectamente cómo está hecha, sientes una emoción indescriptible. Es algo que también afecta a todo el equipo. Animadores y artesanos experimentan juntos ese momento mágico en el que el personaje nace en la pantalla.

 

JSN: Es casi como si se tratara de un acto mágico: manipular el muñeco, fundirse en el espacio con él, insuflarle vida...

 

CB: Exactamente. Pero lo curioso es que, aunque compartimos el mismo espacio con la marioneta, no compartimos el mismo tiempo. Ahí radica la esencia del stop-motion. La vida de la marioneta se mide normalmente en doce imágenes por segundo, lo que significa que un día de trabajo de un animador apenas equivale a unos segundos de metraje. Es un proceso meticuloso, con un tiempo distorsionado, casi como si intentáramos capturar una esencia o una emoción en un momento del tiempo completamente diferente al nuestro. Creo que esta relación con los objetos tiene algo de chamánico. En muchas culturas hay una visión casi mágica de los objetos, como si tuvieran un alma propia. Con la animación en stop-motion pasa algo parecido: creamos una conexión con esas figuras que, de alguna manera, cobran vida.

 

JSN: En la animación stop-motion en general, y en sus películas en particular, hay una tensión entre, por un lado, el realismo de la historia y de trabajar con objetos tangibles y, por otro, la estilización de los personajes y de los decorados. ¿Cómo trabaja ese aspecto? ¿Cómo encuentra ese equilibrio entre realismo y estilización?

 

CB: La clave está en la escritura. Trato de que en el proceso de escritura la historia sea lo más realista posible. Tanto en La vida de Calabacín como en Salvajes comencé pidiendo a los guionistas que escribieran pensando en una historia que transcurre en la realidad, como en una película de ficción convencional, sin considerar que estábamos haciéndolo para animación. Aunque haya elementos de fábula, la base de todo lo que ocurre debe estar anclada en lo real. Por otro lado, el hecho de trabajar con marionetas impone ciertas restricciones físicas que hacen que todo sea mucho más real que en la animación digital. La estilización queda principalmente en el diseño visual de los personajes, pero las voces y el sonido mantienen un enfoque naturalista. Además, cuanto más realista es un personaje, más difícil resulta transmitir emociones. Ahí es donde la estilización juega un papel clave.

 

JSN: Y a la hora de trabajar como animador, o de coordinar un equipo de animadores, ¿cuál es su enfoque para conseguir actuaciones expresivas en los muñecos?

 

CB: Nos centramos mucho en la mirada. Los ojos grandes y redondos nos permiten amplificar las emociones. Los animadores pueden mover los ojos directamente con las manos, lo que hace que el proceso sea táctil e intuitivo. Luego, con pequeños cambios en las cejas o los párpados, logramos una enorme variedad de expresiones. Es un sistema que da un resultado muy expresivo, muy gráfico; es como un emoticono para el espectador: simple, claro y efectivo. Me parece que enfocar la expresividad de esa manera tiene una doble virtud: es un juego divertido para los animadores y fácil de interpretar para el espectador.

 

JSN: ¿Cómo se diferencia esa forma de trabajar de la que se necesita en la animación en 2D o 3D?

 

CB: La gran diferencia es que en dibujo animado 2D o 3D puedes corregir, añadir o eliminar imágenes con facilidad. En stop-motion, cada toma es definitiva y, si algo no funciona, muchas veces es más fácil repetirla desde cero. Esto obliga a los animadores a encontrar un equilibrio entre la planificación y la improvisación. Aunque haya un control absoluto sobre el proceso, cuando el animador está solo en el set con la marioneta, debe dejarse llevar por una cierta fluidez instintiva, casi como si la marioneta lo guiara.

 

JSN: Centrándonos en Salvajes, la película nos hace viajar hasta las profundidades de las selvas del Sudeste Asiático, donde todavía existen comunidades humanas precapitalistas y comunidades de primates sometidas a la extracción implacable de recursos naturales. Con ese título, la película nos invita claramente a reflexionar sobre quiénes son en realidad los salvajes. ¿Por qué esa elección de título?

 

CB: Al principio era solo un título provisional. Pensábamos cambiarlo más adelante a algo más convencional como Salvemos el bosque o Salvar a Oshi. Pero nos dimos cuenta, tanto nosotros como los productores y distribuidores, de que la palabra salvaje tiene un bonito doble sentido en francés y en lenguas latinas como el castellano: puede evocar tanto libertad y belleza, como destrucción y barbarie. Queríamos jugar con ese contraste. De todos modos, en otras lenguas en las que ese doble sentido no funciona tan bien, se ha cambiado el título siguiendo una fórmula más convencional.

 

JSN: Salvajes tiene un fuerte mensaje político y ecológico, con una contundente reflexión crítica sobre el colonialismo y los efectos sobre la naturaleza de los excesos de un capitalismo incontrolado ¿Cree que la animación puede ser una herramienta para generar conciencia social y ambiental?

 

CB: Sin duda. Contar historias es, en sí mismo, un acto político. Hasta el entretenimiento aparentemente más simple lo es: decidir contar historias solo para divertir también es una postura política. Yo intento abrir la imaginación de la gente y hacer que reflexionen sobre su relación con el mundo. Las historias tienen un poder inmenso. De hecho, hoy en día vivimos –en casi todos los órdenes de la vida– casi más en historias de ficción que en la realidad.

 

JSN: Y ¿cómo se consigue que un mensaje con intención de hacer pensar sobre el mundo que nos rodea llegue tanto a niños como a adultos?

 

CB: Me esfuerzo en mirar el mundo con ojos de niño. Si el punto de vista es infantil, los niños pueden sentirse identificados, y los adultos pueden redescubrir su propia visión del mundo desde esa inocencia. Es una manera de cuestionarnos qué mundo les estamos dejando a las nuevas generaciones.

 

Citación recomendada

SÁNCHEZ-NAVARRO, Jordi. «Claude Barras: “Animar en ‘stop-motion’ es casi un acto chamánico”». COMeIN [en línea], febrero 2025, no. 151. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n151.2512

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