Número 107 (febrero de 2021)

Aprende de tus hijos

Anouk Suñer-Rabaud

¿Sabes imaginar? ¿Sabes crear un mundo paralelo? ¿Sabes jugar? ¿Cuándo jugaste por última vez? ¿Recuerdas en qué momento recurriste a tu imaginación? Solo un niño puede hacer las preguntas que necesitas para remover tu realidad. Solo un niño te inspira respuestas.

«¿Vamos a ver los peces?»

 

A Alan le gustan mucho los animales. Cuando era más pequeño, íbamos cada sábado al estanque de un parque donde nadaban a sus anchas un montón de peces rojos. Hasta que decidieron hacer obras y dejaron el estanque seco y sin peces.

 

«No puede ser, corazón. Están arreglando el parque y ya no hay peces.»

 

Ningún niño se queda con un «no» por respuesta.

 

Alan volvió a estirarme de la manga y soltó con tono decidido: «¿Vamos a ver los peces que no hay?».

 

Fuimos al estanque.

 

Alan había creado su mundo y me invitaba a compartirlo con él. Lo que me decía esa personita era que no le importaba mi realidad aburrida, gris, frustrante y llena de contratiempos. ¿No existe algo? Me lo invento. Solo necesito mi imaginación, me viene de serie, como a todos los niños y las niñas del mundo. Como a ti, que también fuiste niña.

 

Su mirada decía: ¿Y tú? ¿Sabes imaginar? ¿Sabes crear una realidad? En una palabra, ¿sabes jugar?

 

El profesor de psiquiatría de la Universidad Paris-IV, Roland Jouvent (2009), explica:

«Nuestra mente se desarrolló a partir de dos polos: lo real y lo imaginario […] La mente imaginaria ayuda a tolerar las frustraciones de la realidad –si no se tiene, podemos imaginar que se tiene–, [...] permite al hombre influir en la realidad, enriquecerla con sus creaciones».

 

La imaginación es una forma de protegernos de la realidad. Si el mundo real nos da una patada, el mundo imaginario nos arropa. ¿Y tú cuándo recurriste a tu imaginación por última vez? Sin imaginación, difícilmente hay creatividad y juego en libertad, porque no hablamos de ajedrez, de póker, ni de pasatiempos. Hablamos del juego puro, libre, sin reglas predeterminadas, sin ganadores. Como cuando los niños y las niñas juegan a tomar café y lo sirven con el dedito pulgar en una taza imaginaria formada por la otra mano.

 

Conectemos con ese niño o niña que fuimos, con la espontaneidad perdida en los entresijos de las relaciones sociales. Es ese niño o niña el que nos permite un reencuentro con nuestra espontaneidad, nuestra curiosidad y nuestra intuición. Libre de imaginar. Entonces no tenemos edad.

 

¿Y si jugar como un niño fuera una manera de no envejecer? ¿Por qué no jugar a trabajar? «Las personas que consideran su actividad profesional como un juego tienen más éxito que los que se encierran en la rutina», explica la profesora de psiquiatría en la Universidad de California Leonor Terr (1999).

 

Jugar a escribir, jugar a ir al súper, jugar a educar, jugar a jugar… Cualquier acción suena más liviana si le añadimos la palabra jugar. Como explica el sociólogo Rafael Echevarría (2009), en su Ontología del lenguaje, «las palabras crean una realidad», pues «somos seres lingüísticos».

 

Nietzsche decía que «el lenguaje representa una prisión de la que no podemos escapar». ¿Y si fuera lo contrario? Bastaría con una palabra para abrir la jaula. Lo que se puede verbalizar existe. Las palabras crean una realidad, incluso una imaginaria.

 

Pero siempre hay que volver. Volver a la realidad, a lo tangible, a esa parte de la mente no imaginaria que aplica el pensamiento convergente. Curiosamente, los niños y las niñas también te lo pueden enseñar.

 

Otro día, Alan estaba sentado en la playa a mi lado, jugando a escribir su nombre en una piedra plana, con otra piedra de color naranja y que hacía función de lápiz. De repente lanzó la piedra al mar. «Es para los cangrejos», informó. «¡Qué bien!», le contesté, orgullosa de mi aportación divergente. «Así los cangrejos podrán llamarte por tu nombre este verano».

 

Me miró fijamente y articuló: «Los cangrejos no hablan».

 

Como dice el investigador y pedagogo Arno Stern, «el niño puede lo que quiere, y no desea más que lo que puede».

 

NOTA: El título de este artículo alude al concepto creativo de una campaña de Danone, realizada por la agencia RCP en los años ochenta del siglo xx. En el anuncio de televisión, los niños daban de comer yogur a los padres, cucharada a cucharada.

 

Para saber más:

Echevarría, Rafael (2009). Ontología del lenguaje. Santiago de Chile: JC Sáez Editor.

Jouvent, Roland (2009). Le cerveau magicien. París: Éditions Odile Jacob.

Terr, Leonor (1999). Beyond love and work. Why Adults Need to Play. New York: Prentice Hall.

 

Cita recomendada

SUÑER-RABAUD, Anouk. Aprende de tus hijos. COMeIN [en línea], febrero 2021, no. 107. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n107.2110

 

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