Número 135 (septiembre de 2023)

Lecturas de verano en torno al periodismo y la desinformación

Josep Lluís Fecé

Las últimas elecciones en el Congreso de los Diputados giraron en gran medida en torno a la mentira y las falsedades en las que incurrían los candidatos y las candidatas al Gobierno. La campaña estuvo más centrada en la oposición verdad/mentira que en la explicación de los programas o de las políticas públicas de los partidos. Al mismo tiempo, una de las principales tareas de los medios de comunicación –conservadores o progresistas– ha sido la verificación. En la mayoría de los casos, la comprobación no servía para aportar conocimiento sobre una afirmación o un hecho, sino para posicionarse a favor o en contra de la persona candidata.

No se necesita haber cursado un máster en ninguna universidad de la Ivy League para darse cuenta de que la obsesión por la verificación y los datos corre en paralelo a la progresiva falta de confianza en el periodismo y al desprestigio de la profesión. El problema no es la mentira, sino el vaciado de sentido de todo tipo de datos, utilizados al margen de cualquier perspectiva científica, política, religiosa, ideológica, etc. Un vaciado puesto en práctica por una parte considerable de periodistas y medios que mitifican los datos en un intento de dignificar su trabajo a partir de la verificación anecdótica, ajena a cualquier contexto.

 

La pérdida de confianza en el periodismo no empieza con la era de internet o de la inteligencia artificial, sino con la transformación de la estructura de las empresas a partir de la Primera Guerra Mundial y, más recientemente, con la influencia de los expertos en la comunicación, en concreto, en el marketing y la publicidad (Mayhew, 1997). Pese a la proliferación de relatos utópicos, a menudo disfrazados de cientificidad, prácticamente nadie ha encontrado la fórmula para generar beneficios a partir de la información, entendida esta como fruto de la modernidad, del desarrollo de una clase social (la burguesía) y de la generalización de la alfabetización de masas.

 

Periodismo, hijo de la modernidad

 

Los periodos vacacionales como el que acabamos de cerrar pueden ser un buen momento para lecturas alejadas de temáticas actuales como las oposiciones «viejo/nuevo», «jóvenes/adultos», «protecnologías/antitecnologías». Recordar o acercarse por primera vez a textos de novelistas y pensadores del siglo XIX es una buena oportunidad para insistir en la idea de que la prensa fue una creación de la modernidad burguesa. Novelas como Bel Ami (1885) o Las ilusiones perdidas (1836-43) muestran la importancia que esta clase social emprendedora estaba adquiriendo no solo en el comercio, sino también en la industria y las finanzas.

 

Alrededor de 1840, el escritor-periodista emerge como figura pública influyente y prestigiosa. La Presse, de Emile Girardin, publicó ensayos y novelas de Balzac, Hugo, Dumas (padre), Gauthier, Lamartine o Chateaubriand. Al nuevo lector de Las ilusiones perdidas de Balzac quizás le sorprenda el personaje de Lucien de Rubempré, un aspirante a poeta degradado a periodista por vanidad, así como el papel de la publicidad, ya en aquella época especialista en maquillar hechos en beneficio de los intereses del poder. En Gran Bretaña, esta relación entre literatura y periodismo se encarnaba en la figura de Dickens, no solo por la estructura folletinesca de sus novelas, sino también por su actividad como reportero parlamentario y como fundador y director de una publicación –que podría ser considerada de izquierda radical– como el Daily News (1846). En los Estados Unidos, Mark Twain encarnó esta figura del escritor-periodista con textos o reportajes como el dedicado al primer crucero norteamericano en Europa, The Innocents Abroad (Guía para viajeros inocentes).

