Número 133 (junio de 2023)

La inteligencia colectiva debe ser libre

Sandra Sanz Martos

A veces los aprendizajes o sus cuestionamientos pueden llegar desde los lugares más insospechados. Eso es lo que me ha tocado experimentar en la pasada campaña electoral de las municipales de 2023 mediante mi participación en las listas de una candidatura. El valor del trabajo en equipo, el compromiso mutuo y el concepto de la inteligencia colectiva son algunas de las cuestiones que he revisado durante las semanas previas a nuestra reciente cita con las urnas.

Se dice que el municipalismo es la manera más bonita de hacer política. Que te da la oportunidad de tener contacto directo con la calle y comprobar cómo las acciones realizadas mejoran la vida de tus vecinas y vecinos. Y creo, firmemente, que así es. Pero también te muestra la cara más amarga de una sociedad que actúa en función de los intercambios de favores e intereses creados, o por lo menos esta ha sido mi experiencia personal en un pequeño pueblo del norte de la provincia de Almería.

 

Han sido unas semanas tan ilusionantes como intensas. Los trece miembros de la lista hemos trabajado con determinación y tesón. Cada uno aportando lo que mejor sabe hacer: encuestas para conocer las necesidades del pueblo, propuestas para el programa, grabación y edición de vídeos para su difusión, diseño de camisetas, preparación de los discursos para el mitin, etc. Trabajo en equipo y colaborativo en estado puro. A cualquier hora, cualquier día de la semana. El alto grado de compromiso y dedicación era incuestionable. Fue hermoso comprobar, una vez más, que la ilusión alimentaba el compromiso y este la capacidad para llevar a cabo todas las tareas. Un grupo de personas que apenas se conocía, pero que se ha convertido en un equipo cohesionado con un elevado sentimiento de pertinencia. Este ha sido uno de los primeros aprendizajes que he podido testear, comprobando que realmente se da tal y como lo describen en la literatura especializada Wenger, Salomon y Vygotsky, entre otros.

 

Sin embargo, y frente a toda esa motivación y entusiasmo honestos, llegaban a nuestros oídos distintas situaciones y prácticas anómalas que te transportaban a las primeras décadas de la dictadura franquista. Algunas personas se habían visto coaccionadas o amenazadas, hasta ceder a la venta de sus voluntades… Y por si esto fuera poco, el medio de comunicación de la comarca –financiado con dinero público– se ponía, una vez más, descaradamente al servicio del gobierno del Ayuntamiento actual. Sí, por muy difícil que resulte de creer, esto sigue sucediendo en la España rural de 2023.

 

Aun así, la gente te paraba por la calle y te llevaba a un rincón –cuidándose de que no hubiera nadie al otro lado de las ventanas– para decirte con voz tenue que estaban hartos y que querían votarnos, pero que tenían miedo de que se supiera. En los quince días que anduvimos explicando nuestro programa, yendo de puerta en puerta, muchos vecinos y vecinas verbalizaban su hartazgo: hace falta un cambio.

 

Las multitudes inteligentes para promover el cambio

 

En este contexto, resulta inevitable acordarse de Howard Rheingold (2002) y del prólogo a la edición española de su libro Smart Mobs –Multitudes inteligentes, en su traducción al castellano–, publicado en julio de 2004, donde describe lo sucedido en los dos días siguientes al mayor atentado terrorista de la historia de Europa, el doloroso 11-M. La ciudadanía se movilizó de manera espontánea, a través de internet y los SMS (hoy seguro que hubiera sido mediante WhatsApp), para compartir información e intentar esclarecer la autoría de aquellos terribles acontecimientos.

 

Las multitudes inteligentes son grupos de personas que emprenden movilizaciones colectivas gracias a que las nuevas tecnologías posibilitan otra forma de organización, a una escala nunca vista, entre personas que hasta ahora no se podían coordinar. Las multitudes inteligentes están formadas por personas capaces de actuar conjuntamente, aunque no se conozcan. Se comportan de manera inteligente o eficiente debido al crecimiento exponencial de enlaces en la red (Rheingold, 2004). Estas formas de interacción, a través de las redes sociales, favorecen el intercambio de conocimiento colectivo, y generan la confianza y la reciprocidad necesarias para promover la colaboración y la cooperación entre las personas. Los individuos depositan parte de sus conocimientos y estados de ánimo en la red, y a cambio logran mayores cantidades de conocimiento y oportunidades de sociabilidad. Lo hemos dicho muchas veces: la suma de las inteligencias –la inteligencia colectiva– siempre es superior a la inteligencia individual.

 

Ante la desinformación en torno a los atentados terroristas de Madrid, la víspera de la jornada electoral, se produjo la denominada «tarde de los móviles», que acabó con manifestaciones en la sede del Partido Popular en la calle Génova y en todas las capitales españolas. Se hizo famoso el mensaje enviado por SMS, que consiguió reunir a miles de personas, «¿Aznar de rositas? ¿Le llaman jornada de reflexión y Urdaci trabaja? Hoy 13-M, a las 18 h. sede del PP C/Génova, 13. Sin partidos. Por la verdad ¡Pásalo!». La multitud del 13-M estaba organizada online, conectada en red, y no se formó siguiendo una estrategia partidista o al dictado de algún partido, sino fruto de un ciclo de movilización social (Sampedro, 2005). En aquella ocasión, la suma de las inteligencias individuales condujo a la ciudadanía hacia la verdad y determinaron los resultados electorales.

 

No pretendo comparar lo sucedido en marzo de 2004 con las semanas previas a las elecciones municipales de 2023 en ese pueblo almeriense. Pero ambas situaciones tienen un factor común: el hartazgo de la ciudadanía. Harta de que la manipulen y de que le mientan. Lo esperable, siguiendo estos patrones de comportamiento, es que los vecinos y las vecinas de ese pequeño lugar hubieran dado un vuelco al resultado de las urnas. Sin embargo, no fue así, aunque los resultados fueron muy ajustados. ¿Por qué?

 

Buscar una única razón sería muy reduccionista por mi parte. Pero al revisar también todo lo aprendido al respecto caí en la cuenta de que hay un elemento al que no se hace referencia cuando se habla de este tipo de movimientos sociales y no es otro que la libertad. Puede que no haya multitudes inteligentes si no se tiene garantías de que no habrá represalias y de que no te estás jugando tu puesto de trabajo o el futuro de tus hijos. Las ciudadanas y ciudadanos que vivimos el 11-M nos sentimos libres de expresarnos, de compartir informaciones y de salir a las calles gritando «¿Quién ha sido?». Por el contrario, en este municipio rural –como seguro que sucede en muchos otros–, no se contaba con estas condiciones básicas en un Estado de derecho y en plena democracia. El anonimato de las grandes ciudades, en este sentido, te protege. En los sitios de menor población, donde todos se conocen –lo que en muchas ocasiones puede ser una clara ventaja–, en situaciones como esta se convierte en una gran limitación. Y parece evidente que la inteligencia colectiva, para serlo, debe ser libre.

 

Para saber más:

RHEINGOLD, Howard (2004). Multitudes inteligentes: La próxima revolución social (smart mobs). Barcelona: Gedisa

SAMPEDRO BLANCO, Víctor F. (2005). «La red del 13-M. A modo de prefacio». En: 13-M multitudes on line. Madrid: La Catarata.

 

Citación recomendada

SANZ, Sandra. «La inteligencia colectiva debe ser libre». COMeIN [en línea], junio 2023, no. 133. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n133.2346

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