En el artículo titulado «The climate of history: four theses», el historiador Dipesh Chakrabarty nos invita a pensar –o repensar– el sentido de la historia desde la óptica del Antropoceno, una era geológica caracterizada por transformaciones planetarias provocadas por nuestra acción sobre los ecosistemas terrestres. Pensarnos desde el marco de las dimensiones temporales geofísicas resulta un ejercicio interesante e inquietante a la vez, acostumbrados como estamos a las lógicas inmediatistas e hiperaceleradas de la globalización.
Pero hagamos el ejercicio. Aventurémonos más allá de la zona confortable de aquellas temporalidades que tradicionalmente han guiado nuestra comprensión de lo humano. Más allá de nuestra dimensión vital biológica, más allá incluso de la línea cronológica que dibuja, desde la prehistoria, el tiempo de la humanidad. En su lugar, situémonos en las magnitudes geológicas. Y entonces, desde ahí, desde ese horizonte extendido en el que se difuminan los contornos de nuestra propia existencia, ¿qué vemos que antes no veíamos?
La pregunta, provocadora, compleja y sencilla a la vez, es hoy tema de debate entre historiadores y científicos sociales en general. Cabe decir que hasta hace relativamente poco tiempo la falta de registros gráficos o escritos (fundamentales en la reconstrucción histórica clásica) hacía lento y difícil el estudio de tiempos remotos. También es verdad que el torbellino de acontecimientos, conflictos y revoluciones tecnológicas que marca nuestra historia moderna ha ocupado, con sobradas razones, el foco de atención de muchos de estos estudiosos. Sin embargo, con los recientes avances en el análisis arqueológico, el mapeo de genes y la ecología evolutiva, disciplinas antes centradas tradicionalmente en la evolución de las sociedades humanas (como pueden ser la historia, la sociología o la antropología, y también la comunicación), ven cómo se despliega un creciente interés por lo que se ha dado en llamar la historia profunda (deep history), la historia anterior a los registros escritos, anterior incluso a la propia humanidad.
Podríamos, entonces, preguntarnos por qué es importante esta recuperación de un pasado en el que todavía no existíamos como especie. O dicho de otra manera: ¿qué aporta al debate de nuestro tiempo presente esta amplitud de miras?
Para los defensores de esta perspectiva, la respuesta está justamente en lo que dejamos de ver. Situarnos en el plano de los tiempos geológicos requiere, en primer lugar, poner en suspenso lo humano como forma privilegiada de interpretación del mundo. En otras palabras, necesitamos quitarnos las gafas etnocéntricas y comprender la historia más allá de nosotros o, quizás mejor dicho, la historia sin nosotros.
Uno de los ámbitos donde esta perspectiva expandida de la historia gana cada vez más relevancia es en los debates sobre el cambio climático y otras formas de violencia lenta (como pueden ser el racismo, la xenofobia, la exclusión social, la pobreza o el abuso y exterminio de otras especies). Acciones destructivas que ocurren gradualmente y cuyos efectos y repercusiones muchas veces solo se hacen plenamente visibles desde una perspectiva temporal de años, décadas o siglos.
Por ello, historiadores como Chakrabarty defienden la idea de que para comprender la complejidad de nuestro tiempo presente necesitamos una suerte de gafas bifocales, que nos permitan unir en una única mirada lo humano y lo no humano, la sociedad y la naturaleza, nuestra historia sociocultural reciente y la dimensión geológica de nuestra acción sobre el planeta. En esta misma línea de reflexión resultan fundamentales las aportaciones del ecofeminismo, mujeres que traen a debate conceptos como la vulnerabilidad, la fragilidad, la finitud del cuerpo y la interconexión con la naturaleza, como ejes centrales para reconstruir nuestro lugar en el mundo desde una ética del cuidado, imprescindible para la continuidad de la vida.
Uno de los muchos campos desde el que trabar esta batalla es seguramente el discursivo. Necesitamos relatos que abran espacios a otras maneras de contarnos, más allá de la superficie o de lo inmediato, más allá de lógicas aceleradas del capitalismo global. Relatos como el que nos regala la escritora y periodista bielorrusa Svetlana Aleksiévich, en Voces de Chernóbil. Un libro que la propia autora define como una recuperación de la historia omitida del accidente nuclear, contada desde lo cotidiano y desde lo ordinario, que es también una historia sobre «los rastros imperceptibles de nuestro paso por la tierra y por el tiempo».
Dice Svetlana Aleksiévich que Chernóbil le enseñó que existe un mundo desconocido, letal y global. También que le puso ante la necesidad de encontrar formas narrativas nuevas, que le permitieran explicar acontecimientos nunca antes experimentados. Su libro no guarda un orden cronológico, sino que mezcla testimonios, fechas y momentos. Es un relato sobrecogedor que recoge las voces de cientos de sobrevivientes, viudas, huérfanos y residentes de la zona prohibida. Pero es, sobre todo, una reflexión sobre la pérdida de la inocencia y también sobre el fin de la historia tal y como la conocíamos. Un relato que impacta, escrito desde la piel, que reclama reconstruir nuestro lugar en este mundo desde una nueva comprensión de la vida humana, breve, brevísima, si es comparada con nuestra huella sobre el planeta.
Cita recomendada
CREUS, Amalia. Otros tiempos, otras historias. COMeIN [en línea], marzo 2021, no. 108. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n108.2116
Profesora de Comunicación de la UOC
@amaliacreus