La crisis sanitaria de la COVID-19 ha sacudido de forma evidente nuestros cimientos: aquella normalidad que formaba parte de nuestro día a día, nos gustara o no. La propia sociedad de la información y el conocimiento, a menudo ya amortizada como concepto, ha visto cómo la información alrededor de la pandemia pasaba a ser un problema, tanto que, por primera vez, la OMS hablaba en marzo de 2020 de infodemia, refiriéndose a un exceso de información, mucha de la cual sería falsa.
Por ello, más que nunca, seguimos refiriéndonos a las noticias falsas que todos hemos recibido y viralizado al darles credibilidad. Nunca como hasta ahora este tema no había sido tan presente también en el debate mediático; a raíz de esto, algunos compañeros y compañeras de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC hemos podido aportar conocimiento y contexto a la cuestión en varios medios de comunicación. Incluso hicimos una infografía.
Para aquellos que no estamos acostumbrados a esta presencia mediática, ha sido útil darnos cuenta de que, más que nunca, nuestra investigación impacta socialmente, en medio de la incertidumbre que acompaña el día a día de mucha gente que quiere entender lo que estamos viviendo y, sobre todo, cómo enfrentarnos a ello. Con esta idea de ayudar a profundizar, a digerir un poco las implicaciones de esta dimensión de rumores y mentiras en una crisis informacional como la que vivimos, en esta revista anteriormente hemos tratado sobre los principales rumores en el inicio de la pandemia y también reflexionamos sobre el papel de las redes sociales en toda la crisis. Ahora, querríamos reflexionar sobre cómo esto puede afectar a la confianza en la ciencia, uno de los pilares del desarrollo. Hablamos, pues, al negacionismo científico a través de las teorías de la conspiración y las fake news que están rodeando, como nunca, la pandemia de la COVID-19.
En efecto, las fake news han pasado de ser percibidas como un problema para la comunicación política, entendido como la creación de opinión en procesos electorales y referéndums (elecciones estadounidenses 2016, brasileñas 2018, Brexit 2016, independencia de Escocia 2014), a serlo en una crisis de salud pública como la actual. Así, en las democracias liberales, además de ser un síntoma de su propia crisis, en ese caldo de noticias falsas también se cuecen los populismos, el aumento de la xenofobia y la extrema derecha, a la vez que la crisis de los partidos políticos y medios de comunicación tradicionales. En este contexto, las noticias falsas y su rápida viralización se convierten en un punto crítico a la hora de luchar contra la COVID-19. Sin información veraz y de calidad se hace muy difícil que la gente se conciencie adecuadamente de cómo luchar, así como que tenga la necesaria confianza en la información oficial para prevenir los contagios.
No obstante, es justo decir que el ruido político interfiere en el día a día de la crisis de una forma que en unos países más que otros llega a ser casi asfixiante. Tomemos como ejemplo el caso de EE.UU., donde el presidente Trump (mientras cerrábamos el artículo cayó enfermo de COVID-19), según un reciente estudio de investigadores de la Cornell University, ha sido uno de los principales impulsores de la desinformación. Así, hasta un 37% del total de contenidos en prensa tradicional sobre fake news y desinformación ha tenido como foco comentarios hechos por el presidente o su eco posterior, de forma que acontece un nodo clave para entender cómo la infodemia ha podido moverse. Volvamos a decirlo: hablamos solo de desinformación, no de la excesiva e ineficiente gestión comunicativa de demasiados Gobiernos y gobernantes durante esta crisis, respecto a lo cual los expertos podrán decir mucho en un futuro. Casualidad o no, esto también tuvo lugar durante la gripe del año 1918. Debemos de estar, como decía Marx, en la repetición como farsa.
