En un momento histórico en el que la ciencia se abre como nunca, el mundo que la rodea parece volverse más opaco, más polarizado, incluso más hostil a la evidencia. ¿Cómo se explica esta paradoja? ¿Y qué podemos hacer el colectivo investigador como respuesta?
Volvía hace unas semanas de un congreso relacionado con la divulgación científica donde habíamos estado tratando, como uno de los temas relevantes, el uso de la inteligencia artificial (IA) generativa. Pensaba, no por primera vez, que su capacidad –no solo como herramienta ofimática, sino como fuente de información y tratamiento de datos– podía ser una gran aliada para la investigación. Pero, como con cada ganancia tecnológica, hay que darle la vuelta y plantearse qué consecuencias puede tener y si son las que queremos (o cómo podemos revertir aquello que no podemos controlar). Pero vayamos por partes.
Entre todas las dudas y debates sobre si continuar en la red Twitter/X, me encuentro reflexionando sobre mi propia decisión. No porque mi decisión sea relevante, sino porque bebe de un posicionamiento ligado a mis áreas de investigación. Sí, me fui de Facebook (o lo dejé ir). Sin embargo, en ese caso, no fue por posicionamiento ideológico.
Marché de vacaciones con un artículo medio apuntado en el que señalaba que el principal problema que tenía el Partido Demócrata en las elecciones americanas no era solo la desinformación, sino los hechos que sí eran ciertos en este caso precisamente, dada la percepción que se estaba generando alrededor de Biden. De hecho, lo quería titular Amicus Biden, sed magis amica veritas (Biden es mi amigo, pero más amiga es la verdad), parafraseando aquello que ya había dicho Aristóteles respecto de su maestro Platón.
No, no llevaré a cabo una crítica de cine como las habituales, porque no forma parte de mi ámbito de conocimiento ni de investigación. Desgraciadamente, tampoco soy usuario habitual, por cuestiones de agenda y tiempo. Pero recientemente tuve la oportunidad de ir al cine para ver la película Civil War y, la verdad, no me dejó indiferente. En este artículo expondré los motivos.
Hace apenas cinco años, escribí un artículo en esta misma revista en el que hablaba de desinformación y elecciones europeas. En aquel momento, parecía que las elecciones habían tenido unos resultados «aceptables» para el statu quo y se concluyó con que se había sabido actuar contra la desinformación de forma adecuada en relación con la activación del Código de Buenas Prácticas contra la Desinformación, al cual debían adherirse las grandes plataformas y redes sociales.
Hace unos días, la compañera Silvia Martínez escribió un primer artículo sobre la desinformación alrededor de la nueva guerra entre Israel y Palestina, y cómo se ha hecho un llamamiento renovado a las plataformas y redes sociales para que hagan lo máximo (y más aún) para evitar que la desinformación incremente la dificultad de cualquier salida no violenta.
Bertolt Brecht se preguntaba «¿qué tiempos son estos en los que tenemos que defender lo obvio?», y a menudo pienso que estamos volviendo a esta cuestión. Me explicaré con más detalle a lo largo de este artículo, donde mezclaré opinión y visión de futuro con algunos datos extraídos del presente. Me sabe mal acabar el curso académico con una visión un tanto pesimista, pero nuestros tiempos, como decíamos, no parecen augurar un futuro mejor.
A veces la casualidad sitúa dos eventos en un tiempo próximo y te hace ver las cosas con una nueva perspectiva. En este caso, y este será el tema de este artículo, hablaremos de la primera condena por fake news y el futuro de Twitter. De todo ello me gustaría comentar algunos aspectos que me parecen interesantes.
Antes de hacer el listado de libros que no tendré tiempo de leer durante las vacaciones, tenía pendiente echar un buen vistazo a Infocracia: la digitalización y la crisis de la democracia, el reciente libro de Byung-Chul Han. Ciertamente, estos libros que son una compilación de breves artículos/capítulos a veces tratan los temas con poca profundidad, pero en cambio permiten transmitir una idea destacada en cada una de las piezas. El filósofo coreano describe y se muestra crítico con algunos aspectos de la sociedad, a los que llama infocracia.