Número 98 (abril de 2020)

Inmovilidad urbana

Efraín Foglia

El peor escenario en el que se puede encontrar la movilidad urbana no es ninguno de los que hemos vivido a lo largo de los años: el tráfico vial debido a la saturación de vehículos en la urbe, el mal diseño de las vías urbanas o la falta de financiamiento del transporte público. El verdadero límite se encuentra en la prohibición de moverse en la ciudad. El grado cero de la movilidad, el fin de ella. Circulación 0.

Este texto se está escribiendo en el momento de una situación límite a escala global. Se está elaborando en tiempo real junto a la historia que narra, en el tiempo exacto de una de las primeras pandemias globales de nuestra era. Entre muchas otras cosas, se ha prohibido salir a la calle, se recomienda no movernos por nuestra ciudad, salvo para algunas actividades concretas. ¿Qué es una ciudad sin gente en la calle? La ciudad es una infraestructura artificial que se diseñó para ser circulada. Las imágenes que podemos ver hoy en día representan la desnaturalización de la idea de ciudad contemporánea. El diseño asumido para la ciudad ha perdido sentido y nuestros cuerpos deben reconfigurar su movilidad. Debemos comenzar con nuestra desconexión con esos millones de vehículos que hacían extensible nuestro desplazamiento en el asfalto.

 

#YoMeQuedoenCasa es el eslogan que anuncia la inmovilidad urbana; es una norma, es una orden, en principio por el bien de todas las personas. Si no fuera debido a que dicha inmovilidad se debe a los motivos coyunturales que conocemos, podríamos decir que estaríamos en un estado de ocupación militar y policial. En principio, esta no es la situación, pero nos sirve para imaginar, mínimamente, un golpe de Estado de esos que pasan lejos de nuestras fronteras y a los que no dedicamos mucho tiempo en nuestra mente. Igualmente, este fenómeno nos acerca, en cierta medida, a la frustración de personas que no pueden salir a la calle por motivos físicos, psicológicos o políticos.

 

En otra visión de este paisaje, no se puede dudar de la oscura belleza de las paradojas. La inmovilidad urbana deja espacio nuevamente a la naturaleza, al aire limpio, al sonido no industrial. La prohibición del uso de vehículos muestra los posibles caminos en la lucha contra el cambio climático, ese problema enorme que ahora está anestesiado por la coyuntura vírica. El problema de esta belleza es que este fenómeno, por desgracia, es un síntoma de un malfuncionamiento de las ciudades, es una anomalía que la economía hipercapitalista castigará. La movilidad urbana para el capitalismo, más que un derecho humano, es economía pura; sin ella, el sistema se estanca. El aire se limpia proporcionalmente a la creciente gravedad de la economía local. Más movilidad es igual a más contaminación. Menos movilidad = menos contaminación. Ecuaciones complejas e innegociables. La movilidad urbana es consumo para el sistema, consumo de todo: petróleo, autos, asfalto, semáforos, cuerpos, mentes, etc.

 

Al parecer estamos en un callejón sin salida. Se desea el regreso a la normalidad y este retorno nos llevará, entre muchas cosas, a volver a contaminar sin límites el aire que respiramos. Hemos comenzado en el siglo xx un camino sin retorno hacia la hipermovilidad y no sabemos cómo bajar el ritmo sin que la economía se desplome. Sería injusto promulgar que de esta situación «aprenderemos buenas lecciones», pues hay gente que lo está pasando muy mal y habría que preguntarles a ellas lo que opinan de esta sentencia. Por desgracia, las lecciones de moral y autoayuda están ligadas a la clase social. Esto ha sido así eternamente.

 

Rediseñar la movilidad urbana a partir de esta crisis

 

Por una vez en la historia, nuestros cuerpos y mentes pueden sentir simultáneamente síntomas parecidos al resto de la población. Somos una comunidad conectada por el desconcierto. Este puede ser un buen momento para pensar en el diseño de la movilidad urbana a partir de líneas que hemos ignorado históricamente:

1. Enfocada a personas con diversidad funcional.

2. Enfocada a personas de edad avanzada.

3. Pensada para familias monoparentales con infantes.

4. Pensada para personas en problemas de exclusión social y política.

5. Pensada en caso de colapso de la sanidad pública.

6. Proyectada de forma comunitaria y no individualista.

7. Enfocada al no aumento de la velocidad.

 

El hecho de decir que la crisis afecta a toda la población es un ejercicio acotado. Realmente nos afecta en diferente grado. Ahora mismo tenemos tiempo de reflexionar en estos puntos, pues la velocidad de nuestras vidas ha bajado. A fecha de hoy, es imposible que nuestra cotidianidad no se vea afectada por este tema. Es importante entender que la movilidad urbana es solo una parte del engranaje de este mundo hiperconectado y, por lo tanto, se debe analizar de forma orgánica, junto con las problemáticas de nuestros tiempos:

 

 • La movilidad urbana se debe rediseñar para este mundo actual, que es finito y que nos muestra muchos signos de crisis.

• Nuestros cuerpos son susceptibles de volverse frágiles ante los grandes cambios económicos y naturales que se dibujan en nuestra cara.

• El individualismo y la competencia entre iguales ya no son suficientes para sobrevivir. Ya no basta con diseñar el auto más veloz para un solo hombre exitoso.

• Los cuerpos invisibles (de los desposeídos), que antes ignorábamos, ahora son el espejo de un posible futuro propio que se puede encarnar en cualquier momento.

 

Lo que es una realidad contundente es que nuestra movilidad física se ha desmaterializado en bits. En estas semanas hemos comenzado a vivir la telemovilidad por la red, nuestros cuerpos viajan, pero sin activar nuestras extremidades corporales. Al mismo tiempo, en algunas ciudades ya se ven drones teledirigidos por la policía, anunciando las medidas de seguridad urbana. Estamos conociendo un nuevo urbanismo en red, sin tocar lo físico. La nueva frontera entre las personas es el acto de no tocarse.

 

Podemos usar como metáfora ese metro de distancia de protección que debemos conservar entre los cuerpos, para acercarnos (en compromiso) a un metro de distancia de los problemas sociales de los que hemos huido o ignorado en nuestras vidas. Si nos acercamos un metro de distancia a escuchar a los que están padeciendo, sería lo más cerca que hemos estado nunca de entender a otras personas fuera de nuestro círculo social. Un metro de distancia puede ser un abismo o solo dos pasos entre personas. Seguramente saldremos reforzados de esta crisis y con nuevas ideas para rediseñar la movilidad urbana, comunitaria, económica y de cuidados mutuos. Ahora ya sabemos, ante nuestra arrogancia histórica, que todas las personas son frágiles y susceptibles de quedar inmóviles. Todas y todos tenemos ya la prueba de esto: ¿dónde? En el aire que respiramos.

 

Cita recomendada 

FOGLIA, Efraín. Inmovilidad urbana. COMeIN [en línea], abril 2020, no. 97. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n98.2026

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