Pero volvamos de nuevo a las fake news. Ciertamente, no son nuevas, como tampoco lo es el negacionismo científico. En muchos de los rumores o bulos científicos encontramos siempre un porcentaje de gente que se los cree, ya sean conspiracionistas habituales o por otros motivos. Veamos, por ejemplo, el caso del alunizaje por parte de la Apolo 11, uno de los hitos del siglo XX, y el icono principal de la fuerza y la relevancia de EE.UU. en la segunda mitad de siglo como gran ganadora de la llamada carrera espacial. Pues bien, según Statista, en el país que logró el éxito científico hay casi un 11% de personas entre 18 y 49 que cree que la llegada a la Luna fue un montaje. ¿Podría ser peor? Lo es. Según publicaba Forbes en 2018, solo un 66% de los millennials de EE.UU. afirma que la tierra es redonda. Nuevas generaciones alimentadas por algunos influencers y canales de YouTube donde el descrédito hacia lo científico es bandera y donde creerse sus verdades puede convertirse en un rasgo identificador. «Fake para hoy, hambre para mañana».
Sin duda, el negacionismo científico y el descrédito de tantos años de conocimientos científicos y evolución tecnológica serán un problema cuando hayamos de tomar decisiones políticas globales contundentes alrededor del cambio climático. Si el cambio climático es una cosa de gente de izquierdas y científicos, es que como sociedad tenemos un problema grave de base, de nuevos cimientos, una reacción antiilustrada, como ya menciona la filósofa Marina Garcés.
Sí, la incertidumbre es algo muy difícil de gestionar y que nos sobrepasa. ¿Qué sucede en tanta incertidumbre? A río revuelto, ganancia de pescadores. Es decir, estos días observo a gente sensata, culta, que ante tanta incertidumbre y complejidad toma el camino sencillo de la respuesta fácil: «nos engañan». Seguro que no tenemos toda la información, pero nos costará mucho salir como sociedad cohesionada de esta triple crisis de salud pública, económica e informacional. Solo esto puede explicar que se dé crédito a un médico periférico que hace un discurso negacionista y que es después viralizado por celebrities que añaden plausibilidad a un relato sencillo y vacío que da respuesta a demasiadas preguntas para las cuales todavía no tenemos evidencias. La ciencia requiere tiempo, espacio y digestión. Démoselo. Si no, las agendas de conspiracionistas, extremistas y populistas se encontrarán en el centro social y político, donde no tendrían que estar nunca.
Aun así, también pienso que científicas y científicos tenemos trabajo que hacer. En primer lugar, resolver aquellos aspectos no resueltos en relación con los sesgos, la revisión, la comunicación científica y el poder de las grandes editoriales, encarando la ciencia abierta como nuevo escenario con más igualdad. Pero también la ciencia debe tener presencia allá donde fluye la información y en las redes sociales. Esta crisis nos ha permitido volver a ver a científicos de cabecera en medios de comunicación y artículos sobre nuevos hallazgos en espacios destacados. Hay que salir más de los laboratorios y llenar la red de información de calidad, combatir los rumores de forma contundente. Dejarlo de hacer tiene un coste demasiado alto.
Sí, he conseguido casi finalizar el artículo sin hablar de mi libro, táctica Umbral para poder finalmente hablar. Evidentemente, después de estudiar durante meses los rumores científicos y habiendo escrito el libro Bulos científicos: de la tierra plana al coronavirus, no puedo dejar de ver que estamos en una encrucijada importante. Por desgracia, antes de acabar la presente crisis de la pandemia de la COVID-19 volveremos a tener una oleada negacionista que irá ligada a la confianza en las nuevas vacunas (independientemente de su nacionalidad), y que atacará los dos puntos fuertes de estas, tanto la eficacia como la seguridad, teniendo en cuenta los tiempos con los cuales se habrán logrado los ensayos clínicos. Esto hará reabrir un debate y una rendija que se va agrandando despacio en el mundo occidental: la desmemoria histórica y científica alrededor de la importancia de la vacunación universal. Más que nunca, habría que lanzar desde ahora mismo campañas comunicativas para convencer a la gente de la importancia de vacunar. Científicamente, nos jugamos el futuro. Cambio climático, vacunas, pandemias futuras... No podemos tener sociedades con un 25% de personas descreídas respecto la ciencia. No nos lo podemos permitir. No es fake.
Cita recomendada
LÓPEZ-BORRULL, Alexandre. Houston, Houston, ¿qué hacemos si Houston no ha existido nunca? (‘fake news’ y negacionismo científico). COMeIN [en línea], octubre 2020, no. 103. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n103.2069