Número 142 (abril de 2024)

Sobre fronteras y otros caminos posibles

Amalia Creus

En el prólogo de su libro Itinerarios transculturales, James Clifford (1999) plantea una premisa sugerente. Nos propone comprender la ubicación humana no solo como inmovilidad, sino como movimiento. Residencia y viaje, desplazamiento y permanencia serían, desde esta perspectiva, las dos caras de una misma moneda. La propuesta es provocadora: si bien las prácticas de tránsito e interacción se pueden reconocer como situaciones cruciales de nuestra época, el localismo cultural predominante sigue afirmando que la existencia social auténtica está, o debería estar, conectada a lugares cerrados.

Sin embargo, ¿qué pasaría –pregunta Clifford– si la noción de viaje fuera vista sin trabas, como un aspecto abarcador y complejo de las experiencias humanas? ¿Qué ocurriría si consideráramos que la conexión intercultural es en realidad la norma y lo ha sido durante un largo tiempo?

 

En un sentido similar, Arjun Appadurai (2001) sitúa el foco en la transformación del poder del Estado en un mundo globalizado, donde las migraciones se han transformado en un campo de batalla de identidades y subjetividades que se configuran en un mundo en movimiento. Un mundo en movimiento que, paradójicamente, entra en choque con un mundo de estructuras, organizaciones y sistemas de poder que tienen como función producir y reproducir la localidad. La contradicción es entonces la tónica de nuestro tiempo: frontera y pasaje, impulso y contención, pertenencia y exclusión.

 

Y ante este mundo nuestro, que se hace cada vez más individualista e inhóspito, donde se multiplican las fronteras y se cierran los caminos, siempre va muy bien retomar las palabras de Marina Garcés (2013), quien nos sigue recordando que dependemos unos de otros, y que necesitamos reaprender a situar nuestros vínculos, nuestras complicidades, nuestras alianzas y solidaridades para la construcción de un mundo común. También Irene Gómez Franco (2021) nos ayuda a pensar sobre las múltiples estructuras del capitalismo que nos sostienen y nos alejan de ese mundo común, estructuras que han explotado hasta el agotamiento el imaginario del hombre racional, autónomo, libre e independiente, para justificar la constante destrucción de lo común y la mercantilización de la vida. Sus consecuencias también las señala Garcés: un mundo global que aparece ante nuestros ojos como un mundo fragmentado, enzarzado en guerras y conflictos permanentes. Guerras entre culturas, entre la legalidad y la ilegalidad, entre expectativas de vida, entre amenazas para la misma vida. Un mundo global donde, insiste Garcés, las sociedades se han construido a partir de la desvinculación de sus individuos respecto a cualquier dimensión compartida de la vida.

 

Trabajar por construir un mundo común

 

La buena noticia es que muchas son las personas que trabajan con el objetivo de construir un mundo común, y muchos los proyectos inspiradores que muestran otros caminos posibles. Uno entre otros es Grigri Pixel, un programa de residencias, talleres y seminarios que exploran las prácticas de cooperación cultural y ciudadana entre África y Europa. Abordando la recurrente excepcionalidad desde la que se ha mirado al continente africano y la inmigración racializada desde el continente europeo, Grigri Pixel propone crear espacios de intercambio y de hospitalidad para dar lugar a saberes, formas, afectos y modos de vivir conjuntos desde mundos a priori lejanos y extranjeros. Defiende así la necesidad de «abrir un espacio para lo mágico», entendiéndolo como prácticas y modos de relación que están todavía por construir; experiencias que se dan como procesos colectivos que son capaces de transformarnos y de transformar nuestro entorno más próximo.

 

En ese marco, está el evento Derecho a la ciudad, que conjuga actividades desplegadas en el barrio de las Letras de Madrid y que propone vivir la ciudad como un espacio de vínculos y creatividad. O la acción titulada ¿Hasta dónde se abre tu casa?, un taller de producción colectiva en torno a la hospitalidad que invita a los participantes a crear espacios físicos y sociales de encuentro para el reconocimiento mutuo, la acogida de las diferencias y la creación de mundos comunes. Son ejemplos de experiencias que ponen el foco en compartir con otros procesos de imaginación y creación en los que se intercambian saberes, formas de hacer y visiones sobre qué es aquello que nos cuida y nos protege –no a cada cual, sino a todos– y desde dónde se pueden abrir caminos para vivir de otras maneras (Moliner y Pérez, 2021).

 

Una idea de abrir caminos que me remite también a la filósofa Hannah Arendt (1987), quien nos alerta de los peligros de las lógicas del poder que se manifiestan en la alteridad. Nos dice Arendt: «Ser capaz de ir hacia donde deseamos es el gesto prototípico de ser libre, así como la limitación de la libertad de movimiento ha sido desde tiempos inmemoriales la condición previa a la esclavitud. La libertad de movimiento es también una condición indispensable para la acción, y es en la acción donde los seres humanos experimentan por primera vez la libertad en el mundo». Sus palabras son también una bonita invitación a pensar un mundo común, más allá de las fronteras.

 

 

Para saber más:

APPADURAI, Arjun (2001). La modernidad desbordada. Dimensiones culturales de la globalización. Trilce.

ARENDT, Hannah (1987). Los orígenes del totalitarismo. 2. Imperialismo. Alianza Editorial.

CLIFFORD, James (1999). Itinerarios transculturales. Gedisa.

GARCÉS, Marina (2013). Un mundo común. Edicions Bellaterra.

GÓMEZ FRANCO, Irene (2021). El problema de lo común. Material docent UOC.

MOLINER, Susana; PÉREZ, David (2021). Grigri Pixel. Prácticas y éticas de lo común. Página web de presentación del proyecto. Material docente UOC [en línea]. Disponible en: https://arts.recursos.uoc.edu/grigri-pixel/es/

 

Citació recomanada

REUS, Amalia. «Sobre fronteras y otros caminos posibles». COMeIN [en línea], abril 2024, no. 142. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n142.2424

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