 

Bel Ami (Guy de Maupassant, 1885) narra la historia de un periodista que se sirve de su profesión como trampolín para su carrera política. Maupassant presenta al protagonista, Georges Duroy, como un hombre ignorante y vulgar, pero que gracias a sus habilidades sociales consigue ascender socialmente. En el contexto de la expansión capitalista y colonial se entrelazan prensa, política y finanzas. Está claro, pues, que la prensa actúa como cuarto poder, pero no necesariamente como oposición o crítica al sistema. A finales del siglo XIX, Émile Zola publica en L’Aurore su célebre texto «Yo acuso» (1898), donde desmontaba la versión oficial sobre el caso Dreyfus. Aunque Dreyfus fue absuelto y rehabilitado, Zola se tuvo que exiliar en Londres.

 

Periodismo de datos en el siglo XIX

 

En la era de las mitologías, en el sentido de Barthes, de los datos, la antología Artículos periodísticos de Karl Marx no solo constituye un testimonio clave para comprender el contexto social, político y económico del siglo XIX en el que funciona y se desarrolla el periodismo, sino también un ejemplo de utilización de los datos desde una perspectiva crítica. Los textos que forman parte de la antología se escribieron entre 1852 y 1862, casi todos publicados en el New York Tribune. Los artículos sorprenden, incluso hoy en día, por su estilo didáctico y su ritmo. Las explicaciones del autor se apoyan siempre en datos que son interpretados con el rigor de un historiador y economista. En este sentido, distan mucho de buena parte del actual periodismo de datos, ya que Marx los emplea para darles un sentido: denunciar la desigualdad, la violencia y la explotación. Ciertamente, los artículos de Marx difieren del actual periodismo mainstream, pero sorprenden por su proximidad a las problemáticas sociales, económicas y políticas actuales. Emerge también la figura de un cronista que, lejos de participar de los intereses gubernamentales y corporativos, ejerce su profesión hasta las últimas consecuencias.

 

En tiempos de innegable crisis de la modernidad capitalista, del eclipse de la opinión pública y de la consolidación de la tendencia oligárquica de las corporaciones mediáticas, quizás valga la pena recordar que, en un tiempo, la burguesía fue una clase revolucionaria, o, si lo preferís, emprendedora, que necesitaba información sobre los Gobiernos, los viajes, la situación en las colonias... Estar al corriente de lo que sucedía en el mundo fue una condición imprescindible para vivir en la modernidad, entendida esta como superación del mundo feudal. La lectura de los clásicos no tiene por qué conducir a una nostalgia (de un tiempo que no hemos conocido) o a una melancolía por la pérdida del prestigio (o desaparición) de una profesión. Balzac, Maupassant, Marx o Zola, entre otros, muestran las contradicciones de la modernidad de una manera que ya hacía referencia a los elementos que podrían acabar con ella y sus avances revolucionarios. La lectura de estos clásicos nos hace reflexionar sobre si la vieja idea de destrucción creativa de Shumpeter no está acaso cediendo el paso a la creación destructiva. Porque, utilizadas al margen de todo contexto, la innovación tecnológica y la verificación en el periodismo pueden constituir más pronto herramientas de mantenimiento del orden que de su transformación.

 

Para saber más:

DE BALZAC, Honoré (2022). Las ilusiones perdidas. Alianza Literatura.

DE MAUPASSANT, Guy (2015). Bel Ami. Penguin.

MARX, Karl (2013). Artículos periodísticos. Alba.

MAYHEW, Leon (1997). The New Public. Profesional Communication and the Means of Social Influence. Cambridge University Press. DOI: https://doi.org/10.1017/CBO9780511520785

TWAIN, Mark (2020). Guía para viajeros inocentes. Ediciones del viento.

ZOLA, Émile (2019). Yo acuso. La verdad se abre camino. El caso Dreyfus. Ediciones 19.

 

Citación recomendada

FECÉ, Josep Lluís. «Lecturas de verano en torno al periodismo y la desinformación». COMeIN [en línea], septiembre 2023, no. 135. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n135.2353

periodismo;  comunicación política;  gestión de la información;